-
Si el desorden precede al orden, en tu abigarrada interrupción no hay ni lo uno ni lo otro. Ni cohesión ni coherencia.
Con un envoltorio filosófico discreto, una actitud histórica viva y ese apasionado fervor por una denuncia estrechamente vinculada con el pueblo, viertes, quizá, una de las críticas más constructivas que haya conocido sobre cómo debemos enfrentar la alerta de Vivas Santana: "DGCIM me está llevando detenido". Porque, allí, donde se cree que existe algo, nada concurre: la ausencia de una respuesta podrán atestiguar el siempre aplaudido atropello; pero, jamás, la comparecencia de una decisión que permita articular al gobierno nacional con aquél que le proporciona su razón de ser, el de la conjugación con la cohesión y la coherencia.
La pertinencia de su crítica bien puede manipularse como si se tratase de un proyecto político personal, en él se contienen los elementos ineludibles de una razonada intención: el sincretismo socio-antropológico, la obediente formación institucional, la transculturización, la comunión del cristiano con la glorificación de nuestras divinidades, siendo ésta última simbolizada por una canallesca decisión judicial, cuyo significado y su lectura inicial han sido transgredidos por el envilecimiento de una Venezuela donde inexiste el orden y el desorden.
Me pregunto, ¿Habrá tiempo y voluntad para un giro que se reencuentre con la nada o continuaremos sin saber que es esa persona y qué representa? Javier Antonio ha sido un iconoclasta de lo profesionalmente amorfo y desapacible, sin actos de habla, con textos enmudecidos y discursos inexpresivos que hieren soledades y braman desesperadamente su propia destrucción. A Javier Antonio no le tientan las melifluas galanterías de la ambición ni aún las de su propio poder; lo he conocido como un hombre íntegro, autónomo, con un desamor por las humillaciones, lo que demuestra que sus objeciones obedecen a criterios estrictamente personales.
Si el desorden precede al orden, en esa abigarrada interrupción no hay ni lo uno ni lo otro. Ni cohesión ni coherencia. Allí cada voz pudo apilar su mal habida conducta como quien lanza al vertedero su cuota de ciudadano infame. Se trata de un vulgar hacinamiento que apenas podrá emparentarse con un gusto inmaduro, sin ninguna otra pretensión que no sea la de la ilusión de una transformación inteligente. Esa decisión judicial podrá modificarse, enmendarse, pero si no atiende a un sentido de justicia, derivado de sus vitales componentes, concluirá en un gobierno opresor.
¡Que se abran cien flores y florezcan cien escuelas de pensamiento¡