Quizás nunca como ahora los extremistas
que sueñan con asesinar y lograr sus objetivos por la fuerza han tenido
más claro el panorama para animarse a jalar del gatillo. La presa dorada
de sus ambiciones, o la presea dorada de su macabra competición político-deportiva,
es la humanidad del presidente de la República Bolivariana de Venezuela,
Hugo Chávez Frías. A Esto ya, a fuer de ser mencionado y repetido,
ya no se le hace caso, en concordancia con viejas y nuevas doctrinas
de combate psicológico.
Diversos son los factores que alimentan el sueño de semejante barbarie,
tanto peor cuanto más se tiene la certeza en una mente despejada que
las señales que un fanático pueda ver en el cielo para decidirse a
actuar no guardan relación con ningún concepto auténtico de decadencia
política que le asegure que el logro de su objetivo será recibido
en el país con una indiferencia ideal (se cambia de presidente y ya),
que no sumiría a los venezolanos en una dolorosa confrontación, idónea
-¡esto sí- para que potencias extranjeras pisen nuestro suelo con
su planta insolente.
A la mente del fanático, lector de infundadas señales, tampoco habrá
de llegar el recuerdo de Gaitán, tan próximo y vital, cuyo asesinato
sumió a Colombia en medio siglo ya de diferencias civiles, lo cual
ha dejado para el país y los latinoamericanos en general un único
gran ganador: los países extranjeros interesados en que nosotros, América
Latina, vivamos divididos y peleados, cosa que le autorizaría a ellos
a hacer su agosto y dárselas de gentleman preocupado que da
consejos de iluminado humanismo democrático.
Tales espejismos que un fanático interpretaría como ideales (y aquellos
detrás, nada fanáticos, interesados en apurar la copa de la violencia,
cultores de las llamadas terapias de shock, teóricos políticos
del desastre y la rapiña) son los siguientes:
(1) Chávez perdió el referéndum del 2 de diciembre de 2.007 y fuerza
(esto aseguraría que la gente no saldría otra vez a la calle a reponerlo
o respaldarlo)
(2) La gestión de Bush, derrotada en el Medio Oriente, y golpeada hasta
con el cubo por la alianza Irán-Rusia, finalmente, en su último año
de gobierno ha decidido concentrarse en Venezuela, que para ellos comporta
una sola cosa: Hugo Chávez Frías agitador, celoso nacionalizador de
"nuestras reservas" naturales
(3) El asesinato de Benezir Bhutto en Pakistán, líder de la oposición
a Pervez Musharraf, protegido de los EEUU, desacraliza y termina por
deshumanizar el escrúpulo del derecho a la vida que pueda invocar defensivamente
cualquier opositor a los intereses de la Casa Blanca y sus acólitos
en nuestras tierras. Fue Kissinger, si no el presidente de entonces
de los EEUU, quien dijo de un sátrapa latinoamericano a quien protegían,
como lo hacen hoy con Musharraf: "Es un hijo de puta, pero es nuestro
hijo de puta". De esta suerte, ahí está Musharraf, recibiendo
apoyo de los EEUU incluso sobre un contexto de violación de los derechos
humanos y degradación humana.
(4) Colombia, bastión imperial de los EEUU en América Latina, juega
cada vez con más fuerza el papel de gran desestabilizadora y conspiradora
para nuestra patria. De hecho, comporta de modo latente y estratégico
para los intereses de los EEUU la posibilidad de declaración de una
hostilidad cuasi militar, paramilitar o como se le defina a un conglomerado
de militares a quienes les ordena apuntarnos. En otro artículo, "Álvaro Uribe y Luis Carlos Restrepo: cuando
un gobierno da pena ajena",
la especulación política llegar a rozar la posibilidad de que el país
vecino le declare un pleito a Venezuela arguyendo las razones más descabelladas,
como el honor ofendido, o cualquier otro argumento que congele la preponderancia
político continental del presidente de Venezuela. Colombia, para el
presente año, es una pieza con valor de diagonal alfil en el tablero
estratégico de los intereses estadounidenses regionales: ni torre ni
dama, que atacan frontalmente, sino de lado.
(5) Como consecuencia de la razón (1), Hugo Chávez tendría que salir
a la calle a reconquistar el amor de su amante, el pueblo, exponiendo
su humanidad en medio del cauce popular al ojo de una mirilla telescópica.
Blanco vulnerable, y no sólo aquí en Venezuela, sino afuera también,
en un país como Colombia, para no ir tan lejos, donde a los delitos
de lesa humanidad y lesa traición les falta nomás aparecer consagrados
en el marco constitucional. Envuelto Chávez en la obligación moral
de una misión de paz, de canje o cualquier otro concepto que lo lleve
a desplazarse hacia un país como ese, corre el gran riesgo de ser asesinado.
Esopo escribió una fábula sobre un labriego que sacó a una serpiente
de un apuro, salvándole la vida, luego de lo cual fue muerto por la
ingrata picadura de ella. “
Estemos claro. El Presidente de la República, como él mismo lo confiesa,
estuvo cerca de ser asesinado cuando fue secuestrado durante abril de
2.002, lo cual no ocurrió porque los complotados no calibraron en su
debida extensión el calado de la figura presidencia y su discurso redentor
entre las masas populares del país. De haber imaginado la explosión
de apoyo popular que luego lo reclamó para que retornase a la silla
presidencial, otro hubiera sido la lamentable historia, y la Colombia
dividida en medio de un conflicto civil nacional que tenemos hoy ya
no estaría sola en su desgracia, sino que estrecharía fronteras con
su país hermano, Venezuela, dando lugar al final de la historia americana
en su sentido bolivariano, esto es, la emersión de la antípoda república
de las divisiones, la Gran Colombia de las Desgracias, auténtico patio
trasero de las apetencias imperialistas del "gran país del norte".
