El tema atinente a lo propiamente nacional venezolano, latinoamericano y caribeño es abordado abiertamente por el escritor Manuel Vicente Romero García (Venezuela, 1865-Colombia, 1917) a través de amenas discusiones de los personajes principales de la novela o seminovela costumbrista, realista y romántica que hemos venido tratando en breves textos, "Peonía" (1890).
En efecto, en ocasión de la visita de Carlos a la casa, por demás muy moderna de su tío Nicolás, en contraste con la de Pedro, su otro tío, analfabeto y bárbaro, machista y supersticioso, observó un lujo muy notorio en aquella fundación, a saber, una biblioteca, periódicos o semanarios de la época y serigrafías de famosos pintores adornando las paredes de la sala-recibo; e igualmente en las fiestas del Velorio de la Cruz de Mayo o en la víspera de Corpus Christie vuelve a referirse a los asuntos ya anunciados en el título de esta entrega: la novela nacional, la historia e identidad continental o el perfil de nuestros intelectuales, en su mayoría esforzados imitadores de los modelos estéticos europeos clásicos y modernos.
Cosa que, por cierto, denunciaría posteriormente Andrés Eloy Blanco (Cumana, Venezuela, 1896-Ciudad de México, México, 1955) en su afamado poema de los Angelitos negros. Pues pintan con el pincel extranjero (o la pluma, en este caso) doliéndose de la precaria comprensión del ser social distintivo y único de esta nueva "emanación de la humanidad" (Simón Bolívar, dixit en la Carta de Jamaica, 1815) que componen la "ontología de lo actual" escindida, heterogenia, híbrida y/o mestiza de Latinoamérica y el caribe, por lo que sus instituciones políticas, actitudes y hábitos tienen guardan coherencia con semejante condición histórica.
En el prólogo "Interpretación de Peonía" del crítico Edoardo Crema (Italia, 1892-Venezuela, 1974) a Peonía (edición de 1952) cita otro afamado crítico literario de principios del siglo XX, Luis Manuel Urbaneja Achelpohl (Caracas, Venezuela, 1873-1937), en los siguientes términos:
"Es Urbaneja Achelpohl, quien inicia, al parecer, la serie de juicios, juicios basándose en ciertos criterios críticos. En un artículo aparecido en "Cosmópolis" en junio de 1985 en junio de 1895, con el título "Más sobre literatura nacional", entroncaba a Peonía en la corriente literaria nacida de la fórmula experimental, de carácter objetivo, de la cual Emilio Zola representaba la cumbre, en las postrimerías del siglo. "Aparece en nosotros esa forma, dice Urbaneja Achelpohl, ensanchando el objetivismo, con la magistral Peonía: semi-novela, como dice su autor: bocetos característicos de personajes, costumbres a grandes rasgos, Venezuela salvaje y servil, con todos sus colores y heroísmos" … (p. VII-VIII).
Veamos lo anterior dicho en la obra en sí, citemos estas descripciones y diálogos al hilo: "La casa parecía, como se dice, una tacita de plata; todo estaba limpio y en orden, sin echar de menos a la buena señora de mi tío, que por el momento estaba en Caracas".
"En la mesa redonda, que ocupaba el centro de la sala, había periódicos.
-Vaya –me dije-que mi tío Nicolás se permite este lujo; mi tío Pedro no sabe aun lo que es un periódico.
Y me puse a registrarlos: La Opinión Nacional, el Diario de Avisos, La ilustración y el Boletín de la Agencia pumar.
No era muy amplio el repertorio, pero no dejaba de ser significativo.
A la Opinión se suscribían en Venezuela, en el Gobierno del terror, por saber cuándo le llegaba su turno al suscriptor.
El Diario de Avisos es ácimo, como pan de consagrar.
La Ilustración es un periódico extranjero, barato, y circula mucho en el país; es una especie de "aguaducto poético", como dijo Venancio González; periódico de mala vida literaria, pedestal de todas las nulidades de la América española.
No sé por qué no cuanta entre sus colaboradores a aquel Sr. Tarrio Bueno, gallego para más señas, que publica biografías por tarifa:
Con retrato, 40 pesetas.
Sin retrato, 30 pesetas.
Con reflexiones filosóficas y políticas. 25 pesetas.
Sin ellas, 20 pesetas.
