La oligarquía venezolana está envalentonada y segura de haber encontrado
el camino para salir de Chávez y enterrar por siempre el proyecto
revolucionario. La victoria que no pudieron obtener con dos paros
generales, con un golpe de estado y con un sabotaje petrolero, están
seguros de que les sonreirá en esta oportunidad.
La estrategia es una mezcla de acciones impulsadas por el Departamento de
Estado en diferentes países para desestabilizar gobiernos y obligar a lo
que ellos llaman “una salida democrática” que bien pudiera ser electoral,
pero que no necesariamente tiene que serlo.
Están seguros los enemigos de la Revolución Bolivariana de poder
reproducir las condiciones que generaron el estallido social del 27 y
28 de febrero de 1989.
En aquel entonces, un gobierno que había ganado por amplio margen, hacía
apenas dos meses, unas elecciones, fue sorprendido por una violenta
reacción popular en respuesta a un paquete de medidas neoliberales
diseñado por el Fondo Monetario Internacional.
Así como es cierto que aquellas medidas hambreadoras, que colmaron la
paciencia del pueblo y generaron el Caracazo, fueron tomadas por un
gobierno al que le tenía sin cuidado el destino de los humildes; es
también cierto que ese no es el caso del gobierno actual. Pero eso carece
de importancia en la práctica, si al final de cuentas el pueblo es
obligado a enfrentar las mismas penurias, o por lo menos una buena parte
de ellas.
En una estrategia que pareciera dar los resultados esperados, la
oligarquía criolla se ha planteado desatar una ola especulativa que
podría llevarnos a una inflación de cincuenta o sesenta por ciento este
año. Adicionalmente, ha generado una escasez de productos que obliga al
pueblo a hacer largas colas para adquirirlos, cuando alguno de ellos
aparece.
El negocio es redondo: obtienen ganancia económica con la especulación y
ganancia política con el descontento que contra el gobierno generan.
El plan es aprovechar un año electoral para deteriorar por la vía ya
descrita las condiciones de vida de la inmensa mayoría de los
venezolanos, al tiempo que siembran odio y resentimiento con sus medios
de comunicación.
Llegado el momento (que suponemos sea agosto o septiembre) pasarán a la
acción clandestina de promover los saqueos y la desestabilización
violenta, para obligar al gobierno a enfrentar a su propio pueblo en un
intento por restablecer el orden.
Se equivocan aquellos que piensan que la oligarquía le tiene miedo a los
saqueos. Ellos saben que una reacción del pueblo como la de aquel febrero
de 1989 no los afectará.
Las consecuencias las pagarán los comerciantes de la clase media y un
gobierno, que sin lugar a dudas entrará en crisis.
Se equivoca también el Presidente y sus ministros si creen que el pueblo
se conforma con la afirmación de que no hay escasez o que se trata de una
crisis mundial. El pueblo no es pendejo y sabe que no hay colas en
Argentina, Brasil o Francia para comprar un pote de leche.
La revolución está en peligro y nos desespera el ver que nadie pareciera
darse cuenta.
Una explosión popular, sobre todo en este año electoral, le viene a la
oligarquía y a los gringos como anillo al dedo.
¡Alerta! Que el pueblo se está cansando de esperar por que se cumpla la
promesa de aplicar con toda su fuerza la ley contra la especulación y el
acaparamiento.
¡Alerta! Que el pueblo está arrecho porque no expropian los negocios y
las empresas que propician la escasez y la especulación-
¡Alerta! Que el pueblo se decepciona de un gobierno que no encarcela a
aquellos que reciben dólares de Cadivi y venden como si los compraran en
el mercado negro-
¡Alerta! Que el pueblo está cansado de que la inflación lo ponga a pasar
hambre.