Para Héctor G. Barnés (2013), en un ensayo titulado “Los ocho males del profesor universitario: es uno de los trabajos más tóxicos que existen”, expone que hasta hace relativamente poco, el profesor universitario era una ocupación privilegiada; gozaba de una buena reputación entre todos los estamentos de la sociedad. John Edward Masefield, poeta inglés, escribió que: “hay pocas cosas terrenas más hermosas que la universidad: un lugar donde los que odian la ignorancia pueden luchar por el conocimiento, y donde quienes perciben la verdad pueden luchar para que otros la vean”.
No obstante, destaca G. Barnés, de manera paralela al crecimiento de la población universitaria, durante la segunda mitad del siglo XX, el profesor universitario parece estar sometido a más estresantes que nunca. No solamente ha perdido su categoría social, sino que también ha visto cómo su sueldo ha disminuido de manera inversamente proporcional al del estrés que ha de afrontar. Todo ello formando parte de una institución cuyas estructuras apenas han evolucionado en siglos.
El trabajo del profesor universitario es uno de los más tóxicos, recuerda con contundencia el psicólogo y profesor de Recursos Humanos de la Universidad de Alcalá, Iñaki Piñuel, que se valora poco porque se cree que el trabajo del sector educativo es de guante blanco, pero contrariamente a ello, el entorno del profesor universitario produce niveles de estrés superior a otros y quiebra la capacidad laboral de muchos profesores a una edad más temprano. Se desprecia el valor del conocimiento por la eficiencia.
Hace ya ocho años, destaca G. Barnés, que un estudio de la Universidad de Murcia puso de manifiesto que el 83,6% del profesorado sufría de estrés crónico, y aunque su autor, el profesor ya retirado de Psicopatología de la Universidad de Murcia José Buendía reconoce que “los datos son perecederos”, la situación parece haber empeorado tras la implantación del Plan Bolonia. Es una situación que se repite en otros países vecinos, como el Reino Unido, donde recientemente una investigación publicada por el UCU (Universitary and College Union) ponía de manifiesto que las enfermedades mentales habían aumentado sensiblemente entre la población académica.
El estudio sintetizaba algunos de los principales escollos para la felicidad del profesor, entre los que se encuentran el constante escrutinio externo, la imposibilidad de conciliar la vida personal con la laboral y la necesidad de proporcionar constantemente resultados positivos.
Como recuerda la profesora titular de sociología de la Universidad de La Coruña Rosa Caramés, se desprecia el valor del conocimiento por la eficiencia. Estos son los principales “jinetes del Apocalipsis” a los que tiene que enfrentarse el profesor contemporáneo.
Quizá la comparación más reveladora para definir la universidad sea la que utiliza Piñuel: “las universidades siguen reflejando con gran fidelidad las características de la sociedad feudal en la que nacieron”. Se ha conseguido consumir el tiempo dedicado a la preparación de las clases y dedicar más tiempo a labores puramente administrativas. Como dejó escrito el administrador de la Universidad de Harvard Henry Rosovsky en The University: an Owner’s Manual, las universidades aman los rangos jerárquicos tanto o más que el ejército. El psicólogo añade que, a diferencia de la educación primaria o secundaria, la universidad está formada por estudiantes ya adultos, que son gente más exigente, y el profesor está obligado a actualizarse continuamente. Ello da lugar a factores de riesgo psicosocial como la rivalidad, la competitividad, las camarillas de poder o las guerras intestinas, frecuentes en el ámbito universitario y que minan poco a poco la resistencia del profesor.
En este sentido, hay que destacar el Plan Bolonia en Europa, que ha traído consigo, entre muchas otras cosas, una burocratización de la enseñanza que ha provocado que los profesores pasen más tiempo rellenando formularios, pruebas y revisiones que dedicados a la preparación de sus clases y a sus proyectos de investigación. Bolonia se ha implantado de manera desastrosa, sintetiza Rosa Caramés. Solamente se ha conseguido consumir el tiempo dedicado a la preparación de las clases y dedicar más tiempo a labores puramente administrativas.
