Una crítica al patrón-oro

El Mago de Oz presidente del BCV

El libro El Mago de Oz, de L. Frank Baum, se ha sido considerado como un clásico de la literatura, sin embargo, la mayoría de los amantes de esta historia infantil se sorprenderían si supieran que el significado oculto de la historia está relacionado con un debate acerca de la política monetaria. Fue publicado en septiembre del año 1900. EE.UU había vivido un periodo de extraordinaria deflación, con los precios cayendo un 23% entre 1880 y 1896. Un shock de precios como éste tuvo grandes consecuencias políticas y económicas, principalmente una enorme redistribución de la riqueza entre acreedores (principalmente banqueros del noreste de EEUU) y deudores (fundamentalmente granjeros del sur y el medio-oeste)

H. Rockoff explica en la prestigiosa revista económica Journal of Political Economy (1990) la alegoría monetaria presente en la trama de este libro. A finales del siglo XIX, el autor de El Mago de Oz, estuvo implicado en un importante debate político. En ese tiempo, los Estados Unidos seguían el patrón oro, un sistema monetario en el cual la oferta de dinero está limitada por la cantidad de oro.

En el libro, Dorothy representa los valores americanos tradicionales, el espantapájaros sin cerebro a los campesinos, el hombre de hojalata sin corazón a los obreros industriales. El león sin valor es el demócrata William Jennings Bryan. La malvada bruja del oeste representa al republicano William McKinley. La malvada bruja del este representa a Grover Claveland, demócrata que fue presidente de los EE.UU. entre 1885 y 1889 y entre 1893 y 1987 (predecesor de McKinley). es la abreviatura de la onza de oro.

Así mismo, el camino amarillo representa el patrón-oro, la ciudad esmeralda es el dólar y los zapatos de plata la propuesta política sobre la libre acuñación de plata. Aunque no existe un consenso claro sobre quien es el mago de Oz, algunos señalan que es el presidente del partido republicano, Marcus Alonzo Hanna.

La creencia de que el patrón-oro permitiría combatir los abusos de la clase política y de los banqueros es una de las creencias populares más aceptadas aún en nuestros días. No es la única creencia errónea sobre el funcionamiento de la política monetaria y casi siempre se acompaña de otro mito clave sobre el sistema bancario: la idea de que el banco central controla efectivamente la oferta monetaria.

La idea básica del patrón-oro es que al fijar por ley el valor de la moneda en una fracción de ese metal precioso, el valor del instrumento monetario queda a salvo de las manipulaciones del poder político. Supuestamente la degradación del valor de la moneda se evita al asegurar la convertibilidad en algo tangible, como el oro, porque las autoridades político-monetarias deben mantener las reservas adecuadas para garantizar el valor de la moneda para tranquilidad de todo mundo.

Sobre el patrón-oro, Karl Polanyi en su libro La Gran Transformación, subtitulado Una Crítica al Neoliberalismo, expresa que "el derrumbamiento del patrón-oro internacional constituyó el lazo invisible de unión entre la desintegración de la economía mundial a comienzos del siglo XX y la transformación radical de una civilización que operó a lo largo de los años treinta. Si no se tiene conciencia de la importancia vital de este factor, resulta imposible tener una visión adecuada del mecanismo que condujo a Europa directamente a su ruina y de las condiciones que no explican por qué –cosa verdaderamente pasmosa- las formas y el contenido de una civilización tenían que basarse en unos pilares tan frágiles."

Fue preciso que se produjese el fracaso del sistema internacional bajo el que se vivió para que pudiese captar su verdadera naturaleza. Casi nadie comprendía la función política del sistema monetario, y su terrorífica transformación repentina cogió a todo el mundo por sorpresa. Y, sin embargo, el patrón-oro era el único pilar que subsistía de la economía mundial tradicional; cuando se desplomó, los efectos tenían por fuerza que ser inmediatos. Para los economistas liberales el patrón-oro era una institución puramente económica, hasta el punto que rechazaban incluso considerarlo como parte de un mecanismo social. Esto explica que los países democráticos hayan sido los últimos en darse cuenta de la verdadera naturaleza de la catástrofe y los más lentos a la hora de combatir sus efectos. Incluso cuando la catástrofe les había ya alcanzado, los dirigentes únicamente vieron, tras el derrumbe del sistema internacional, una larga evolución que, en el seno de los países más avanzados, había vuelto a un sistema anacrónico. En otros términos eran incapaces de entender entonces el fracaso de la economía de mercado.

Se obvia que la fortaleza de la moneda de un país está en la capacidad de éste en producir; Alejandro Nadal señala que "en realidad un sistema basado en el patrón-oro no es garantía contra las crisis y la pérdida de valor de la moneda. Prueba de lo anterior es que durante la vigencia de sistemas basados en el metalismo fueron frecuentes los episodios de hiperinflación y desvalorización de la moneda. Por otra parte, la historia demuestra que el patrón-oro y otras formas de metalismo sí son una atadura para la política monetaria". Por eso el patrón-oro fue una de las principales correas de transmisión de los efectos de la crisis de 1929 y contribuyó a extender las consecuencias de la Gran Depresión. Los países que se regían por el patrón oro hacían todo lo posible (incluso recurrir al proteccionismo) para evitar que el oro saliera de sus reservas para hacer frente a sus compromisos internacionales. La alternativa fue el ajuste interno y la deflación, y para ello se necesitó aplicar las recetas tradicionales de austeridad, con lo que la recesión se transformó en crisis. El patrón-oro se convirtió en una máquina para transmitir y profundizar las secuelas de la Gran Depresión. No por nada Keynes lo llamó una bárbara reliquia del pasado.

La idea clave del patrón-oro es que la oferta monetaria debe estar atada a las reservas del metal precioso. Pero esa idea ignora todo sobre el funcionamiento del sistema bancario y el papel del banco central. Supone que los bancos comerciales son simples intermediarios entre ahorradores e inversionistas en un mítico mercado de capitales. En ese mundo fantástico los ahorradores depositan sus ahorros en los bancos y éstos prestan ese dinero a los inversionistas. El diferencial entre la tasa de interés pagada a los ahorradores y la que se cobra a los inversionistas es la ganancia de los bancos por su labor de intermediación.

Esta idea ingenua sobre el mercado de fondos prestables predomina aún en análisis modernos de una economía con moneda fiduciaria, pero esa visión no tiene nada que ver con la realidad. Lo que un banco comercial necesita es encontrar un sujeto de crédito confiable, con buen historial y, si se trata de un inversionista, con un proyecto rentable. Pasada la prueba, el préstamo se autoriza y se abre una cuenta en el banco: por eso los préstamos crean los depósitos. Cuando la actividad de los bancos lo requiere, el banco central genera las reservas necesarias para que el sistema pueda seguir operando. Esta postura acomodaticia del banco central es la clave de la política monetaria en la actualidad. El corolario es que el banco central no controla la oferta monetaria.

Volviendo al cuento; el mago de Oz resulta ser un enano embaucador, que se apoderó de la ciudad esmeralda (dólar) y que su magia se basaba en volar en un globo de aire caliente. Queda abierta de la pregunta, en esta alegoría a la obra de L. Frank Baum y en la situación venezolana ¿Quién es el mago de Oz en la propuesta patrón-oro?

El autor es docente de la UPTAEB-Lara



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Endert Gil Montserrat

Ingeniero Electricista y docente de la UPTAEB-LARA .

 endertgil@gmail.com

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