¡Niños asesinos!

Es horroroso. Incomprensible. Lamentable, y lacerante, ver lo que está pasando frente a nuestros ojos. Está pasando en tu país. En mi país. En nuestro país. Era la gota que faltaba. ¡Niños asesinos! Niños que deberían estar estudiando en una escuela, o un liceo. Adolescentes que deberían estar estudiando en una universidad. Pero ni lo uno ni lo otro. Sólo están en las calles. Abandonados a su suerte. Armados. Armas de fuego, para unos. Armas filosas, o blancas, como les dicen, para otros. Parecen fieras. Viven en la oscuridad de la jungla. Se esconden. Y aparecen, como fantasmas para atacar sus presas.

Me dio dolor. Profundo dolor. Dolor inconsolable, leer como cinco o seis, niños y un adolescente. No les temblaron sus manos para acuchillar a dos sargentos del ejército. Los dos murieron. Mientras tantos estos imberbes irán a parar a retenes especiales para menores. ¿Qué pasará allí? Ese es el lugar. Esa es la escuela. Ese es el liceo. Esa es la universidad. De allí, si es que salen, saldrán graduados en hechos delictivos, Suma Cum Laude. Y no les quepa duda, emprenderán una carrera “exitosa” que no terminará sino en un hoyo de metro y medio, o dos metros de profundidad.

¿Qué está pasando en esta sociedad? Nosotros, los venezolanos y venezolanas, no éramos así. Éramos gente buena. Niños, jóvenes y adultos de buenas costumbres. Éramos formados en hogares sólidos. Plenos de amor. Plenos de cariño. Plenos de buenas costumbres. Los ejemplos de los padres eran ejemplos para la vida. Para crecer y dar de sí lo mejor, por pobres que fuéramos. Urge al Estado, como garante del bienestar integral de su gente, tomar acciones para preservar la vida de todos. Para preservar la vida que comienza. La vida que se desarrolla. Y la vida adulta, que produce y que sólo clama por una mejor vida.

Casos como el de este horroroso asesinato tiene que llamar la atención del Presidente Nicolás Maduro y de sus colaboradores. Algo anda mal. Algo huele a podrido. No esperemos que nos caiga el chaparrón encima, para buscar donde guarecernos. Hagámoslo antes. Seamos previsivos. Seamos eficientes. Vayamos por las calles, viendo y solucionando los problemas, antes de que estos se conviertan en una amenaza colectiva. Pero sobre todo, seamos generosos, no sólo con nosotros mismos, sino con los demás. La vida es sagrada. Nos la dio Dios. Tenemos el deber de apreciarla, quererla y protegerla. ¡Alerta roja! Señor Presidente, hechos como el acaecido en Caracas, donde dos jóvenes sargentos fueron acuchillados, hasta quitarles la vida, a manos de unos niños y un adolescente, no pueden volver a ocurrir. ¡Alerta, alerta, alerta que camina por las calles el monstruo que nosotros mismos hemos creado!

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Hechos como estos, acusan a la Revolución Bolivariana. No tengo la menor duda. Son casi veinte años de proceso revolucionario. Suficientes para haber construido una sociedad mejor. Una sociedad donde todo el mundo viva bien. Y llamó bien, refiriéndome a la preservación de la vida. Una vida sagrada, que es un regalo de Dios.

Basta de excusas. 20 años no es poca cosa. ¡Ya basta!



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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