El respeto a La Mujer por ser mujer sólo lo practican las personas de mentalidad avanzada y corazón sencillo, que comprenden la importancia de cada criatura viviente en el extenso, multiforme y perfecto paisaje universal. El día de la Mujer puede convertirse en una fecha más para darse golpes de pecho, anunciar “reconocimientos”, obtener medallas, para que al día siguiente todo siga igual. Sin embargo, es también una oportunidad para pegar un grito y decir lo que hemos hecho, lo que estamos haciendo y lo que todavía falta por hacer. Y así fue concebida esta efemérides, de origen revolucionario.
Contando las bendiciones, la Equidad de Género presente en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, aunque nos mienten la madre, incluso “sesudos” intelectuales (yo diría más boludos que sesudos) cuando la queremos hacer valer en la vida cotidiana; la existencia del Ministerio para la Mujer y Equidad de Género, dirigido por una guerrera que, antes de conquistar victorias, sufrió muchas heridas de combate, como María León, acompañada por un equipo de revolucionarias que fueron reducidas al silencio mientras duró la democracia representativa escuálida; puede contarse como una bendición, a pesar de que sabemos que todo no es perfecto.
La presencia de un grupo de mujeres en el gabinete del Presidente Chávez; el hecho de ser mujeres la presidenta de la Asamblea Nacional, la Fiscala General; la presencia de numerosas oficialas militares en nuestras fuerzas armadas y, en fin, la salida La Mujer venezolana del silencio y de la oscuridad; son indicadores de que lo que aquí está ocurriendo va más allá de lo formal, de lo tradicional, de lo superficial. Es una Revolución.
En justicia debo decir que, para enaltecer la feminidad: La capacidad creadora, la valentía, la inteligencia, la paciencia y la sabiduría de la mujer (que es por sí misma potencialmente revolucionaria); es necesario enaltecer al simétrico: Al hombre revolucionario que es veraz, honesto, sencillo y que no necesita ser opresor para sentirse hombre. Cualquiera es macho, basta para eso con tener la Y genética bien situada, pero para ser Hombre hay que ser trascendente, hay que ser Revolucionario. Y es necesario ser revolucionario para reconocer en la mujer al complemento del hombre, ambos complementarios y solidarios para poder funcionar como formadores de una sociedad justa, armoniosa.
Tanto una como otro son hijos de la Pacha Mama, la Madre Tierra, la que tiene toda la paciencia del mundo para calarse las faltas de respeto de sus hijos e hijas, el abuso continuado por más de doscientos años, durante los cuales la sociedad de clases involucionó hasta el capitalismo y éste, en el último siglo, se convirtió en el sistema más depredador de la Tierra, incluidos en la explotación, todos los seres que vivimos sobre nuestro planeta. Como decía el poeta Helí Colombani en su obra “Canto a Guanipa”:
“Y se explotó el subsuelo,
y el suelo y lo que habita sobre el suelo.
Se refinó la explotación del hombre”.
(En tiempos de Colombani no era constitucional la equidad de género, así que era normal que con la frase “el hombre” se significara “la humanidad”).
Y como tiene paciencia, la Pacha Mama también se mueve y se sacude a la gente y sus ciudades cuando ya no puede más, para curarse de nosotros. Y la situación actual, de terremotos, inundaciones y sequías, más allá de la presunta conspiración imperial, es de cambios estructurales en el planeta mismo, que La Madre Tierra protagoniza, así como la mujer, de tanto sufrir, se hace revolucionaria.
En la explotación capitalista la mujer recibe los peores golpes, en la paz resuelve los problemas y crea comodidad para todas y todos, en la guerra sigue siendo tomada como botín de guerra, violada como parte del ritual de la dominación. Pero solo en la revolución socialista la mujer puede lograr los mayores avances en la lucha por la justicia y la equidad, por ser respetada por sí misma, sin burlas, sin opresiones que a veces parten de la gente que ama: el marido y los hijos, desigualdad que ha venido arrastrando la sociedad desde que comenzó la explotación de una parte de la humanidad por otra.
Es una situación tan antigua y tan arraigada, que aún con el triunfo de un proceso revolucionario, la lucha de la mujer por el respeto y la equidad sigue estando planteada, porque no se trata de meras reivindicaciones económicas y sociales, sino de la supervivencia misma de la especie humana. Sólo una humanidad de avanzada, que haya trascendido toda explotación y toda opresión, formal o informal, externa e interna, pública o privada; reconocerá en la mujer que somos la otra mitad, ni la mejor ni la peor: Sólo la otra mitad de la especie.
Entonces la humanidad estará completa, será armoniosa, y se podrá aplicar una justicia basada en el principio: “A CADA QUIEN SEGÚN SU NECESIDAD, DE CADA QUIEN SEGÚN SU CAPACIDAD”.
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