"La hipocresía y la enorme presión sexual motivada por la sexofobia de la época, contrasta violentamente con el oculto comercio sexual con menores"
Erika Bonay
Llamar a este refugio "Virgen de la Asunción" no es más que una evidencia de la hipocresía de la sociedad y del Estado, que por un lado somete a las niñas y adolescentes a rigurosas restricciones morales y, por el otro, las ofrece impunemente como esclavas sexuales de 14 años. Que por un lado las somete al encierro de la casa materna o de un refugio, y por el otro las hipersexualiza; que las obliga a la virginidad no elegida a la vez que erotiza sus uniformes de colegialas.
El pasado 8 de marzo, precisamente durante la marcha del Memorial de las Mujeres Trabajadoras, se comenzó a correr la voz de que en el albergue Hogar Virgen de la Asunción había habido un incendio y que unas de las niñas refugiadas habían muerto. Primero eran 11, luego 19, 23, cada momento subía el número, el espanto y la incertidumbre. Aún no se tienen datos precisos, pero al parecer había sido una provocación. La noche antes, algunas y algunos de los adolescentes habían intentado escapar, fueron capturados por la policía, devueltos al refugio y encerrados en un pequeño cuarto con candado por fuera, hombres por un lado y mujeres por el otro. Al querer salir del encierro las chicas, cincuenta y seis, prendieron fuego a un colchón para obligar a la policía a que abriera el candado y las dejaran salir. Pero no fue así, a pesar de que la policía y las autoridades estaban presentes, 43 de ellas murieron y las otras 13 quedaron gravemente heridas. Casi es imposible de contar, es como describir el mismo infierno. Aún no hay personas sentenciadas por estos asesinatos, ni siquiera responsables claros. Impunidad infinita. Hay tantos hitos dentro de esta situación que resulta complejo elegir uno solo para tratar de entender en una mínima parte el asesinato de estas adolescentes. Elegiré uno solo y es sobre la criminalización, específicamente sexual, de estas mujeres.
¿Quiénes son las niñas que están albergadas en el Hogar Virgen de la Asunción? Son mujeres menores de edad que requieren tutela del Estado por su condición precaria de vida. Algunas están en peligro por el acoso de las pandillas en sus barrios, otras porque son abusadas sexualmente al interior de sus casas o por abuso doméstico: económico, emocional o físico, en calidad de abandono o por explotación. Después de algún tipo de denuncia son albergadas temporalmente en estas instituciones, algunas son públicas y otras privadas; el Hogar Virgen de la Asunción es institución estatal. Después de algunos protocolos médicos, psicológicos y legales, las personas menores albergadas son "devueltas" con algún familiar en un ambiente seguro.
La población de estos lugares no debería ser, pero muchas veces lo es, infractora de la ley. No es población recluida, es un albergue, no un centro carcelario para menores infractores. ¿Pero entonces, por qué las niñas tendrían que escapar, por qué están encerradas en un edificio que tiene muros de tres metros de alto? ¿Por qué no pueden salir de acuerdo a su voluntad? ¿Y por qué es la policía la que las captura si no son prófugas de la ley?
Yo creo que esto sucede porque estas adolescentes son criminalizadas, usando el concepto de Gustavo Illescas, y la criminalización es el resultado del entronque entre la estigmatización y la judicialización. En este hecho hay una variante, su criminalizacion se hace efectiva con la captura por la policía y ellas, según los protocolos, deben pasar por un juez antes de ser llevadas de nuevo al albergue. Ese juez debe emitir una autorización, no de captura, sino en respuesta a una alerta de protección a la infancia, pero al ser capturadas por la policía sin esta orden, tal como sucedió, todo se enmarca más en un asunto de judicializacion y no jurídico. Su captura, pese a que no son prófugas, implicó su inmediata judicialización, ninguna noción previa de inocencia a la que toda persona ciudadana tiene derecho. Estas adolescentes son una población a quien la criminalización les resulta inherente. La captura, su judicialización, es aceptada y justificada. Estas niñas y las personas albergadas, son estigmatizadas socialmente por su condición de empobrecimiento, su edad, la propia violencia sufrida y por su género. Aquí me quiero detener: en la estigmatización.
Se ha construido una mirada patriarcal sobre los cuerpos y la sexualidad de las mujeres, esta incluye niñas y adolescentes. De todas se entiende que son engañosas, seductoras por naturaleza, perversas y que atrapan a los hombres con su sexo. A la vez se construye la idea de que los hombres no pueden controlarse ante esta "provocación" y que simplemente sucumben por sus instintos ante las mujeres, la que puede llevarlos, desde una relación de enamoramiento hasta la violación sexual.
