Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro”. Es el primer párrafo de una novela de Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera. Empiezan así las buenas novelas. En las de García Márquez, desde el inicio, como buen periodista, hay una frase que invita a la lectura. Amor y muerte. Ingredientes perfectos para construir una historia.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Es el principio de Cien años de soledad, marcado por la muerte. O la perturbadora primera frase de la novela Metamorfosis de Frank Kafka: “Aquella mañana, al término de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa despertó convertido en un monstruoso insecto”.
La mujer y el hombre han escritos miles, millones de historias como estas. Son historias irreales o mágico-reales que tienen una ventaja: la tranquilidad que da saber que son una ficción.
Y es que puede ser bonito el mundo de la ficción. Pero la realidad suele estar tan cerca, que zambullirse en el realismo mágico es imposible. Sucede eso con la tragedia haitiana. La primera nación libre de América es esclava del mundo. Las catástrofes naturales en forma de huracanes o terremotos, el hambre, la discriminación, las dictaduras y ahora el cólera, es pura realidad trágica y terrible. Allí hay lugar para los amores en tiempos del cólera, pero sin la atmósfera épica que le imprime García Márquez a la historia de amor de Fermina Daza y Florentino Ariza o a la familia Buendía y sin los tormentos que inventó Kafka para Gregorio Samsa.
Haití es un millón y medio de personas viviendo en campamentos en Puerto Príncipe a raíz del terremoto, Haití es más de mil muertos por cólera con más de 18 mil infectados. Haití es hambre, es emergencia sanitaria por falta de agua potable. Es un país ocupado desde 2004 por la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, acusada de ser la responsable de la reaparición del cólera. Haití es un país devastado. Haití es una tragedia que rebasa la imaginación de cualquier escritor. Pensar en Haití duele. ¿Será que algún día tendrán una alegría?
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