Ayer miércoles, caí de casualidad –de paracaídas– en la Cinemateca Nacional, uno de los espacios que compone el universo palpitante de espíritu, que es Bellas Artes en Caracas. Desde mi llegada a Venezuela, a este paraíso de color y contradicción salvaje constante, he andado como gitana, recorriendo calles, percibiendo todos los olores, y registrando en mi memoria el latido indeleble del pulso que brota de la calle, de las formas en que la gente no sólo sobrelleva la vida, sino en especial, cómo por todos lados en esta ciudad y en todos los rincones que componen la geografía nacional, muchos se dedican en carne, hueso y alma a construir país. Y aunque eso de construir país puede que suene trillado para algunos, tal vez lo es sólo en el verbo fútil, de quienes no se bañan de las circunstancias que les rodean. A quienes se hacen la vista gorda ante los otros, pese a sufrir muchas veces lo mismo, o quienes se quejan, y se quejan… y sólo se quejan.
Un contacto –más bien acoso de mi parte por redes sociales– a Anderson Rodríguez, un increíble equilibrista, artista de circo y diseñador, a quien tuve el honor de ver presentarse en San Agustín el pasado domingo de San José, y de quién compartiré pronto un breve reseña sobre su trabajo con Manzanoarte Festival; significó la coincidencia astral perfecta para presenciar la inauguración del “9no Festival de Cine Documental- Caracas-Doc”, del cual no había tenido referencia por descuido propio, quizá.
A las afueras del recinto, se concentraban personajes, que con su afable y consecuente carácter, han sido y son, semilleros de cambio. Con una barba gris –casi blanca– que le cubría media cara, y unos lentes de incógnito, se nos acercó para saludar amablemente, nada más y nada menos que el cineasta Rafael Estraga. Más allá, como un remolino de alegría y simpatía inagotable, el fotógrafo y periodista Félix Gerardi, quien trabaja en La Inventadera, una página web actual que recorre el país buscando a los innovadores de nuestro pueblo, en todo nivel; y en Ciudad Caracas. Más acá, de repente, Cacicahonta, con su look colorido y casi indescriptible en plasticidad; joven prominente quien en San Agustín el pasado domingo, conmovió al pueblo que se postraba a sus pies solemne y atento a Manzanoarte Festival, con la declamación de una potente poesía, en performance con una joven acróbata, proveniente de Inglaterra, quien recién se había internado en el Amazonas, en una experiencia de intercambio artístico con comunidades aborígenes. Resulta que Cacicahonta, fotógrafa también, hace parte de CACRI –Callejera Criolla– quienes también darían inauguración a la exposición fotográfica con dicho nombre, en el museo de Bellas Artes.
A eso de las 4 de la tarde, como si del retorno a un hormiguero se tratara; las voluntades de curiosos y ansiosos alegres, se fueron juntando por montones en este lugar, lleno de una vivacidad penetrante, y en la sala no cabía sentado un cuerpo más. A Carolina Dávila, directora del Festival, más de una vez se le “aguó el guarapo” al ver, cómo incluso, parados a lo largo de los pasillos, todos esperaban el cortometraje “Parque Central” de Andrés Agusti (1992) ¡Qué fantástico deleite! Imágenes consagradas al ritmo de toda manifestación humana, de todo eco, de toda cromática de la expresión viva de las cosas y gentes, que se movían y mueven en esta selva pujante que es Parque Central. Una gota en el diluvio que es Caracas y que es nuestro país.
Casi me caigo de mi banca cuando presentan la exposición de Callejera Criolla y me doy cuenta de que entre quienes exponen, se encuentra el pana Diko Betancourt. Me sobrecogió una tremenda emoción. Conozco a Diko de Mérida. Es historiador igual que yo, y con su hermano Fabián, compartí de a ratos, lo que llaman el underground merideño. Diko vivía en “La Poderosa”, a las afueras –bien afueras– de Mérida, en una casa familiar, cerca de una cabañita que alquilaba mi papá. Y en su casa me comí sendos pastichos de vegetales cuando caíamos en banda algunos panas a compartir con su hermano. Una que otra vez, me dio la cola en su camionetica vieja, cuando por loca, me quedaba varada por ahí, y entonces Diko no me “dejaba morir”, o como dicen en mi pueblo, no me dejaba “piche”. Recuerdo, que en una de esas colas, lo acompañé a la Escuela de Historia para que le firmaran el título porque se iba a graduar.
Todos, al finalizar “Parque Central”, nos fuimos en masa, a ver también la exposición de fotografía que le seguía. De la cantidad de almas expectantes reunidas, poco se oía la presentación a Diko. No tardó en darse cuenta de mi presencia, y como quien reconoce a un pana de años atrás, envuelto en la sencillez más pura, con una sonrisa y un dedo pulgar al aire, me saludó a lo lejos. Sigo su trabajo desde hace años, porque comparte sus imágenes a través de las redes sociales, y siempre me ha cautivado la capacidad y potencia de su trabajo, para transmitir la esencia pura de este país, a través de recorrer las calles, nuestras calles, una y otra vez, recogiendo los menesteres del día a día, registrando la diversidad que somos. No sé si sea el azar que le pone en frente personajes y momentos que siento nos describen a perfección, pero reconozco en cada una de sus fotos, una esencia que siento común. Porque camino, porque siento y porque respiro con la vehemencia de quien se busca a diario en los otros, que son asimismo los iguales. “Musawat”, uno de sus trabajos audiovisuales, también refleja este carácter.
Diko, con su cámara que lleva pa’ todos lados y su buena vibra, con su visión de lo común en lo singular y viceversa, es un obstinado al buen término que a este vocablo de obstinación, le cobija Hermann Hesse, como aquel que tiene un “sentido propio”.
La cantidad de gente en el Museo de Bellas Artes ayer, era abrumador y conmovedor, y en sus rostros, de todas edades, clases y formas, se percibe la ruptura con el superado y patético concepto del “arte”, como un abstracto ligado a élites que se atribuyen la “cultura” para sí, y se creen dueñas de las expresiones todas de lo bello. Ahora, nos encontramos en este espacio, y en esta Caracas y en esta geografía amplia, donde el principio del arte pretende un hecho de vínculo horizontal, en el reflejo del todo y de todos en la construcción de lo humano.
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