Nadie duda acerca del valor de la imagen cuando se quiere transmitir un determinado mensaje. Una boina roja puede convertir a cualquiera en “chavista” aunque no lo sea. Unas manitas abiertas, dibujadas en trazos simplificados para “esténcil”, puede evocar a cualesquiera de esas llamadas “revoluciones de colores” o a sus seguidores en cualquier parte del mundo.
El férreo puño del poder obrero puede ser secuestrado por el fascismo que cambia la mano abierta y extendida en pleitesía al führer por un puño con nuevos significados de “sutil” agresividad, que podría empuñar una antorcha o un soplete para quemar vivos a 43 estudiantes de una escuela normal rural mexicana asentada en Ayotzinapa... por ejemplo.
Hace unos cuantos días atrás publiqué una nota de opinión que titulé “De las siete estrellas al Liv fascista de cuatro dedos en las nuevas guarimbas”, poco tiempo después de su aparición en las páginas de www.sietealacarga.com.ve y aporrea.org recibí una llamada de una amable voz femenina que se identificó como parte del equipo (Ad honorem, me dijo) de la organización conocida como Liv, a la que yo aludía. Me manifestó su deseo de invitarme a conocer mejor al grupo, a sus talleres, a las tareas que realizan en el país, porque se trata de una fundación, originalmente radicada en Colombia y que imparte “formación” entre grupos de jóvenes “apolíticos”, siempre insistió la chica con quien conversaba.
Ninguna razón me asiste para desconfiar de la buena voluntad de la interlocutora que se las ingenió para obtener mi número telefónico y tratar de persuadirme de los buenos propósitos de Liv. Lo que si poseo son elementos suficientes para que se disparen todas las alertas cada vez que aparece una organización de este tipo. Generalmente financiadas por organismos internacionales, con instructores o promotores que son expertos repetidores de discursos estereotipados, edulcorados y filantrópicos, siempre con la promesa de llevar a los individuos a un nivel de desarrollo “óptimo” en su vida personal, en su intelecto y espiritualidad. Es decir, los típicos “detergentes” para lavar cerebros y crear fanáticos, haciendo uso de algún término, preferiblemente en el idioma de sus amos, como “coatching”, que haga sentir a quienes se les endilga, que empiezan a ser “gente importantaza”.
Nuestro alerta es para no pecar de ingenuos y para que las direcciones de recursos humanos de nuestras instituciones del Estado venezolano, no se explayen abriendo sus puertas para que se dicten talleres o cursos de “deformación”, cuyos intereses pueden estar claramente definidos a favor de los de los enemigos de la Revolución Bolivariana.
En Venezuela hay amplia libertad de cultos y ese tema no está en cuestionamiento. Lo que se coloca en entredicho es el desarrollo de peligrosas sectas, que no son exclusivas en nuestro país, que no aparecen solamente en estos tiempos, pero que sí cumplen objetivos abiertamente desestabilizadores, que son fascistas y que aparecen perfectamente orquestados dentro de las amenazas contra nuestra Revolución Bolivariana y sus avances.
Investigar a Liv, su propósitos, objetivos, financiamiento, los contenidos de sus talleres, es una potestad del Estado venezolano y sus órganos rectores de la educación. Investigar no es acusar, pero cuando el río suena...