G. Barnés, citando ideas de Piñuel, destaca que los profesores laboran un montón de horas de trabajo que lo sobrecargan y ya está suficientemente sobrecargado de por sí. Para conseguir nada estamos incrementando una carga que no tiene mucho valor añadido. No por rellenar más papeles es mejor, al contrario, el tiempo disponible para preparar clases e investigar se emplea en reuniones y consignar papeles. También disminuyen las horas de descanso y esparcimiento, vitales para el bienestar de cualquier trabajador. El Plan Bolonia ha añadido nuevas cargas a los cuerpos docentes universitarios. Esta maquinaria, como la define el psicólogo, conlleva otro problema: el aumento de las pruebas sobre el control del profesorado. Algo que en principio tendría como objetivo garantizar la calidad de la enseñanza, se añade a las montañas de burocracia ya existentes y someten al profesor a un continuo escrutinio.
El desprestigio reciente de la educación no ha ayudado precisamente en los últimos años ha entrado una corriente que desprestigia la labor del docente. En ocasiones parece haber un afán reduccionista, un tanto persecutorio, de la labor de las personas que se dedican a la docencia. El del acceso a la docencia universitaria es un camino lleno de palos y piedras y, sobre todo, sacrificios obligados. Pasan años hasta que se pueda impartir clase, mucho más hasta que alguien se convierte en profesor titular y ya no digamos convertirse en catedrático. Abundan las horas extras, las asignaturas impartidas a cambio de nada o el tráfico de artículos que permite a algunos profesores seguir un año más aferrados a su puesto gracias a trabajos realizados por sus estudiantes.
Aún hoy se ven rencillas entre profesores que se enfrentaron unos a otros por plazas el motivo de conflicto más grande que puede haber en un departamento es casi siempre las plazas que matiza que al no haber plazas nuevas durante los últimos años, los conflictos han desaparecido. En el pasado, cuando no existía el método de las acreditaciones, las plazas las decidía el catedrático de turno, y siempre terminaba favoreciendo a sus preferidos, mientras que los otros se jodían y tenían que esperar años hasta conseguir sacar su plaza. Aún hoy se ven rencillas entre profesores que vivieron ese sistema y que se enfrentaron unos a otros por plazas.
En una reciente investigación llamada “It’s a Bittersweet Symphony, This Life: Fragile Academic Selves”, el profesor de gestión de las organizaciones de la Universidad de Lancaster David Knights, tras analizar los problemas de identidad entre el cuerpo lectivo inglés, llegó a la conclusión de que la mayor parte de sentimientos de los profesores hacia sus centros estaban marcados por la ambivalencia. Por una parte, porque su idea del mundo académico estaba marcada por la pasión, por el entusiasmo y por unas elevadas expectativas. Pero, al mismo tiempo, estas se encontraban matizadas por una agria sensación de que muchas de sus aspiraciones parecían irrealizables, si no irreales.
Este espíritu de contradicción y desmotivación es un aspecto que influye a la hora de abordar la creación intelectual y los proyectos socioproductivos. Por ello la importancia de crear un plan de formación permanente que en razón del esfuerzo de superación académica por la vía de la investigación y la extensión, se mejores las condiciones de trabajo del profesorado en las instituciones de educación superior.
A todas estas, se identifican debilidades en la concepción de la creación intelectual y la generación de proyectos socio-integradores, y tomando ideas de Fernando Savater; Rafael Bisquerra y Ramón Flecha, hay siete aspectos que es necesario superar para crear un contexto adecuado desde donde fundar un cuerpo curricular vinculados con el interés colectivo de desarrollo del país. Primera debilidad, “la memoria no es asumida como eje importante”. La universidad debe renovarse porque la educación ya no garantiza el empleo, las tendencias de la educación en este siglo, es que la memoria no será tan importante o que la universidad dejará de estar de espaldas a la sociedad, aspecto que debe superarse integrando unidades curriculares que asienten un conocimiento técnico y operativo útil para los proyectos socio-productivos.
