El Valenciano republicano que liberó París

Aquella mañana Amado Granell se levantó temprano. Tenía previsto negociar en el consulado francés de Valencia el cobro de su pensión como oficial del ejército galo. A las 6.30 ya estaba en la calle, antes de subir al coche aún tuvo tiempo de mirar hacia atrás y despedirse con la mano de Lina, su compañera, que le observaba desde la ventana. Ya no volverían a verse más. A las 8.45 aproximadamente, en la recta de Sueca a Sollana, tal vez en un descuido abriendo el termo de café del que consumía litros al día o mientras encendía un cigarrillo, su coche se salió de la calzada y quedó varado en un arrozal con las ruedas al sol. La muerte debió ser instantánea.

24 de agosto de 1944. Proximidades de París. Esa tarde el teniente Amado Granell, de la 2ª División blindada comandada por el general Leclerc, recibe la orden de avanzar hacia París. El grueso de su compañía, la novena del tercer regimiento de marcha del Chad, la formaban republicanos españoles que al término de la Guerra Civil huyeron a Francia o al Norte de África. Hombres como el aragonés Martín Bernal, conocido como sargento Garcés, militante de la CNT que de joven había sido torero, Larita II; como Antoni Miralles, del V Regimiento mandado por Líster, rescatado del olvido y recreado por Javier Cercas en su novela Soldados de Salamina; como el propio Amado Granell, comandante de la 49 Brigada Mixta del Ejército Popular de la República; o como Antonio van Baumberghen, Wamba, que de joven estudió en la Institución Libre de Enseñanza: él fue quien se encargó de rotular los blindados con unos nombres que no podían disimular su procedencia ni tampoco sus convicciones: Guernica, Guadalajara, Madrid, Teruel...

Al caer la tarde los hombres de Granell se encontraban en las proximidades de París. Desde la puerta de Italia él mismo comunicó a sus superiores: 20.45 horas llegamos a París. Enviado refuerzos. Con la ayuda de un parisino y de la guía Michelin se dirigieron hacia el Hotel de Ville. Una vez en el ayuntamiento, transmitió el parte a sus superiores y se entrevistó con los dirigentes de la Resistencia, Georges Bidault y el coronel Rol-Tanguy, este último antiguo combatiente de las Brigadas Internacionales en la Guerra de España. Esa misma noche Granell y sus hombres fueron entrevistados por Radio France. A la mañana siguiente el diario Libération abrió con la noticia de la liberación de París y con la foto de Granell, Rol-Tanguy y Bidault en el ayuntamiento de la ciudad de la luz. La noticia recorría Francia: París por fin liberada.

Pocos meses antes de la caída de Berlín, en febrero del 45, Roosevelt, Churchill y Stalin decidían en Yalta el porvenir de Europa. Un futuro nada halagüeño para el general Franco. Los aliados, tras condenar el régimen fascista del Caudillo, se pronunciaban a favor del restablecimiento de la democracia en la figura de Don Juan de Borbón. Éste no tardaría en difundir desde su exilio en Lausana un manifiesto requiriendo al general Franco que abandonara el poder al tiempo que anunciaba el que sería su gobierno en la sombra. Parecía que Franco tenía los días contados.

Sin embargo, al término de la contienda se pusieron de manifiesto las profundas diferencias ideológicas entre las dos grandes potencias vencedoras, la Unión Soviética y Estados Unidos, y tal como anunció Churchill en la primavera del 46 en la Universidad americana de Fulton, Europa quedaría pronto dividida por un «telón de acero». En este contexto, tanto Estados Unidos como Gran Bretaña contemplarán el caso español como un asunto interno que deberían resolver los españoles por sí mismos y en el que una victoria electoral de la izquierda situaría a España bajo la órbita soviética.

Franco supo sacar partido de los cambios que se estaban produciendo. En efecto, bastaron algunos retoques en su gabinete para presentarse ahora en el exterior como líder de un régimen anticomunista y católico. Un burdo maquillaje de un sistema político que siete años después de terminada la Guerra Civil era incapaz de satisfacer las necesidades básicas de la población y que pese a la críticas del exterior continuaba, impasible el ademán, con su despiadada persecución de los vencidos. Miles de ellos, los exiliados, prefirieron no volver a España. Amado Granell fue uno de ellos.

