La inversión extranjera (IE) como elemento propulsor del crecimiento económico y del desarrollo de países engañosamente identificados como subdesarrollados fue uno de los mitos más eficientes inoculado por el gran capital para encubrir las relaciones asimétricas entre las potencias capitalistas y los países dominados y explotados. Así, la IE va aparejada con una inversión cultural en el sentido más amplio para facilitar la sumisión del país a la lógica del capital y la conformación de un mercado definido en función de las necesidades del inversionista.
Al contrario de lo que sucede actualmente en otras partes del mundo donde el control capitalista se ha impuesto por las armas, el capital-sionismo estadounidense ha revivido y modernizado este mito para recuperar, al menor costo posible, el control de los pueblos latino-caribeños que luchan por su independencia y soberanía. Y lo ha logrado temporalmente en algunos países, más no en el nuestro.
En Venezuela los repetidores fundamentales de ese mito fueron los gobiernos de la IV República y la clase dominante negada a aceptar su condición parásita en una economía dependiente de la riqueza que genera la explotación del petróleo, propiedad colectiva de la nación administrada con distinto grado de independencia, por los gobiernos.
De allí la conspiración permanente del enemigo estadounidense y sus apéndices apátridas contra el comandante Chávez y el presidente Maduro para recuperar el poder político tan importante en este país. De allí el trabajo de zapa que llevan a cabo infiltrados y oposicionistas abiertos en el Ejecutivo, en la Asamblea Nacional Constituyente y entre la población para impulsar la aprobación de una ley para la protección de las inversiones extranjeras, panacea mítica para nuestra industrialización.
Más, los gobernantes patriotas y el pueblo saben perfectamente que las empresas responden a sus accionistas y no a los intereses del país donde eventualmente se instalan. Que la IE tal como se ha venido dando hasta ahora agrava nuestra dependencia; nos vampiriza; no incrementa las exportaciones no petroleras, pero si las de capital; no alimenta al Fisco; no transfiere información y conocimientos; castra la Investigación y Desarrollo (ID) y la producción de tecnología, etc. Y que además obtiene porcentajes de ganancias impensables en otros países.
Que no nos queda más remedio que seguir casados (por ahora) con inversionistas extranjeros en sectores estratégicos como el petrolero y otras industrias básicas vinculadas con el mercado internacional, es verdad. Pero ello no implica aceptar a ciegas las condiciones unión. Como ha venido insistiendo Luis Britto proteger a la IE y a la empresa privada conexa es entregar nuestra soberanía. Lo que la ANC debe hacer, Judith Valencia dixit, es regularla tal como se regula cualquier tipo de inversión.
No estamos dispuestos a seguir comprando espejitos…