Hay que ser verdaderamente audaz, además de imbécil, para ponerle el nombre de Nixon a un venezolano. Richard Nixon fue el hombre más escupido del planeta en 1958, de tal manera que el parabrisa del carro que lo conducía a Caracas se atascó y quedó descoyuntado. Richard Nixon mandó arrojar sobre Hanoi en un solo día tantos explosivos convencionales como en toda la guerra mundial.
Richard Nixon asesinó a Allende, impulsó la guerra de Vietnam y se alió con los mayores criminales que atentaron contra Kennedy, entre ellos el jefe de la CIA, Edgar Hoover (ultra degenerado homosexual) hasta que finalmente fue echado de la Casa Blanca como un vil cerdo, por el escándalo Waterwate. Quizá, con la modernidad supra lacaya de algunas personas, en el futuro para los hijos de ciertos escuálidos nos encontremos con nombres como, Bush, Cheney, Rumsfeld, Condolezza, Kissinger, Negroponte, Shapiro, Alcapone, Hitler, Pinochet, Stroessner.
El Nixon de aquí ha lanzado tanto asco sobre la decencia, sobre la respetabilidad que merece la academia que ya no le quedaba espacio que no hubiese degradado en Mérida. Él tiene que hacerle honor a su nombre, a su facha, a sus seguidores. Richard Nixon mataba a ciudadanos de Hanoi por sus ideologías, por ser comunistas, el moreno Nixon de la ULA se está inmolando por los ideales que preconizan los Robert Alonso, Cabeza de Motor o Antonio Ledezma.
Ahora tenemos aquí, pues, a nuestro Nixoncito, mimado, idolatrado y melosamente protegido por la Iglesia, Globovisión y la embajada norteamericana. Además de Moreno, Nixon. Además de Nixón, terrorista; además de terrorista, piadosamente católico y “universitario” (aunque lleva una década divagando por los pasillos de la Facultad de Derecho con calificaciones incalificables). Con su protuberante cabeza rapada, sus pelillos erizados en la cara, con su porte de frustrado marine norteamericano, va y se refugia donde cree, le podrán ser expiados de manera expedita y segura sus inmensos pecados. Entre santos y altares, entre las imágenes del Papa y las mayestáticas y piadosas figuras de Jesús y María, nos pretende decir: “¡Un violador nunca acude a estos santos lugares para refugiarse! ¡Véase por qué el tirano me busca y me persigue! Lo hace por mis ideales de libertad, por la suprema y gloriosa lucha en pro de la democracia y los derechos humanos. A mí es a quien están VIOLANDO.”
Pero la derecha tiene el poder de convertir a pendencieros y notables terroristas en santos y gloriosos héroes. Allí están los casos de Posadas Carriles, Robert Alonso, Capriles Radonski, Patricia Poleo, Orlando Urdaneta, Carlos Ortega, Carlos Molina Tamayo y el resto de gorilas encharretados que se reunían en la Plaza Altamira, hoy refugiados en el Norte. Lo que falta es que saquen ahora unas medallitas que se vendan en los portales de las Iglesias, con la efigie del santo Nixon, para que nos proteja contra mabitas y malos presagios. O sea.