Este personaje es de origen libanés. Lo llegué a ver, por allá en el año 1990, cuando mi hermana Idilia se trataba con él un cáncer (que ella desconocía). Yo acompañaba a mi hermana a esas consultas en la Clínica Caracas y cada chequeo le costaba unos 30.000 bolos en aquella época, que era un dineral. La Clínica Caracas es una corporación judía que tiene la “virtud” de que te matan y rematan en medio de grandes adelantos tecnológicos, te venden las mejores flores del mercado, te ofrecen los actos fúnebres con féretros con herrajes olímpicos para tanatorios de altura y un buen terreno para la sepultura en el Cementerio del Este. El kit completo, pues, con todos los protocolos del rito final para que cierres con broche dorado tu despedida de este mundo.
Mi hermana realmente ya no tenía remedio, aunque desesperadamente hacíamos lo imposible por salvarla. A dónde no acudimos, a qué santos no nos pegamos. Pero a la vez para estos casos pululan los estafadores de la medicina, las inmorales clínicas que al conocer estos casos terminales es cuando se afincan para dar esperanzas y tratar de sacar el provecho monetario de sus soluciones e inventos de la manera más vil y degenerada. En ocasiones yo me detenía a ver las docenas de diplomas colgados en las paredes de la sala de espera otorgados a este pirata y había allí desde las más simples asistencias a cursillos muy elementales, hasta las muy doctas disertaciones en universidades del Norte. Aquello me parecía de lo más cursi y de mal gusto, y se lo conté a mi hermana quien sonrió de mala gana. Aquel galeno de larga capa, solía regañar a mi hermana porque ella no se hacía el tratamiento tal cual como él lo exigía, lo cual era mentira, pues lo que trataba de hacer era tapar el fraude, porque evidentemente se veía que todo empeoraba. Yo me contenía, y lo hacía por mi hermana que tenía esperanzas de superar su mal.
De aquellas consultas, salía mi hermana con una lista de medicamentos que tenía que aplicarse; realmente daba vértigos. Recuerdo que todas aquellas zambumbias se colocaban en una caja y no cabían. Cada 5 minutos tenía que tragarse como unas diez cápsulas. Pues bien, de aquellas vivencias tan dolorosas yo terminé escribiendo una novela que titulé “Dulce María”. Nunca pude reponerme de aquella penosa y cruenta experiencia, y pude ver crudamente cómo esas malditas clínicas y pelotones de necrofílicos delincuentes, en bata blanca, destrozan a miles de familias, las estafan, se burlan de ellas de la manera cruel y cínica.
No se vayan a sorprender ustedes con lo que verán a continuación, porque de piratas con multitud de grandes títulos, diplomas, reconocimientos y honores está lleno el mundo, sobre todo Venezuela.
Yo no sé a qué banda de locos se le ocurrió proponer a este señor para el Premio Nobel de Medicina, 2001, y el tipo ni tonto ni perezoso de inmediato montó su propio blog en el que se puso por las nubes: “Doctor en Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV), 1951; especialización en Medicina Interna y Gastroenterología del Hospital Vargas de Caracas, y el Hospital de Postgrado en Filadelfia, PA, 1954. Further studies in physiology, pharmacology, immunology, neurochemistry, mathematics, statistics, and psychoanalysis (11 years) in Caracas where he opened clinical practice at the same time as carrying out research at the Carlos J. Bello Hospital. In 1959, he joined the Institute of Experimental Medicine in the UCV Medical School, Caracas, where today he heads the Clinical Neurochemistry, Neuropharmacology and Psychosomatic Sections and is Emeritus Professor of General Pathology and Physiopathology. (From 1980 to 1988 he lectured on psychopharmacology, postgraduate level at the University Hospital of Caracas, Department of Psychiatry). He is now Professor, at potsgraduate level, on NeuroImmunePharmacology at the Faculty of Medicine, Universidad Central de Venezuela. Otros estudios en fisiología, farmacología, inmunología, neuroquímica, matemáticas, estadística, y el psicoanálisis (11 años) en Caracas, donde abrió la práctica clínica en el momento mismo para llevar a cabo investigaciones en el Hospital Carlos