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Celebrar con toda emotividad el triunfo de un equipo o una jugada en particular, sin agredir y u ofender al rival, es perfectamente aceptable. Hacer la chanza, las mamaderas de gallo, como dicen en Venezuela, forma parte de la celebración y deben tomarse como parte del espectáculo. Esto no podrá evitarse, lo que debe evitarse siempre es la ofensa personal y la violencia como parte de la efusividad por el triunfo.
La fanaticada y el público en general muchas veces por la efervescencia y la pasión que despierta el deporte, ignora las inmensas presiones que se ciernen sobre los deportistas en general, pero en particular a los profesionales de cualquier deporte, cuando representan a sus respectivas divisas o al país de origen.
Ver las cosas desde las tribunas es muy distinto a estar en el campo de la competencia, cuando miles de ojos están escrutándote, cuando a veces sintiéndose jueces, los fanáticos evalúan tu comportamiento y tienen su propio criterio de cómo debes comportarte, de cómo debes jugar e incluso, como deben actuar los Managers, árbitros y asistentes de cada equipo, en cada juego.
Hay que meterse en la piel de cualquier deportista que represente a su país en el extranjero, que participe en un campeonato en particular, para sentir realmente la emoción, que raya en el miedo y la responsabilidad que se tiene frente a la fanaticada que te exige hasta más no poder.
En esos estados de tensión, cualquier cosa puede pasar, uno o varios fanáticos que se propasan, pierden la cordura o un jugador que asume poses que puedan considerarse no apropiados o ejemplificadoras para con el público presente en el espectáculo o que lo observa desde la pantalla televisiva.
En esos estados emocionales hay mezcla de muchos sentimientos, admiración, rechazo, frustración, deseos de ganar, animadversión por el contendiente contrario a su equipo etc. Es una mezcla emocional explosiva que en cualquier momento puede generar actitudes, poses, expresiones y declaraciones que muchos pueden considerar contraproducentes a los fines del deporte.
Pero, fíjense, que contradicción esa misma efusividad, lo estruendoso en el comportamiento de la fanaticada, el bullicio, las frases y palabras tratando de estimular al deportista o las que en muchas oportunidades tratan de intimidarlo. Toda esa mezcla, es precisamente, la que llama la atención en caso específico de Venezuela y que muchos jugadores nacionales añoran cuando están jugando en el extranjero o que jugadores invitados, los llamados importados les gustan, porque sienten la calidez y la participación activa del fanático desde las tribunas.
En esos estados emocionales que he apuntado, surgen cosas inesperadas, lo vimos por ejemplo en la reciente premiación en el Campeonato Mundial de Futbol, cuando el efusivo portero de Argentina, tomó la copa, y se la colocó en forma de falo, frente a millones de aficionados en el Orbe, que presenciaban el acto de premiación. Quien podía esperar, algo así, quizás nadie, pero sucedió, bueno y paso como una tremendura y una explosión de alegría incontenible.
En el Caso de Ronald Acuña, por la presión del juego, la actitud de la fanaticada, unos exigiendo un mayor rendimiento otros burlándose del equipo que iba a la baja, gozarse un batazo que pone a su equipo transitoriamente ganancioso o provocar a la fanaticada contraria, quizás queriendo decir, bueno, que dicen ahora, no los oigo gritar, no resulta a mi manera de ver, algo escandaloso, sencillamente una explosión emocional, que puede presentarse en cualquier espectáculo donde los niveles de adrenalina llegan a esos extremos, como es el caso del Beisbol Profesional, más, aún, cuando es todos conocido, que en las tribunas se expenden licores públicamente, más el que llevan encaletado, algunos fanáticos. Es sencillamente un ambiente delicado.
Si no hay agresiones personales, sino se intenta obstaculizar la presencia del jugador, no hay problema. Si se boicotea el espectáculo, si hay agresiones personales, ya es otra cosa, y esto debe evitarse a toda costa, orientado a la fanaticada, porque el juego y en general el deporte, debe unirnos a pesar las diferencias y la rivalidad, por ser parcial de un equipo o un deportista es sana en la medida que te motiva y te identifica con una tolda o jugador determinado.
Por eso, es que este incidente, en el cual, al parecer se involucra la familia del pelotero o es agredida, cosa que está en investigación, debe ser tomada en consideración por todos los actores del espectáculo. Tomado en consideración, digo, para orientar a la fanaticada en el respeto al deportista, a pesar de las diferencia; al pelotero a no involucrarse en la diatriba con las tribunas; a los dirigentes deportivos para mantener la calma en momentos de tención y a los administradores del estadio a no sobrepasar la venta de licores, que pueden incitar episodios desagradables por el consumo excesivo de bebidas espirituosas y la falta de seguridad en los mismos, que es notoria. Todos los actores deben pugnar por la sanidad del deporte y para que este nos una y no nos separe, a pesar de las chanzas y rivalidades naturales, propias de la pasión, del fanático, por cada equipo o por algún jugador en particular. Esto debe ser válido en cualquier deporte.