Y en cuanto al boletín de la Agencia Pumar, es una publicación muy útil, que para el tío Nicolás tiene, además, el mérito de salir del centro del lirismo venezolano; pues el pobre Pumar le sacrifican a sandeces y sinfonías políticas sus buenos amigos, los sujetos aquellos que yo me sé…
En un estante de estilo caraqueño había varios libros: El Agricultor Venezolano. Le Terrage (lo cual indica que mi tío masculla el idioma de Moliére); un Diccionario, de Salva; los Esplendores de la Fe, de Moigno; Jesucristo, de Augusto Nicolás; Manual de Historia Universal, de Juan Vicente González, y un paquetico de periódicos, atados con una trenza azul.
Abrílo y me hallé con El Heraldo, de Juan Vicente González y marcados al margen, unos sueltos editoriales en que le echaban bombo a mi tío porque había derrotado con la fuerza veterana a unas partidas federales, estaba en evidencia.
Su filiación política, pues, estaba en evidencia.
- ¡Qué contraste! –pensé-. Nicolás se levanta. Pedro se hunde. ¡Destino caprichoso!"
Como se comprende, una vez hecha la lectura de la cita anterior, el llamado guzmancismo en Venezuela fue un régimen tiránico. Perseguía y encarcelaba al opositor más allá de los discursos grandilocuentes de tipo liberal ilustrado, pero una de las formas paradójicamente más óptimo para enfrentarlo lo constituía precisamente la cultura; la ignorancia, en cambio era una aliada para el sojuzgamiento político y social, porque no impulsa el cambio, sino que perpetúa el modelo de dominación.
En ese sentido, desarrollar paralelamente una novela nacional, historia e identidad no era una cosa baladí sino un aspecto fundamental, por eso dos personas ilustradas como el ingeniero Carlos y el médico Méndez reflexionan sobre estos aspectos en el diálogo que sigue al comentar entre ellos el estado del arte de la cuestión después de oír un canto con arpa, cuatro y maracas, donde aluden que:
"Esta vida es un misterio, / una completa mudanza; / ando buscando una vega / en que nazca la esperanza. / Nacemos entre sollozos, / y entre lágrimas morimos, / si no hay placer en el hombre / entonces ¿por qué vivimos? / Ausencias causan olvido, / lo sé porque estoy ausente. / es el amor de estos tiempos / misa de cuerpo presente. / Si tú quieres ser feliz, / procura que estén contigo / tu caballo, tu mujer / tu cobija y tu amigo. /"
Dicho sea de pasada esos versos recuerdan al remoto Heráclito, ya que se alude claramente a la mudanza de las épocas, la vida y la naturaleza e igualmente recuerdan a Epicuro pues sugiere que lo bello de la vida es el bienestar, el placer, disfrutar de los pequeños placeres que la vida ofrece en el día a día.
El diálogo va por esa vía de las definiciones en el marco general de un típico discurso apofántico:
"Méndez se había juntado conmigo.
- ¿Qué te parece? –me preguntó.
-Ese tiene más sentimiento que los del otro día; en rigor crítico, hay más poesía en sus versos.
-Sí, los hay; es una lástima que este muchacho no hubiera tenido cultivo.
-No lo creas; sus versos tienen ese sabor de tomillo, ese olor de malvas y albahacas, porque no ha ido a nuestras cátedras de literatura; si cae en poder de esos viejos roedores de papel, verdaderos ratones de biblioteca, pierde el colorido nacional; este no es un hombre que pudiera, ni con cien años de estudio, vaciar su sentimiento artístico en el molde de una oda de Horacio; su genio va a la poesía ligera, melancólica y filosófica a la par; tendría a la escuela alemana, a ese semillero de baladas bellísimas, nativas del viejo Rhin, las cuales no cuadran a nuestros almidonados académicos, lo harían un fabricante de villancicos, un versificador de octosílabos inertes y descoloridos.
La academia universitaria vendría a deformar la originalidad de la poesía nativista, al pretender encajarla en los viejos modelos clásicos pierde toda su espontaneidad, la fuerza natural de lo regional y local. Nuestras instituciones son estólidas y los académicos unos perfectos alienados o ripiosos con su insano afán plagiario de la estética foránea, sólo algunas figuras solitarias como el maestro Simón Rodríguez en Inventamos o erramos sostuvo que las instituciones de las nuevas repúblicas debían ser originales, no ser copia ni calco argüía también José Carlos Mariátegui en sus Siete ensayos de la realidad peruana.