Está sobre el tapete la supuesta intervención del sistema educativo por parte del Estado con el objeto de utilizarlo como herramienta ideologizadora de los educandos. Esta circunstancia mediática hace que en los programas de opinión de los canales televisivos y emisoras de radio estén apareciendo profusamente educadores e historiadores con cuyos testimonios se pretende reafirmar la tesis conflictiva que, más temprano que tarde, termine por sacar a las calles al sector más vulnerable ante esta clase de "amenaza".
Esta misma mañana, dos de estos "expertos" se desgarraban las vestiduras ante esta nueva y "definitiva" agresión del régimen al corazón mismo del sistema de valores "democráticos". ¿Qué cosa no? Su "historia" es la historia y su "democracia" la democracia. Uno de ellos, el más joven y acaso por ello más ingenuo, afirmaba alarmado que "la historia, memoria de lo acontecido, sería transmutada por una visión de la historia totalmente chavista". ¡Válgame Dios! ¿Qué entenderá este "experto" por historia?, ¿Desde cuando la historia no ha estado al servicio de los intereses de la clase dominante?, ¿Qué es lo que le causa semejante alarma?, ¿No está admitiendo que el sistema capitalista se ha valido de la enseñanza de la historia para acomodar el pensamiento de la población, cuando admite qué "la historia es el medio más eficaz para lavar los cerebros"?. A confesión de partes relevo de pruebas.
¿Qué historia se le enseñó al pueblo venezolano a lo largo de estos casi doscientos años de devenir republicano?. Aplicando el aserto evangélico, "por sus frutos los conoceréis", no hace falta más que mirar hacia una buena parte del producto para obtener una respuesta contundente. La historia, como en general todas las ciencias sociales, ha sido objeto de enajenación por parte de las clases dominantes. Estas han echado el cuento como mejor les ha convenido. A lo largo de la Edad Media, la historia estuvo sujeta a la Teología y los intereses de la Iglesia, desde la Revolución Francesa al menos, el capitalismo creó formas específicas de enajenación del pensamiento y secuestro de la memoria colectiva. A todo lo largo de este tiempo la historia, -la verdadera, la científicamente abordada- ha sido poco menos que clandestina, iniciativa no exenta de peligros de algunos educadores.
La filosofía capitalista, que encuentra su mejor expresión en el individualismo, utilizó la enseñanza de la historia para centrar el foco en la voluntad superior de los grandes héroes, robando así al pueblo su protagonismo imprescindible. Enfocar los cambios históricos en la grandeza de los héroes más que en las luchas de los pueblos sencillamente esteriliza el conocimiento histórico. Mientras más inalcanzable esté el héroe menos emulable, pero además, el "venenito" contiene su más letal efecto cuando invita a dejar en manos del héroe de ocasión la tarea que le corresponde al pueblo.
Tan enajenante como el individualismo histórico es el positivismo. La historia escudriñada -la historia es indagación-, desde la colección organizada de datos y fechas, sin pretender descubrir la dinámica histórica en las luchas de los pueblos, sin ir más allá de la simple reunión y ordenamiento lógico de la información ha sido, en manos de la clase dominante, un instrumento eficaz a su servicio. Hacia el año 1998 elaboré un estudio estadístico dentro de un universo de estudiantes de educación media de 24 colegios y liceos capitalinos acerca de su percepción de la historia como cátedra:
1. El 77% la consideraban una materia de relleno e innecesaria, una materia prescindible.
2. El 68% la consideraban un fastidio, aburrida y poco estimulante (Debo admitir que tenían razón, cualquiera de nosotros recordamos la naturaleza meramente nemotécnica de sus contenidos. Salvo gloriosas excepciones, casi podríamos afirmar con Sir. Bernard Shaw, que los que aprendimos a amar nuestra historia lo hicimos en nuestros hogares, -él lo decía respecto a la cultura-, que se detuvo en la escuela para reanudar estos amores de nuevo en las biblioteca de nuestras casas).
3. A la pregunta de si las materias fueran electivas, el 100% habría elegido cursar matemática pero sólo el 12% consideró necesario cursar historia.
Bien, estimados "expertos", con todo respeto, ¿no ha sido eso un perfecto lavado de cerebro?, ¿no es acaso al cierre de esa lavandería a lo que temen?. Sabemos que sí, más aún, es lo primero que debe hacerse aunque les duela y mucho. Se debe cerrar esa lavandería de cerebros y abrir la disciplina que rescate, -no lo que peyorativamente llaman la historia "chavista", ¡no!-, sino la HISTORIA a secas, la memoria colectiva sin trampas. ¡No sean desvergonzados!
No será fácil abrir el camino para que el pueblo pueda entender científicamente su propio pasado. El primer obstáculo lo ofrecerán los propios educadores formados bajo los mismos vicios que enseñan. Será difícil, pero posible, barrer con tanta falacia y mitos cuidadosamente cultivados por siglos.
Como refuerzo a lo expresado y, desde luego, con el genio de Bertold Brecht, les sugiero leer su denuncia poética a la historia individualizada o positivista y su reivindicación a la historia protagónica del pueblo.
PREGUNTAS DE UN OBRERO QUE LEE.
¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?
En los libros se mencionan los nombres de los reyes.
¿Acaso los reyes acarrearon las piedras?
Y Babilonia, tantas veces destruida,
¿Quién la construyó otras tantas? ¿En que casas
de Lima, la resplandeciente de oro, vivían los albañiles?
¿Adónde fueron sus constructores la noche que terminaron
la Muralla China?
Roma la magna está llena de arcos de triunfo.
¿Quién los construyó?
¿A quienes vencieron los Césares? Bizancio, tan loada,
¿Acaso sólo tenía palacios para sus habitantes?
Hasta en la legendaria Atlántica, la noche que fue devorada
por el mar,
los que se ahogaban clamaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él sólo?
César venció a los galos;
¿no lo acompañaba siquiera un cocinero?
Felipe de España lloró cuando se hundió su flota,
¿Nadie más lloraría?
Federico Segundo venció en la Guerra de Siete Años, ¿Quién
más venció?
Cada página una victoria
¿Quién guisó el banquete del triunfo?
Cada década un gran personaje.
¿Quién pagaba los gastos?
Tantos informes,
tantas preguntas.
Y una última afirmación para mí: ¡Quien pudiera escribir como Bertold Brecht.!