J. Bello. En 1959, se unió al Instituto de Medicina Experimental de la Escuela de Medicina de la UCV, Caracas, donde hoy dirige el Neuroquímica Clínica, Neurofarmacología y Secciones Psicosomáticas y es profesor emérito de Patología General y Fisiopatología. (Desde 1980 hasta 1988 fue profesor de psicofarmacología, el nivel de postgrado en el Hospital Universitario de Caracas, Departamento de Psiquiatría). Actualmente es profesor, a nivel potsgraduate, en NeuroImmunePharmacology en la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela.He has published more than 240 papers on results of clinical, physiological, pharmacological and psychiatric research carried out by his team and is today a reviewer for several American and European medical and scientific journals. Ha publicado más de 240 artículos sobre los resultados de clínicos, farmacológicos y psiquiátricos, investigaciones fisiológicas llevadas a cabo por su equipo y hoy es un revisor para varias médicas de interés y revistas científicas de América... Dr. Lechin and colleagues are authors of four books: Control Gastrointestinal de la Secreción de Insulina, Imprenta Universitaria, Caracas, 1972; Neurochemistry and Clinical Disorders , CRC Press, Boca Raton, FL, 1989; The Autonomic Nervous System , Editorial Científico-Médica, Barcelona, Spain, 1979, Neurocircuitry and Neuroautonomic Disorders…Recibió la Medalla de Oro de Venezuela por su investigación científica en ciencias médicas, 2006, otorgado por el Instituto Biográfico de América….
Pues bien, en días pasados me compré el libro de Juan Carlos Zapata (el Herodoto de la historia económica de los oligarcas venezolanos), “Dr. Tinoco – vida y muerte del poder en Venezuela” (editorial Alfa, Caracas, 2008), y allí me encuentro con el susodicho muy bien pintado, entre líneas, de manera patética y desconcertante. Puede decirse que este señor Fuad Lechín le adelantó el almanaque al doctor Pedro Tinoco, y que su esposa Carmen Montilla casi lo demanda por mala praxis médica. Una de las piraterías más grandes que hacía este señor era decirle a la gente que después de sus tratamientos se podían hacer radiografías para constatar que el cáncer por él tratado había desaparecido. Eso lo hizo en el caso del doctor Tinoco, se maravillaba este señor Fuad que allá en el Norte después de sus tratamientos se impresionaban que no había rastro alguno de aquel cáncer, con la malísima leche, señor Lechín, que poco después el paciente se moría en un hospital de Denver, Colorado.
Tal como describe Zapata, percibe uno la gran piratería del tipo. Tinoco le llama desde Nueva York aquejado de un gran dolor, y Fuad le contesta desde aquí, Venezuela:
- Es una apendicitis aguda, búscate un cirujano.
El otro que es más mentiroso que nadie le replica, según Juan Carlos:
- Yo te he dicho que no me dejo tratar por médicos en Estados Unidos.
- Entonces, vente ahora – responde Fuad.
- No puedo, hay muchos compromisos aquí.
- Entonces, vamos a hacerte un tratamiento masivo de antibióticos para evitar una peritonitis.
La verdad es que el libro de Zapata es algo confuso porque añade: “Procede el doctor Tinoco. Sigue las instrucciones de Fuad Lechín(no se sabe cuáles), Y a los días regresa a Caracas, lo visita en el consultorio y el diagnóstico es preciso: no hubo peritonitis (es decir Fuad estaba pelado) pero hay un tumor. La exploración del colon descubre que hay cáncer en el ciego” (pág. 43, ut supra).
La buena amistad entre Tinoco y Lechín venía de la ayuda que en el pasado le había hecho el banquero a la Fundación Neuroinmunológica que dirigía don Fuad.
Cuando la situación de Tinoco comenzó a agravarse, el presidente Carlos Andrés Pérez le dijo a su mejor banquero: “Trátase con mi médico en Houston. Opérese con mi cirujano”. Entonces Lechín terció:
- Pero el doctor George Noon es un cirujano del corazón.
- A lo que Pérez respondió con su estilo impositivo:
- No, no. Ese opera de todo.
Y entonces Tinoco que no le gustaba tratarse con médicos gringos, de inmediato hizo maletas y se fue al Norte, donde lo operaron y le dieron seis meses de vida. Fuad siguió tratándolo con su método invasivo con antibióticos.