Como segundo aspecto, hay debilidad en la formación ciudadana; según Savater, la educación no es un gasto, sino una inversión, la inversión que permite regenerar la sociedad. Hay distintos niveles de la educación, el primero es el de preparar para el trabajo, que es el objetivo más inmediato pero no el más importante. Por encima de este estaría la formación de ciudadanos, que son una exigencia de la democracia para que esta funcione. En tercer plano sería el de desarrollar la humanidad en todos los aspectos con el objetivo de lograr la plenitud y la felicidad del individuo. También señaló que hay que “exigir a los políticos que la educación quede al margen de los vaivenes políticos, y que es menester aprender a vivir de personas, no de aparatos, de ahí la importancia del profesor.
Una tercera debilidad es pensar que la universidad puede con todo; la universidad es una instancia de socialización, concreción de ideas, fortalecimiento de habilidades y destrezas técnicas, pero no es la panacea de todo cuanto ocurre en el ámbito del cocimiento y las relaciones sociales cotidianas. Es necesario crear ejes transversales que enriquezcan y complemente el cuerpo curricular para llevar a niveles máximos de integración a los estudiantes y por ende a su entorno social.
La cuarta debilidad es pensar que la universidad garantiza el mejor uso de la tecnología disponible. La tecnología es necesario proyectarla en el ámbito de las necesidades reales de cada localidad, eso es lo que garantiza su uso adecuado y exitoso. El error hasta el momento ha sido concebirla como la solución a todos los problemas de confort y servicios en la sociedad moderna, y ello solamente es posible cuando el investigador o estudiante, se involucra con las necesidades locales y toma del conocimiento universal las herramientas necesarias que le ayuden a potencializar.
Como quinta debilidad, no se explotara las capacidades de cada estudiante. El cambio en la educación está en cuándo, cómo, cuándo y sobre todo con quién se aprende. El gran reto de la educación superior es favorecer el derecho a aprender, que cada persona pueda desarrollar todas sus capacidades al máximo.
Como sesta debilidad está que no se ha enfocado, o dado importancia, a la educación emocional como eje central. Educar con emoción allana un espacio importante en los educandos; la importancia del individuo emocionalmente sano, es que se traduce en un aprendizaje profesional altamente creativo y competitivo, la educación debe responder a las necesidades sociales que no están atendidas en las unidades académicas como, por ejemplo, el conocerse a uno mismo y que el profesorado ha de sentirse motivado para llevar a cabo una educación emocional, ya que esto supone ir contracorriente. Es imprescindible la formación del profesorado en estos temas, formarse en educación emocional, para integrarse más allá de las actividades académicas, en el quehacer de un clima institucional adecuado al proceso de formación y creación de nuevo conocimiento.
Por último, el séptimo punto a considerar en este diagnóstico general de la situación académica-curricular de la educación superior en Venezuela y en la UNELLEZ-VPA, es que la educación no puede ser homogénea; una educación más justa, con políticas para la inclusión, que le dé importancia a los Grupos Interactivos y genere la necesidad de hacer actuaciones educativas diferentes en las que se mejoren los resultados, daría como resultado grupos heterogéneos para dinamizar el aprendizaje entre iguales con el fin de obtener mejores resultados, valores, desarrollo educacional y sentimientos, ya que para que una actuación sea de éxito tiene que demostrar que obtiene los mejores resultados en todos los contextos. En ese camino estamos ganados en la transformación universitaria y en la construcción del hombre nuevo independiente, auto productivo e identificado con las causas y necesidades de una sociedad en condiciones de riesgo y contradicciones ideológicas.
La única forma de confrontar el capitalismo global y sus intereses depredadores, es con una educación adaptada al interés superior de preservar los valores y principios libertarios del modelo socialista de organización de la sociedad.