De las niñas y adolescentes se desarrolla la idea heteropatriarcal y adultocéntrica, que su inocencia, pureza y virginidad son eróticas y por los tanto sexualmente excitantes. La noción patriarcal de la sociedad obliga a no ver a estas mujeres, en determinadas situaciones, como víctimas de abuso sexual, prostitución o acoso sexual, sino como provocadoras, debido a su "naturaleza" erótica. Lo cual disculpa a los hombres y a ellas las estigmatiza como sexualmente sugestivas. Por otro lado, es una idea adultocéntrica porque ve a las personas jóvenes como atolondradas, impúdicas, descontroladas e inexpertas. Por lo que una noción de poder y control se incrementa: son atractivas porque deben ser controladas, es una erotización de la dominación a una mujer niña. Parece patológico ¿no? Pero no lo es, es un resultado permisivo de la imbricación de las opresiones.
Esto se complejiza aún más bajo una mirada de clase: las niñas que están albergadas viven en condiciones de empobrecimiento. La pobreza es de por sí criminalizada. Vivimos en una sociedad aporofóbica, es decir, en las que la pobreza es una fobia. La fobia, a diferencia del miedo que en general, nos hace alejarnos, provoca rechazo y se parece más al odio, por lo que suele acompañarse de agresiones.
Así, estas niñas y adolescentes bajo la tutela del Estado, cargan con estos tres estigmas: la supuesta preciosidad sexual, la edad y la pobreza. Esto las convierte en peligrosas, son una amenaza para la estabilidad y el orden social, su reclusión parece entonces obvia y aún necesaria. Todo esto las hace vulnerables, de modo que no es de extrañarse, pero sí de indignarse, que nueve de estas jóvenes de entre 14 y 16 años estuvieran embarazadas. ¿De quién? Esta pregunta prevalece aun cuando llegaran al albergue en estado de embarazo.¿Por qué una mujer de esa edad estaría embarazada?
Tampoco resulta sorprendente que se sospeche de redes de trata de niñas para la prostitución dentro del Hogar Seguro, porque de hecho en estas condiciones, ellas son moneda de cambio para redes que hallan en esos estigmas una forma de rédito, ahora además las tienen cautivas y tuteladas. Esta forma de esclavitud sexual se facilita, pues son personas carentes de derechos que no alcanzan el status de ciudadanía, quienes para la sociedad carecen de valor alguno y, por tanto, si son vendidas al mejor postor, "nadie" preguntará por ellas, y lo que es peor, ni por ellos: por los tratantes o los clientes.
Esto es porque la idea que tenemos de estas adolescentes contrasta con la imagen de lo que "debe" ser una niña: recogida en casa, vestida de uniforme, con moños en el pelo. Por lo tanto, al no acomodarse a esa imagen estereotipada, las vemos inmediatamente como delincuentes. Para la sociedad, a estas niñas les pasa todo lo que les pasa, por no ser buenas. Esta aseveración es moralista porque es patriarcal, clasista, adultocéntrica y hasta racista, pero sobre todo desvía la atención y desdibuja la participación de todos los agresores: el Estado incompetente, la sociedad hostil, los violadores, los clientes, los tratantes, la policía, etc. Como resultado, la reclusión de las adolescentes sustituye a la justicia. Para este Estado guatemalteco y su sociedad resulta más fácil recluirlas que hacerles justicia.
Será imposible volver a caminar por estas calles en la marcha del 8 de marzo sin que arrastremos la sombra de la vida de estas niñas, serán el recordatorio de nuestra indiferencia, desprecio y falta de voluntad. Serán otras 56 mujeres más quemadas, que se añaden a la lista de las 400 brujas del Renacimiento europeo y a las 146 textileras de la fábrica Cotton en Estados Unidos y en memoria de las cuales las mujeres se organizan para manifestarse el 8 de marzo.
Llamar a este refugio "Virgen de la Asunción" no es más que una evidencia de la hipocresía de la sociedad y del Estado, que por un lado somete a las niñas y adolescentes a rigurosas restricciones morales y, por el otro, las ofrece impunemente como esclavas sexuales de 14 años. Que por un lado las somete al encierro de la casa materna o de un refugio, y por el otro las hipersexualiza; que las obliga a la virginidad no elegida a la vez que erotiza sus uniformes de colegialas.
Por eso el 8 de marzo no es una celebración, es un memorial para no olvidar a las mujeres que han sido víctimas del sistema patriarcal, heteronormativo y capitalista, no es celebración, es denuncia y es protesta. Es la memoria del luto y la resistencia.