Le dijo Fuad:
- Esa operación ha sido fatal.
- ¿Qué me ofreces tú?
- Que el tiempo que ellos te han dado lo multipliques por diez.
- ¡Ah!, entonces estoy salvado. Me siento tranquilo.
Viene el devorador menjurje, dice Zapata que el paciente responde bien pero que el mal está allí, que quedan los restos. Pasan dos años, Lechín realiza otra exploración y resuelve que hay que volver a operar. Entonces vienen las contradicciones del biógrafo Zapata: Lechín dice que hay que hacerla aquí en Venezuela y ahora Tinoco insiste que en Houston, y para allá coge el magnate.
Entonces viene lo insólito: entra otra vez en acción el doctor Noon quien lo opera: “Y dice Fuad Lechín, que el médico se sorprendió porque no encontró ni rastro del cáncer” (pág. 46), ¿y entonces de qué coño lo operaron? Fuad que andaba por Houston aprovecho la ocasión para visitarlo, “y cuál es su sorpresa al encontrarlo con el estómago hinchado. En su opinión eran visibles las señales de que en ese momento pasaba por una parálisis del intestino, un efecto secundario de la morfina, … Afirma que le inyectó un producto llamado Avil para restarle efectos a la morfina. Al poco tiempo tiempo, el Dr. Tinoco le dice a Carmen Montilla.
- Llévame al baño porque me estoy cagando…
… lo que hacía Fuad Lechín en aquel hospital era una intromisión. Está fuera de toda norma y toda ética que un médico trate a un paciente que no está en sus manos. La consecuencia es lógica. El equipo de médicos se extraña por la conducta de Lechín y le reclama. El conflicto sube de tono hasta que llega Noon, quien observa y sentencia: - Ojalá yo tuviera a un doctor Lechín trabajando aquí –eso dice Lechín que dijo Noon, y vaya adelante su palabra.” (pág. 47).
Después de esta pifia un día Lechín le presenta a Tinoco al cirujano Óscar Rodríguez y le dice:
-Este es el médico que debe operarte. Hazme caso esta vez.
Pero nada, Tinoco vuelve a coger el avión y se va a Atlanta, porque sus amigos Gustavo Cisneros y David Rockefeller le recuerdan que la Fundación Rockefeller tiene allí un poderoso centro de diagnóstico. Y entonces cuenta Lechín que nuevamente quedan sorprendidos porque en los exámenes no hay rastro de cáncer alguno. Es decir, Lechín lo había curado, pero el hombre se encontraba en estado terminal. Entonces viene una historia que nadie se la cree sabiendo lo pesetero que debe ser este Lechín: que Tinoco lo manda a llamar, le envía, para que vaya a Atlanta, primero un cheque 20 mil dólares que don Fuad rompe y luego, otro por 50 mil que también destroza porque su posición médica está muy por encima del dinero. Luego la historia termina en que Carmen Montilla, la esposa de Tinoco, sus hijos y buena parte de sus amigos nunca le perdonaron esto a Fuad. “No le van a perdonar su egoísmo profesional”. ¿Será que a Fuad le parecía muy poco lo que le estaba mandando un hombre que tenía millones de dólares? Más tarde, Carmen Montilla le reclamó a uno de los hijos de Lechín que por culpa de su padre Pedro Tinoco se había muerto.
Y viene el final: “Fuad Lechín se enteró de su muerte por fuentes indirectas, por los obituarios de la prensa, Morella (hija de Tinoco), por su parte, todavía no lo ha perdonado, y lo acusa de falto de ética. Alguna vez pensaron también en demandarlo.” (pág. 53). Indudablemente que si pensaban demandarlo era por todas las locuras que había hecho con ese paciente, sobre todo lo que hizo en Atlanta, entrometiéndose con la vida de un hombre que está tan delicado de salud, y viene y lo inyecta provocándole una diarrea. Yo no sé nada de medicina, pero eso me parece espantoso, y nadie se puede comer el cuento de que el doctor Noon dijo que eso era correcto. Fuad Lechín, pues, le adelantó el almanaque al doctor Tinoco, por esa manera bárbara y prepotente como solía o suele tratar a sus pacientes. En definitiva, un monstruo de bata blanca.
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