Abusar, según el nunca bien ponderado diccionario de la Real Academia Española (RAE), es “usar mal, excesiva, injusta, impropia o indebidamente de algo o de alguien”. Y enumera algunos abusos. De autoridad: el que comete un superior que se excede en el ejercicio de sus atribuciones con perjuicio de un inferior. De confianza: infidelidad consistente en burlar o perjudicar a alguien que, por inexperiencia, afecto, bondad o descuido, le ha dado crédito. De superioridad: circunstancia agravante determinada por aprovechar en la comisión del delito la notable desproporción de fuerza o número entre delincuentes y víctimas.
Pero hay otros tipos de abusos que no enumera el diccionario de la RAE. Se abusa de la paciencia, que es sinónimo de “sacar de quicio”. También se abusa de la “nobleza” de la gente, que consiste en creer que algunas personas nunca captarán que se les somete a una relación basada en la inequidad y en el aprovechamiento.
Y existe el abuso oficial, que es una mezcla de todos estos abusos, pues quien lo comete debe estar presto, preparado, con todos los sentidos y los conocimientos en alerta para evitarlos y combatirlos. Valga decir que en la ciudad de Caracas casi todos abusamos. Unos más que otros, no hay que decirlo.¡Pobre ciudad!
Abusa el motorizado que es padre de familia, que es escolta, que es mensajero, que es deportista o que es taxista cuando sube a una acera o cuando se “come” una flecha. Abusa el peatón que cruza en mitad de una calle. Abusan los conductores de carros que hacen giros indebidos, conducen ebrios o que circulan por el hombrillo. Abusan todos y todas los que tiran papeles en las calles.
Y es que los abusos se multiplican y se hacen costumbre. Hay uno sostenido, sistemático, impune e inmune que vale la pena comentar. A los asiduos visitantes de la casa desde donde se lanzó el Cabito, por miedo a telúricos movimientos, les autorizan estacionar sus “camionetotas” casi en las herraduras de las patas de estatua ecuestre de El Libertador en la plaza Bolívar de Caracas. Lo hacen con la venia, es de suponer, de las máximas autoridades de la Cancillería y bajo la mirada perpleja de cientos de venezolanas y venezolanos que diariamente transitamos por la plaza con más historia en Venezuela.
En el último encontronazo cercano con este abuso, del tipo oficial, nos ganamos un “váyase a dormir, vieja” que espetó un escolta montado en su “motota”, estacionado frente a la casa en cuestión. Abusador y, de paso, mentiroso. Estés montado en una “camionetota” o en una “motota”, se cometen los mismos abusos con la misma intensidad y desparpajo. ¿Qué hace falta para frenarlos? Parece que unos conos no bastan.
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