En ocasiones es necesario dejar fluir la pluma para sacarse de las entrañas algunos vestigios de dolor y de indefensión que pueden terminar convirtiéndose en pequeños tumores cancerígenos, lo cual, en este momento histórico de producción intelectual, no puedo permitirme: necesito un poco más de tiempo para concluir mis tareas pendientes.
A todas estas, el amigo lector estará intrigado con el título de mi artículo; solamente es un título para un receptor culpable, no hay medias tintas al respecto. Desde mis años de juventud siempre he sido acucioso en la búsqueda de la verdad; me ha interesado lo subjetivo en el marco de una objetividad dinámica y cambiante. He sido impulsor de nuevas ideas, no me conformo con lo ya dicho: es necesario elevar la voz.
Es con esta actitud rebelde e impetuosa que he explorado diversos campos de la academia universitaria, siendo mentor de toda una nueva generación de educadores y seres formados en ciencias sociales para el servicio y para la ciudadanía. En ese recorrer de espacios me ha tocado lidiar con personas de diversas posturas y visiones ontológicas; todas enmarcadas en su realidad y defensoras a ultranzas de las mismas. Es una situación propia de la vida en sociedad: intercambiar experiencias, contradecir puntos de vista, envidiar, odiar y, por qué no, amar en el mejor de los casos.
En ese recorrer de vida académica me he encontrado con unos personajes que hoy orientan los estudios de postgrado en una importante casa de estudio en el estado Portuguesa, de carácter público, que desde la tarima de una Comisión se han dado a la tarea de buscar enlodar, resquebrajar, hundir y apartar del racional camino del éxito, la labor que tesoneramente, sin intereses económicos ni superfluos, he venido construyendo desde hace no menos de diez años. Es decir, hay una carga emocional por encima del sentido académico y hay una intención directa, practicando la indiferencia, de minimizar el trabajo público y notorio de un intelectual, un académico un hombre que camina por ahí entre sus libros y sus sueños.
Pero esas acciones develadas por quienes fungen como ostentadores de cargos burocráticos tiene una causa, un por qué. El asunto es simple: la elegancia de la eficiencia les asusta. Cuando han visto a un académico cumplir con sus objetivos, significa que es un potencial contendor y por ende un blanco a eliminar. En esos instantes de temeridad y supervivencia, saben que hilando fino la salida y la no convocatoria de quien, desde su diminuto espectro humano, ellos piensan que les afectará sus días de tertulia y sus consumados grupos élite en esa fantasía que ellos reconocen como "mundo universitario"; no ven que esa actitud indecorosa va en contra de la visión integral, social, protagónica y holística de la universidad del siglo XXI. Cuando se es ajeno al sentido humanista del manejo o gerencia del conocimiento, se es ajeno a la vida y a la condición humana que la motiva.
Por esta razón, no es extraño que se haya producido una censura tácita para evitar que el conocimiento por mí emanado vuelva, desde hace ya casi un año, a ocupar su lugar en los travesaños de esos amplios espacios de postgrado que se han convertido en extensión del cuerpo estéril de quienes hoy han pretendido callarme.
Estoy censurado, "mal visto", imantado de los malos y perversos deseos de quienes con la máscara de la prepotencia, la ignorancia y el vacío, hoy se tildan de "bolivarianos" y comen en cubiertos de oro y plata, en las confiterías elegantes de las ciudades que develan su musa musical.
En una palabra, no se está cumpliendo la tarea de crear condiciones de independencia científico-tecnológica; no se está pensando el profundizar el aparato ideológico del socialismo como instrumento de transformación y calidad humana; no se está concibiendo el rol de potencia social tan anhelado en un Estado que se aparta de las pesadumbre del materialismo consumista, para erigirse protector de la naturaleza y del hombre; no se está pensando que con la intolerancia y el cierre de los espacios a personas como yo, convencidos del papel histórico del hombre en el universo, se perjudica a un contingente humano deseoso de debatir y crecer intelectualmente. Toda acción implica una reacción; y esa reacción debe ser superior a la que la causó para poder materializarse en energía positiva. Pienso que ante tanta energía negativa la mejor postura en abrir espacios, crear nuevos mecanismos de acercamiento a quienes necesitan verdaderamente el discurso y la profundidad de quien ha leído para otros y de quien en la pedagogía ha cultivado con roces compactos y firmes de liberación y emancipación.
A mis censores, a los cuales he nombrado en un elevado tino del hermoso castellano, es decir, con metáforas y adornos, les agradezco su conducta, su "mala intención" y sus fecundos vínculos con la envidia y el egoísmo; sólo los cristales del destino tendrán para sí qué será de esa energía contaminada con que ellos me piensan; lo que sí sé es que mi energía se ha transformado en compromiso, lealtad y fuerza, para acrecentar ese impulso humanista que tiene como producto el hombre nuevo y su circunstancia.