Las cifras son importantes, pero no solo hay que saber manejarlas y decirlas, sino que también tienen que ser un referente concreto para medir, cuantificar y comparar.
No es difícil entender que para la mayoría del pueblo venezolano las cifras tienen significado cuando están relacionadas con aspectos puntuales de la realidad específica que lo rodea. El ciudadano común conoce el precio de sus alimentos, de la ropa, de las medicinas, del pasaje en el transporte público, de los impuestos, y también de lo que cuesta un carro, una casa o apartamento, un pasaje de larga distancia o un electrodoméstico. De allí hará un juicio de valor, si tal mercancía es cara, está en precio o es barata.
Pero difícilmente, ese mismo ciudadano tenga clara lectura del justo valor del asfalto en 10 kilómetros de carretera, o del precio por construir una escuela, o un puente, o una central eléctrica, o un complejo deportivo, el precio de maquinarias para el agro, de un sistema de riego, etc.
Sin embargo nos cansamos de escuchar: “Tantos miles de bolívares para tal obra ¡Aprobado!”. ¿Qué significado tiene para el pueblo tal mensaje? En principio uno y bueno, que el gobierno aprueba obras para beneficio de todos y entrega las partidas necesarias para su implementación. ¿Pero es suficiente eso para generar conciencia y dimensión de la obra de gobierno, para educar al ciudadano? Yo creo que no, porque para la gran mayoría, esas cifras, no tienen más significado que decir: “es un montón de dinero”.
Creo que tenemos que mejorar los mensajes, que necesitamos que cuando se hable de cifras se explique mejor de qué se trata, de qué representan esos montos, de cómo y cuándo se van a ejecutar, de dónde salen, quién se encargará del mantenimiento de la obra y con qué recursos, en cuánto tiempo se verán los resultados y qué se espera con esos resultados.
Necesitamos comunicar mejor, y saber, como decía Mao, cuál es el blanco a que apuntamos. Si el blanco es el pueblo, ratificamos que estamos errando.