La PDVSA que fue definida por los mismos dirigentes de la cuarta
república como un Estado dentro del Estado; la misma que fue dirigida
durante cinco años por un funcionario al servicio del Departamento de
Energía de los Estados Unidos; aquella cuyos directivos sostenían que era
necesario privatizarla parcialmente para darle, con el dinero recaudado,
un “palo” a la deuda externa; la PDVSA que cobraba y se daba el vuelto
al actuar como operadora y como rectora de la política petrolera del
país; la misma que obligó al Estado venezolano a renunciar al derecho de
cobrar regalías a las empresas internacionales por la explotación de sus
recursos naturales; esa empresa que por estar comprometida con la
oligarquía venezolana le eliminó la retroactividad de sus prestaciones a
la mitad de sus trabajadores; aquella cuyos directivos se negaron a
aceptar la ley que facultaba a la máxima autoridad del país a nombrar la
junta directiva de la misma; aquella que fue usada para generar un caos
en el país; la organización que estuvo dirigida por unos inmorales que la
sabotearon salvajemente; dejó de existir… hoy no es más que un triste
recuerdo.
Frente a esa realidad surgió una empresa comprometida con el desarrollo
endógeno de la nación; una corporación con profunda orientación social e
incorporada integralmente a los planes y estrategias elaborados por el
ejecutivo nacional.

Cuando los trabajadores petroleros asumimos el reto no sólo de poner
nuevamente en funcionamiento la industria petrolera nacional, sino de
crear una nueva PDVSA, sabíamos que seríamos blanco de un ataque
despiadado y de la descalificación con la que la canalla suele actuar.
De incompetentes, esquiroles y ladrones fuimos calificados por quienes se
enorgullecían de anunciar en público los resultados de sus acciones de
saboteo. “No se está produciendo ni un solo barril y las poblaciones
aledañas a las instalaciones petroleras corren grandes riesgos, por la
incapacidad de quienes intentan operarlas” anunciaban a diario los
líderes de aquella PDVSA.

Mientras esto ocurría en los canales de televisión, los trabajadores
patriotas paso a paso y pozo a pozo reactivaban la producción y la
empresa.
Quienes estuvimos allí nunca olvidaremos el daño que esa gente le causó a
la industria petrolera y al país, y las dificultades vividas durante su
recuperación; pero tampoco olvidaremos la pasión, el amor y el sacrificio
de quienes dieron un paso al frente, en defensa de la verdad, de la
ética, de la moral y del amor a la patria.

Afirmar que todas las dificultades fueron superadas sería faltar a la
verdad, pero existe una verdad innegable a la luz de los resultados
obtenidos: La Nueva PDVSA es reconocida como una de las empresas más
importantes del mundo y es hoy pilar fundamental de un proceso político,
económico y social que intenta hacer de la patria de Bolívar tierra
libre, justa y próspera.

Claro que tenemos menos dificultades, pero quienes piensan que no las
superaremos, se equivocan como se equivocaron aquellos que afirmaron y
creyeron que éramos unos incompetentes.
Todos debemos recordar aquel descaro con el que afirmaban que los
integrantes de la Nueva PDVSA jamás habíamos visto una computadora; que
en los mercados populares se vendían nuestros equipos y que guardias
nacionales, con ametralladoras en mano, obligaban a trabajar a los pocos
empleados que asistían a sus labores.
Se tuvieron que tragar sus palabras. Los hicimos callar a punta de
eficiencia y trabajo tesonero.

Hoy a ocho años de aquella tragedia generada por unos apátridas ebrios de
odio y prepotencia, los trabajadores petroleros nos sentimos orgullosos
de haber contribuido a que el país saliera del foso al cual había sido
lanzado por aquellos a quienes el destino de la patria siempre les fue
indiferente.
Con estas líneas queremos expresar nuestro más profundo agradecimiento a
todos los trabajadores que hoy ocho años de haber dicho NO, a quienes
intentaron acabar con los sueños de la patria bonita.


arellanoa@pdvsa.com