El papa Juan Pablo II al ver el infierno de las imágenes contra iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, manifestó que eran peores que los ataques a las Torres Gemelas del 11 de septiembre, en Nueva York.
La Casa Blanca estadounidense no sólo estuvo siempre al tanto de todas y cada una de las aberraciones e inhumanidad que cometía su ejército en esa cárcel, sino que ello no les sorprendía ya que muchos de sus soldados fueron reclutados en los centros de enfermedades mentales. Y es que la inteligencia militar estadounidense los clasifica como cuadros efectivos para la guerra, es decir psicópatas. Luego, comenzaron las quejas entre algunos militares estadounidenses; uno de los tantos casos denunciados fue el del joven obligado a tener sexo con su propio padre y el de la mujer iraquí embarazada forzada a comer excremento humano. Pero no fue hasta que cuando un consciente soldado estadounidense hizo público todo el horror y posteriormente la Casa Blanca se vio sin escapatoria y forzada a hablar del hecho. De este soldado es bien sabido que ha tenido intentos de suicidio, al igual que otros de sus compañeros.
En Venezuela, José Vicente Rangel mostró en su programa dominical unas imágenes malditas (torturas humanas), imágenes desgraciadas de una desgraciada cárcel venezolana. Confieso que sentí el dolor del terror y de la miseria. Además, me sentí derrotada porque habían destruido mi fortaleza, es decir mi esperanza. Sin el fuego de la esperanza, se impone el tormento que calcina toda amada racionalidad y la fe en la belleza humana.
Sin embargo, en medio de esa repugnancia, celebro que esas imágenes fueran por lo menos mostradas al público, y sobre todo por una persona entregada y sensible a la causa revolucionaria venezolana. ¡Atención!, no quiero hacer de JVR un héroe, pero sí destacar el hecho de no haberlas censurado. De lo que se trata es de ser honestos, y eso es un banquete de esperanza, fecunda conciencia humana que nos abre el amigo José Vicente.
Si fuimos capaces de condenar y mostrar las torturas de Abu Ghraib, lo más sincero y limpio es que también condenemos y mostremos las que ocurren en nuestro país, tal como lo hizo José Vicente Rangel. No me digan que es absurda la comparación, lo mismo dijeron del papa Juan Pablo II. La tortura hay que condenarla donde sea, seamos capaces de condenarla, además por respeto y en solidaridad con nuestros hermanos y hermanas que vivieron las torturas de Abu Ghraib.
Condenemos la tortura humana, venga de donde venga. Condenar la tortura de un caso y callarla en otro es un fraude en el que la conciencia humana aún está atrapada y esclavizada por su propia hipocresía. La condena a la tortura debe ser total, liberémonos de nuestros miedos, oportunismos, etc., que nos dejan atascados, lapidados por el verdugo de la doble moral.
Condenemos la tortura humana, de lo contrarios seremos potenciales sionistas que condenan profundamente el Holocausto nazi contra los judíos, pero que no condenan el Holocausto que ellos mismo cometen a diario contra el pueblo palestino.
Condenemos al colonial estado de Israel…, sus bombas atómicas y prácticas de limpieza étnica, pero también condenemos a Irán por sus descomunales torturas, por llevar a la horca a mujeres acusadas de adulterio, por llevar a la horca a sus hombres en plazas públicas por el hecho de ser homosexuales, etc.
Condenemos la tortura humana porque la complicidad nos hace igualmente culpables. Condenemos la tortura humana porque quien la censura es igual de torturador.
El fin es denunciar la tortura, la injusticia, el hecho en sí, y olvidarnos a quien estamos denunciando. Ese fin nos acerca al humanismo…
Esta denuncia que realizó el periodista José Vicente Rangel hace de nuestra democracia una escuela, pues un Larry King jamás osaría pensar en realizar similar denuncia en su programa de la cadena CNN, en Estados Unidos.
Pero en mi combate contra el verdugo de la doble moral humana, me pregunto si esta digna denuncia sólo se le está permitida a un JVR y si la realiza una periodista como Hindu Anderi, Vanessa Davies, Aura Torrealba, ANMCLA etc. Reaccionamos con elocuentes recetas de ataques….ciudadanos creo que la autodenuncia es una sabia defensa, urgente y radical para una revolución pacífica. Denunciar las torturas humanas que se cometen actualmente en nuestro país es salvarnos, sanearnos…denunciarnos es resguardarnos, es avance.
Denunciarnos es un digno protector y fortalecedor de nuestra democracia, y hace de nuestra sociedad un modelo de altura, de vanguardia, madura y franca. Denunciarnos es una inversión moral e, incluso, estratégica.
Denunciarnos es doloroso, pero es un salto de liberación, de sanidad humana y un fortalecimiento alquimista, es igualmente un golpe que paraliza a todo enemigo en ésta, nuestra revolución pacífica.
El día que dejemos de denunciarnos, de labrar la autocrítica y la reflexión es porque somos unos prostituidos y prostituidas, impostores populistas, demagogos, carnadas útiles del imperialismo.
Vengo de una infancia antiimperialista, y creo que en la medida que invirtamos y construyamos en la praxis de los derechos humanos, en nuestra democracia y en nuestra justicia social, estaremos matemáticamente derrumbando las pestes imperiales. Imperialismo este que ha colmado de torturas humana a nuestros pueblos pero que debemos combatir venga de donde venga.
La revolución es pacífica por lo tanto humanamente intensa.
Con una copa de vino imaginaria, a su salud, José Vicente.
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