 Laureados en Francia, perseguidos en España. Al término de la 2ª Guerra Mundial Granell permaneció en Francia. Su elección no podía ser otra: de nuevo París. Su trabajo como gerente de la agencia de noticias Ferbus le permitía realizar frecuentes viajes al Reino Unido, Suiza y Portugal con un claro objetivo: la caída de la dictadura franquista y el retorno a un sistema democrático. Una tarea en la que estaban juntos, y no bien avenidos, socialistas, republicanos, libertarios y también monárquicos.

A principios de febrero de 1946, poco antes de su salida de Lausana para establecerse en Estoril, Don Juan de Borbón mantuvo una breve entrevista con Amado Granell. El 4 de marzo, el mismo día en que EE UU, Francia y el Reino Unido hacían una condena pública del régimen de Franco, Amado Granell llegaba a Estoril como enviado de Largo Caballero para entrevistarse de nuevo con Don Juan. Allí tuvo la primera de una serie de conversaciones con Gil Robles, del consejo privado del pretendiente al trono. Granell le presentó el plan de los socialistas para restablecer la monarquía, un proyecto que debía garantizar también un régimen de libertades. Gil Robles trasladó a Don Juan esta propuesta. Días más tarde ambas partes aceptaron un acuerdo de mínimos que debía ser ratificado en París por los líderes monárquicos y socialistas, y dado a conocer a los gobiernos de Francia, Reino Unido y Estados Unidos. Nada de ello llegaría a materializarse. El 23 de marzo, tras una larga enfermedad, murió en París, Largo Caballero, quedando así truncada la alternativa democrática propugnada por socialistas y monárquicos.

Hubo de pasar más de un año para que Granell y Gil Robles se encontraran de nuevo. El 14 de agosto del 47 se vieron en Lugano, Suiza. También en esta ocasión medió Granell para que se llevara a cabo una entrevista entre los líderes socialistas y monárquicos, Indalecio Prieto y Gil Robles. Ésta, bajo el patrocinio del ministro de asuntos exteriores británico Ernest Bevin, se celebró en Londres unos meses más tarde. Unas negociaciones que se dilataron en el tiempo y que acabaron dando un fruto tardío: en San Juan de Luz, a escasos kilómetros de la frontera, sellaban a finales de agosto del 48 un pacto para restablecer la monarquía y un sistema democrático. Demasiado tarde. El 25 de agosto Franco y el Conde de Barcelona acordaban a bordo del Azor la llegada de Don Juan Carlos a España para iniciar sus estudios. Don Juan quedaba definitivamente neutralizado.

Granell aún tardó unos años en volver a España. En 1950 abrió en París con otros republicanos españoles el restaurante Los Amigos, lugar de encuentro de exiliados de todas las ideologías. Por allí se dejaban caer también los socios de la Casa Regional Valenciana de París, núcleo de reunión del valencianismo republicano, de la que Granell fue vicepresidente en su primer consejo de dirección. Dos años más tarde, tal vez por desavenencias con sus socios, por simples discrepancias políticas, por problemas de salud; por todo ello, o al igual que miles de exiliados por la pura urgencia de volver, Granell decidió regresar a España.

Primero residió en Santander y más tarde en Barcelona y Madrid. En 1969, a los 71 años, se estableció definitivamente en Alicante, ciudad donde había trabajado como electricista durante los convulsos años de la República y en la que ahora regentaba un pequeño negocio de electrodomésticos. Desde su regreso en 1952 y a lo largo de esos 20 años de exilio interior, Granell no tuvo más remedio que ocultar su pasado: su protagonismo durante la Guerra Civil, la liberación de París aquel lejano 24 de agosto y más aún, nada de sus gestiones con los monárquicos de Don Juan en Portugal, Suiza y el Reino Unido. Tiempos de silencio en los que Granell como miles de vencidos no albergaba otra esperanza que la muerte del dictador. No tuvo esa suerte.

En el verano de 1972 la viuda del general Leclerc envió un telegrama de condolencia a la compañera de Granell. Su lápida en el cementerio de Sueca incluye las iniciales LH (Legión de Honor) y una hoja de palma sufragadas por el gobierno de la República francesa. Tres años después ocurrió algo en España que propició la transición hacia un sistema democrático como el que Granell defendió. Por fin, tras casi 40 años de dictadura los presos políticos salieron a la calle, los exiliados pudieron regresar. Se hicieron así realidad las anheladas reivindicaciones de libertad y amnistía, pero a ellas les siguió la amnesia, el olvido de unos hechos y de unos hombres y mujeres que dieron los mejores años de su vida a la causa de la libertad. Y los efectos de esa anestesia todavía perduran.



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José Juan Requena


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