Memorias de Altagracia, la lógica del ensueño y el horror de la guerra

"Memorias de Altagracia" (Editorial Oveja Negra Ltda. Bogotá, Colombia, 1976) es una novela que se diría, recordando la "Introducción a la lógica" de Irving Coppy (Kapelusz, Buenos Aires. Argentina. 1976), parece regirse por "las leyes del ensueño"; dado que las narraciones incluidas en ese volumen observan un movimiento de la mente bastante arbitrario, sin principios lógicos (p. 5).

En todo caso, sus premisas sobre las capas superpuestas del discurrir temporal y los cambios vividos por las personas y las sociedades guardan nexos con estados emotivos producidos en contextos oníricos. Aunque sus razonamientos a lo interno del discurso literario abonan hacia la reconstrucción fragmentaria del contexto familiar de un pasado más bien contemporáneo de la ciudad de Barquisimeto, tanto de mediados como finales del siglo XIX y comienzos del XX, que a su vez son contadas en un tono de divertimento, llegando a ser un retrato en sepia de la historia venezolana fuera de los relatos grandilocuentes de la historia patria del Hno. Nectario María, Eduardo Blanco y aún Alberto Arias Amaro.

De allí tal vez las referencias a guerras internas, revoluciones y "montoneras" vistas desde la perspectiva regional y local, momentos antes y después de la Guerra Federal resaltando las tropelías que ello suponía. Eventos sobre los que, por cierto, hace interesantes reflexiones, encajándolas también en una especie de lucha soterrada de mentalidades y costumbres inveteradas siempre acaballo entre la tradición militar-caudillista y la modernidad europea-norteamericana que se anunciaba tímidamente vinculada esta última a la introducción de tecnologías de diverso orden, por ejemplo: los ferrocarriles, automóviles, motocicletas, aviones, bicicletas y artículos del hogar, frente a oficios y modos de vida en progresivo abandono como el de boticario.

En uno y otro aspecto, el escritor Salvador Garmendia (Barquisimeto, 1928-Caracas, 2001) autor de la novela dicha, sorprende al lector con juegos alucinantes desde el mismo inicio cuando dice que "En esos días de julio, sin nada qué hacer, con la escuela misteriosamente cerrada, la casa comienza a ensancharse por todos lados" (p. 5); hasta:

"En los días finales de agosto, cuando colgaba ya el último cabo de cuerda de las vacaciones y empezaba a sentir en las verijas el aire frío de la caída, tío Luis regresó de la calle con los ojos en ascuas, diciendo que el hermano se le había muerto de repente en el mismo mostrador de la botica y que era necesario enterrarlo. La casa se llenó de gene. Mamá y mis tías lloraron todo el día y la noche. Tío Gilberto estaba ahora en la sala y se oían los dobles llorosos desde la torre de Altagracia" (p. 11).

De ahí en adelante desparrama historias disparatadas, por ejemplo, la de los "Andarines" estrafalarios, magos circunspectos y vendedores ambulantes de modernos artefactos del hogar como los que ofrecía el popular Eddie "El Garantizado", quien casara luego con una jovencita preciosa, Dolorita, que conociera en el pollo de una ventana, para lo cual tuvo que superar una afrenta grave propiciada por los hermanos de ésta, que lo hizo correr por el medio de la calle; pero al final triunfó el amor al fugarse ambos enamorados y regresar después de muchos años de ausencia como una familia normal y corriente.

Ya entonces Dolorita estaba ajada como una hoja de papel y Eddie "El Garantizado" también, sin el brillo de la juventud, quien en realidad se llamaba Manuel Vicente Perdigón, se empleó en otra cosa: "Tenedor de Libros en un Almacén", oficio humilde y noble siempre abierto a las aventuras, pero no ya pueblerinas de ferias de baja estopa sino fabulosas en otros continentes y culturas recogidas en letras, dibujos a plumilla y fotografías.

Finalmente, hay una hipótesis que así, como al desgaire, deja caer Garmendia. A saber, que, aunque no parece tener un especial empeño pedagógicos "Memorias de Altagracia" es también una investigación sobre la guerra. Así, construyendo historias que bordean el umbral de la vigilia y el ensueño ofrece digresiones de orden axiológico sobre la historia mundial misma, cuyos sucesos bélicos destruyen todas las ilusiones, por ejemplo, cuando el vendedor ambulante alemán Fritz en una fiesta confiese al tío Gilberto un acontecimiento íntimo del siguiente tenor:

-Entonces íbamos a casarnos en Múnich cuando llegó la guerra, ¡puuuuuuunn! ¡Ah, la guerra, señor, amigo mío! Uno puede estar en cualquier parte cuando llega la guerra. ¡Puuuuuunn! El fusil te mata, el cañón te mata, te mata el hambre, la granada, todo humo, todo llorar … ¡Ah, la guerra no sirve para nada! Aquí todos niños ustedes, bonito, niños …; no conocen la guerra (Garmendia, 1976., ob cit., p. 69).

En otra parte, cierra esta aparte de la siguiente manera:

-La guerra, muchacho, es una cosa triste-continuó, con voz ronca, quitándose una lágrima del pómulo-. Lo hemos perdido todo y ella ha muerto. Era la más linda muñeca alsaciana. ¡Mira qué viejo se ha puesto la pobre Fritz! (ob cit., p. 75).

En ese sentido, viene a ser una obra literaria de mucha actualidad que abarca muchas posibilidades de lectura entre las que destaca lo señalado aquí, otra viene a ser algunas cosas referidas a la historia regional y local, lo cual se podrá tratar en otra crónica breve posteriormente.



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Luis B. Saavedra M.

Docente, Trabajador popular.

 luissaavedra2004@yahoo.es

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