Nadie les ha prohibido a los universitarios comunicar lo que hacen todos los días, lo que investigan, lo que escriben, sus logros, inquietudes, problemas. Tampoco se les ha prohibido expresar sus puntos de vista sobre el proceso transformador que vive el país y menos su solidaridad con las luchas del pueblo venezolano y muy especialmente con las luchas y cambios que se han venido dando en latinoamérica durante los últimos años. A las Universidades llamadas autónomas nada se le ha prohibido.
No es producto de la casualidad el auge, apertura y democratización que durante los últimos años ha tenido la educación en nuestro país como consecuencia de la importancia que le ha dado el gobierno a este sector, al asumirlo como palanca prioritaria para producir los cambios que necesitamos. Tal es así que destacamos como un logro más de la Revolución Bolivariana el notable acceso y crecimiento de la matrícula estudiantil a todos los niveles, a tal punto que hoy ocupamos el segundo lugar como país con más alta matrícula en América Latina y el quinto a nivel mundial. La realidad del movimiento estudiantil venezolano contrasta con la que viven otros países de este hemisferio como es el caso de Chile, con una juventud en diaria movilización por el derecho al estudio, reprimida y sin una respuesta esperanzadora.
A la universidad venezolana se le ha extendido la mano y se le ha convocado a participar de la transformación del país. Curiosa y contradictoriamente éstas, las llamadas autónomas (¿?), ignoran tal compromiso. Prefieren estar de espaldas y se comportan como si viviesen otra realidad y otro momento. Sus profesionales, que son diversos, desprecian esta oportunidad histórica para dar su aporte y demostrar el avance de sus conocimientos. Ante leyes, proyectos, propuestas y sobre todo ante la diversidad de Misiones que ha implementado exitosamente el gobierno revolucionario, ésta universidad ha sido incapaces de opinar, hacer un balance, un aporte, una idea o una sugerencia. Han preferido encerrarse en sus cuatro paredes y convertir, sin quitarle razón, la reivindicación salarial en su única voz.
A manera de ejemplo, una sola referencia sobre esta dejadez y desidia voluntaria. La Constitución Bolivariana y la Ley Orgánica de Educación (LOE, 1999) al ratificar la autonomía les permiten renovaciones internas de trascendencia, una de ellas es para elegir democráticamente sus autoridades. Hasta el sol de hoy, cuánto les ha costado poder elaborar un Reglamento que recoja el espíritu de democracia participativa y protagónica de todos los sectores que en ella conviven. Ante el silencio de las universidades autónomas, todos sus integrantes tienen la palabra, de manera especial los sectores revolucionarios que en ella hacen vida.
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