He jugado al tenis gran parte de mi vida… El tenis no es un deporte de élites ni tampoco de minorías, como es el golf. Para practicarlo basta una raqueta. El tenis de los torneos, el profesional, es el único espacio de la sociedad en el que me siento "seguro"; seguro de que en el espectáculo de su práctica deportiva, no va a haber por medio engaño, marrullerías o corrupción. Y si algo de eso pudiera haber, no me resulta manifiesto, como tampoco lo es cuando veo el espectáculo del ilusionista superlativo. Por lo que ni pienso en esa posibilidad, ni desconfío nunca de que el partido que estoy viendo, ordinariamente por televisión, pueda estar trucado, falseado o manipulado. Todo me parece limpio, estético, armónico, amable, agradable…
La ATP, la asociación de tenistas profesionales vigila muy de cerca toda posible irregularidad, toda posible simulación de lesión o de relación de los tenistas con el tenebroso mundo de las apuestas. Por otro lado, para perfeccionar el tenis profesional como espectáculo, una perfecta tecnología llamada "ojo de halcón" decide los puntos inciertos, esos que no son suficientemente esclarecidos sobre la marcha por los llamados jueces de línea, a petición del jugador,. Proferir palabras groseras o procacidades, abusar de la raqueta, golpeándola contra la superficie de la cancha,o abusar de la pelota lanzándola con fuerza contra el vacío con el peligro de que alcance al público presente, son acciones sancionadas con severidad deportiva por el juez de silla, árbitro del partido.
El público no es chauvinista, salvo en el decaído torneo de la Copa Davis, y tiene sus preferencias, pero no hay nunca una clara división hostil. Aplaude constantemente, pero tanto la jugada de un jugador como del otro. Es más, aplaude significativamente al jugador o jugadora que va perdiendo, para animarle. Los dos jugadores o jugadoras son nobles adversarios. El tenis no es hostil. La hostilidad en cambio reina en ese deporte de multitudes. El fairplay nunca falta. Muy raro es el partido que acaba con malos modos de un jugador que lo ha perdido…
Y digo esto porque nada en la sociedad se libra de la corrupción en mayor o menor medida: ni la política, ni el periodismo, ni la judicatura, ni la clase sacerdotal, ni la policía, ni la medicina, ni la abogacía, ni notarios, ni registradores, ni la clase empresarial, ni los deportes de masas, ni ninguna otra actividad humana están a salvo de tejemanejes, de la compraventa de voluntades, del silencio cómplice, del mirar a otra parte en situaciones en que sería decisiva la denuncia judicial, mediática o pública. Nada hay en la sociedad que, salvo el tenis, sea para mí un recreo tan completo, una esfera en la que mi ánimo, ordinariamente sobreexcitado por la permanente noticia de lo frustrante, de lo cruento o de lo sórdido, reposa aplacado por la emoción sentida a través de la incertidumbre de cuál de los dos jugadores será el ganador del partido de tenis que presencio…