De modo que no está de más cuidarse y no caer en la jerga opositora
que apunta a devaluar popularmente la figura presidencia para que ésta,
creída del cuento y desmoralizada en su autoestima, se lance locamente
a predicar sin cautela alguna.
Para el ingenuo analista que pare en escrúpulos como que en Venezuela,
país sensual y de gente alegre, es imposible que se replique una situación
de dolor como la de Colombia, habría que afincarle que en Colombia
no manda Colombia, sino los EEUU. Los poderes imperialistas abominan
del progreso de los pueblos dominados y del desarrollo de sentimientos
de identidad propia, porque ello acarrea luz de comprensión sobre las
circunstancias de injusticia y explotación que se pueda estar viviendo.
Y cuando esto ocurre, cuando los países despiertan y se dan cuenta
del oprobio, entonces viene al cuento la otra parte de la receta imperial:
la mejor forma de dominio es la maquiavélica, es decir, mantenerlos
entretenidos mediante una guerra interna.
Bastante se ha dicho que somos escenario de una guerra de cuarta generación,
donde el fundamento es un estado enfrentado a grupos violentos por razones
de naturaleza económica o política, sin echar mano de ejércitos regulares
de combate. Dentro de esta doctrina militar estadounidense, nociones
como guerra civil, terrorismo, propaganda, guerra sucia, guerra de baja
intensidad, etc., son conceptos definitoriamente operativos, es decir,
de necesaria implementación en la zona de combate. Por supuesto, falta
lo más importante, preguntarse: ¿para qué una guerra con semejantes
matices? Simple: fácilmente disfraza la irresponsabilidad, hace reinar
a la impunidad y de suyo convierte al país escenario en una maquinaria
transgresora de los derechos humanos, lo cual se utiliza para descalificatorias
resoluciones desde los organismos internacionales. Como los paramilitares
en Colombia, que realizan el trabajo sucio que por impedimento constitucional
no pueden realizar las fuerzas armadas, en Venezuela la guerra sucia
camufla a los legalizados partidos de la oposición política.
Finalmente, ¿a quién sirve, desde el punto de vista del poder, semejante
accionar bélico? A lo que siempre ha sido conocido en doctrina filosófica
y económica como capitalismo, neo capitalismo, capitalismo salvaje
o capitalismo del desastre, que es el último término con el que se
ha venido a definir la doctrina en su operativa praxis y afán de prevalecer
a cómo de lugar en el seno de una sociedad. Cuando el conjunto del
sistema entra en acción sobre un determinado lugar, o sea en su aspecto
bélico operativo y en su aspecto socio económico, ambos en sincronizada
secuencia, la posibilidad de supervivencia del país si no es escasa,
es pírrica. Mientras la guerra de cuarta generación hace estragos
por un flanco, por el otro las medidas de carácter socio económico
esperan su turno. Naomi Klein, en su libro The Shock Doctrine: Rise
of Disaster Capitalism (Doctrina del Shock: El ascenso del desastre
capitalista), define a esto último como "terapias de shock",
mejor explicado que nosotros por el columnista Francisco Romero, en
Las Verdades de Miguel (2007, nov 16-22, p. 17):
“La investigadora [...] compara
las políticas económicas capitalistas radicales con la terapia de
shock aplicada en psiquiatría. Entrevista víctimas de experimentos
de choque, técnicas de interrogatorio realizadas por el científico
Ewen Cameron [científico de la CIA] durante los años cincuenta. Su
idea era usar la terapia de electroshock para quebrar a los pacientes.
Una vez que se logra la "desprogramación completa", los pacientes
pueden volver a ser programados. Sólo que después de romper a sus
"pacientes", Cameron nunca pudo recomponerlos otra vez
La relación con un científico renegado de la CIA es melodramática
y poco convincente, pero para Klein las lecciones importantes están
claras: “los países son sometidos a terapias de shock: guerras,
atentados terroristas, golpes de estado y desastres naturales. Luego
vuelven a aplicar la terapia de shock: multinacionales y políticos
que explotan el temor y la desorientación de este primer shock
para avanzar a través de la terapia de shock económico".
¿Qué os parece? En tal contexto, el asesinato de un líder popular
no pasa de ser más que el ingrediente de una receta. Para quien busca
el caos en nuestros países, importan las consecuencias y no los medios
para logarlo. Con ello nos damos una idea de la frialdad operativa de
las doctrinas del poder.
De manera que hay que concluir que los conspiradores internacionales
respecto de Venezuela en ningún momento han tenido -ni tendrán- escrúpulos
para desatar el viento de las tormentas en nuestro país, sea ya sumiéndonos
en una guerra o asesinando a al presidente. Quienes le han parado el
trote a los conspiradores del exterior han sido los mismo locales con
sus temores de pueblo, lo cual sorprende y juega a favor de una eventual
escrupulosidad de la oposición nuestra. Pero más allá de los últimos
resultados del referendo, que aparentemente iguala las fuerzas políticas
en Venezuela, la oposición extremista se sabe en desproporción y es
pesadilla para ella que los cerros se vuelvan a volcar hacia las calles
aupando a Hugo Chávez. Pero aun más: en caso de magnicidio no sólo
es probable que la sangre llegue al balcón de sus viviendas, sino que
emane de ellas. Tal es la realidad terrible que estas consideraciones
nos obliga a razonar y al mismo tiempo, tal realidad es el temible freno
que desalienta a los más desbocados de seguir tentando la rueda del
destino con la aventura magnicida.
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