Charlotte en “estado de emergencia”

El gobernador de Carolina del Norte declaró el Estado de Emergencia en la ciudad de Charlotte. Si está despistado, esta población no se encuentra en Medio Oriente, África o algún país latinoamericano. No, Charlotte está en la mismísima Costa Este de Estados Unidos (a medio camino entre Miami y New York).

El tema es que Charlotte está encendido, lleno de indignación y protestas por el asesinato del afrodescendiente Keith Lamont Scott a manos de la policía. Nuevamente un caso de exceso policial, un nuevo asesinato racial de un ciudadano afrodescendiente totalmente desarmado e indefenso. Su asesinato no pudo ser ocultado o disimulado porque los videos del crimen fueron difundidos por los testigos y han dado la vuelta por todo el mundo.

La gente ha salido a protestar y las autoridades han ordenado contenerlos por la vía de la disuasión violenta, generando otro fallecido, más heridos y numerosos detenidos. Pero la matanza de ciudadanos afrodescendientes indefensos no se detiene. Es algo cotidiano. En Tulsa (Oklahoma), una mujer policía asesinó al afrodescendiente Terence Crutcher, al cual nuevamente los videos muestran caminando cerca de su vehículo accidentado, totalmente rendido con las manos en alto. Sin embargo, la mujer policía blanca le efectuó varios disparos mortales. Eliminó de manera preventiva la “amenaza” afrodescendiente, utilizando la lógica de la limpieza étnica utilizada en muchas regiones en conflicto.

¿Qué pasa? No es Estados Unidos el paraíso terrenal, el imperio recto, la sociedad perfecta, el ejemplo de democracia y civilidad para todo el planeta. Parece que el tan mercadeado “sueño americano” tiene varios lados oscuros, bizarros y sanguinarios. Con espeluznante recurrencia están floreciendo décadas de racismo y exclusión social. La lucha por los derechos civiles y la igualdad que tanto soñó Martin Luther King, inspirando a todo el planeta, está reñida con los objetivos de los carapálidas seguidores del “Destino Manifiesto” de mantener intacta la “supremacía de la raza blanca”.

Pareciera que el Ku Klux Klan (KKK) dirige el pensum académico y la formación (principalmente en valores civiles) de los policías locales y estadales de toda Norteamérica. Con cierto parecido, estos policías blancos parecen entrenados con los manuales adecos del tenebroso Rómulo Betancourt: disparen primero y averigüen después. Lo peor es que no hay autoridad que intente detener la masacre. Nadie hace nada. Los policías juegan al tiro al blanco con la población afrodescendiente, con total descaro e impudicia.

El espiral de violencia policial, con asesinatos, disturbios y más represión policial se ha repetido en Ferguson (Missouri), Baltimore, Dallas, New York, Ohio, Oklahoma, Carolina del Sur, Alabama, Louisiana, Minnesota y ahora en Charlotte (Carolina del Norte).

Todos estos casos han tenido un común denominador: la exoneración de los policías una vez son presentados ante la justicia. Cuando baja la presión mediática los tribunales exoneran a los policías blancos, los cuales vuelven nuevamente a las calles.
Con total resignación e impotencia, al propio Obama (primer presidente afrodescendiente en toda la historia de Estados Unidos) le ha tocado someterse al establishment. Sin ningún tipo de fuerza para cambiar el estatus quo dominante, sin pena ni gloria, se le ha escuchado balbucear: “Del racismo no estamos curados”.

El problema de la violencia racial es de tal magnitud en Estados Unidos que el Comité de Derechos Humanos de la ONU señaló que “la discriminación racial es una política constante en el país” (2014). No hablaba de Afganistán, hablaba del interior del imperio más poderoso de la tierra. Del Sheriff, juez y verdugo del mundo. Es decir, bajo las alfombras mismas de la casa del impoluto Tío Sam.

Si continúan estos desmanes contra las minorías étnicas y religiosas, podrían los países de la ONU declarar a Estados Unidos una sociedad fallida. Con bastante ironía hay quien pregunta si se le puede aplicar la Carta Democrática Interamericana de la OEA al pomposo imperio norteamericano. De seguro, sobre el cadáver exquisito del nefasto Almagro y de la derecha neoconservadora regional.

En todo caso, parece más que evidente que la sociedad norteamericana vive un lamentable y tenebroso maleficio. La cultura de la violencia y el armamentismo también ha alentado a sus desequilibrados “lobos solitarios”. Cuando les da la gana de “activarse”, acribillan a mansalva a ciudadanos inocentes en centros comerciales, escuelas y universidades, restaurantes, discotecas y hasta dentro de las mismísimas bases militares. No hay límites para la perversión. Eso sí, todos los tiradores siempre están muy bien apertrechados con el sofisticado armamento que el propio gobierno les permite tener. Eso se llama tener derechos.

El futuro se vislumbra poco alentador para el pueblo norteamericano. Más nubarrones que otra cosa. Donald Trump e Hillary Clinton compiten en igualdad de condiciones en tozudez, soberbia e irracionalidad. La Casa Blanca no cambiará su política belicosa y mucho menos tendrá voluntad política para combatir la xenofobia y el racismo que impera libremente en territorio norteamericano. Dios proteja al pueblo afroamericano.



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Richard Canán

Sociólogo.

 @richardcanan

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