No hay quien le ponga orden a la educación privada. Pareciera exenta de control.
En lo que va del mes de junio, en varias oportunidades amenazaron con cerrar el proyecto escolar correspondiente al 2015-2016. Mantuvieron a los representantes y a la comunidad educativa chequeando si realmente el Ministerio del Poder Popular para la Educación había autorizado el fin del año escolar. Se puede decir que las tenían todas consigo para vaciar las aulas de los párvulos; eso sí, no sin antes adelantar el proceso de inscripciones, muy lejano a las condiciones imperantes en el pasado reciente, cuando al menos se esperaba la coincidencia con la primera quincena de julio, para presionar la economía hogareña a realizar desembolsos adicionales por escolaridad.
El malestar fue igual para chavistas y no chavistas que pagan la educación privada de sus hijos, un adelanto del cierre del proyecto educativo trastoca la organización familiar y el trabajo en particular. Las preguntas fueron ¿Quién los cuida? ¿Cómo hacer para mantenerlos haciendo algo productivo? ¿Y si quieren salir a pasear, aburridos de estar en casa, o saturados de TV? ¿Cumplieron con todos sus objetivos o fue algo embutido como el relleno de una morcilla? Después de muchos diretes privó la sensatez más que la ley y se prorrogó hasta esta semana, fin del mes, el período escolar.
Esta vez, se adelantó el calendario de inscripciones, pero no solamente eso, se requiere estar solvente en junio con los pagos de julio y agosto. En términos de ingreso familiar, un solo estudiante se lleva el 100 % de la capacidad total de pagos de la cesta básica de un mes, lo cual significa que en julio más del 80 % de los padres y representantes de los muchachos(as), normalmente asalariados, se la verán difícil para cumplir con otras obligaciones, o con la inscripción de un segundo escolar. Todo esto bajo la amenaza latente que aquellos que no se ciñan al calendario de inscripciones pueden perder su cupo. ¿En realidad, es posible que suceda esto?
Pero también está fuera de control la atrocidad de cambiar el costo de la matricula cada tres meses o hasta menos. Para algunas familias los incrementos anualizados fueron del orden de siete y hasta diez veces más de erogación, es decir 700 a 1000% de incremento. Siempre hay un payaso, aliado del colegio u otro bufón gobiernero tarifado que favorecen “un dialogo” para clavar en la cruz la economía familiar. Finalmente después de varias convocatorias y agotamiento, un pequeño grupo decide los aumentos. Todo mundo anda disgustado, pero no hay a quien acudir, ni existen lineamientos de política que marque topes a esta forma de especulación.
Y todavía no han aparecido las famosas listas escolares, comprometidas con las ofertas de productos de empresarios privados, piden desde un borrador hasta resmas de papel que sumada todas en un plantel escolar con mil estudiantes, da para 10 veces el gasto de papel socialmente necesario. Las listas son una orden al despilfarro inclusive son contra ecológicas.
¿Qué es lo que está en juego? Desde muy temprano en este proceso revolucionario se relacionó la educación con una necesidad humana fundamental, en la Constitución esta preceptuada como derecho y deber, compitiendo este enfoque con el servicio al cliente escolar propugnado por la educación del modelo capitalista privatizador. Tenemos la obligación de vigilar la existencia de la educación privada, controlarla, regularla, y en algunos casos, como son evidentes los ejemplos con algunos colegios de educación privada, apoyarla con recursos materiales y financieros, porque atienden sectores populares.
Esperamos que estos desvíos conceptuales no se impongan sobre la percepción revolucionaria de la educación. Los colegios privados no pueden funcionar como exprimidores del jugo de la economía familiar, porque al presionar sin mejorar la calidad de las edificaciones, de los servicios, de la educación, simplemente están robando bienestar a las familias.
Siempre alegan, allí está el contador y allí están las cuentas, que las revisen. Nada diferente a lo que decía Al Capone en su mejor momento delincuencial.
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