Es notorio, publico y comunicacional, que contra Venezuela, la administración estadounidense dirigida por Donald Trump, ha desatado una alucinante guerra económica que ya alcanza la descripción de terrorismo, al tratar de doblegar por hambre, bloqueo económico y financiero, agresiones, intentos de golpe de Estado o magnicidio a un gobierno legítimamente elegido por la mayoría de su pueblo, pero que no es del agrado de Washington. Estados Unidos mantiene una guerra económica con visos de terrorismo, contra la nación bolivariana, mientras su pueblo une filas para enfrentar los embates con apoyo de naciones amigas independientes de varias regiones del mundo. El mayor terrorista de la historia. Nadie cometió tantos atentados como Washington, antes y después de Hiroshima y Nagasaki. El asesinato del General Qassem Suleimani, orgullosamente reconocido como tal, por un impresentable e inimputable Donald Trump rebosante de felicidad, al comunicar su aniquilación en el país de IRAK, es una perla más de lo gobiernos de la águila real.
Es una burda e inmoral contradicción que el Gobierno de Donald Trump justifique acciones terroristas de Estado, enarbolando banderas de democracia, usurpación de poder y abuso de los derechos humanos. El Gobierno de EE.UU. lleva aproximadamente 20 años desarrollando una serie de estrategias mediáticas, geopolíticas y sanciones económicas con la intención de desprestigiar y doblegar al gobierno bolivariano electo democráticamente en Venezuela, encabezado en un primer momento por Hugo Chávez, y actualmente por Nicolás Maduro. Durante los gobiernos de George W. Bush y Barak Obama, las estrategias se centraron mayormente en sanciones a la compra de armas y hacia funcionarios públicos, llegando a establecer este último mandatario el decreto presidencial 13692 que tendía a calificar arbitrariamente a Venezuela como amenaza extraordinaria para la seguridad nacional y para la política exterior de Estados Unidos.
Una vez llegado al poder Donald Trump, imponiendo un bloqueo, adoptando dichas acciones un nivel internacional, no sólo creando figuras políticas ilegítimas e irracionales como el caso exdiputado rastrojo Juan Guaidó, sino congelando bienes y activos derivados de la venta del crudo venezolano, prohibiendo además a cualquier empresa, particular y entidad norteamericana realizar transacciones con el gobierno, la empresa petrolera PDVSA y con el Banco Central de Venezuela. La Unión Europea y otros países aliados del imperio se han sumado a apoyar dicha estrategia terrorista de bloqueo económico y ensayos de intervención político militar incentivada por el gobierno de Donald Trump.
Es una burda e inmoral contradicción que el Gobierno de Donald Trump justifique acciones terroristas de Estado, enarbolando banderas de "democracia, usurpación de poder y abuso de los derechos humanos" para derribar gobiernos constitucionales como el de Venezuela, cuando es el mismo Donald Trump quien presenta acusaciones de tal característica en su propio país, llevado incluso ante procesos de impeachment, y que actualmente su administración (gobierno concluido) presenta la mayor crisis social y económica en la historia de EE.UU. tras la masiva ola de protestas desatadas tras el asesinato del afroamericano George Floyd.
Desde Venezuela, destacamos la necesidad de contar con una decida cooperación internacional entre todos los Estados, a fin de prevenir, combatir y eliminar el terrorismo en todas sus formas y manifestaciones, y para tener éxito en nuestros esfuerzos contra el financiamiento de este flagelo y contra las narrativas e ideologías que le alimentan, incluyendo el discurso del odio, la intolerancia y el hoy creciente extremismo violento motivado por ideologías supremacistas que explotan las divisiones y los problemas propios de cada nación para incitar la comisión de ataques terroristas. Los estados terroristas, no son Cuba, Nicaragua, Irán y Venezuela, todo lo contrario, estos estados son víctimas del terrorismo, la responsabilidad del en el mundo la tienen Israel, EE.UU y el estado Colombiano.