En 1958 se dieron dos eventos importantes para la vida socio-política venezolana, por un lado el surgimiento de un hecho político que restituía la democracia en Venezuela (caída del Gobierno del General Marco Pérez Jiménez), y la aprobación del ejecútese de la "Ley de Universidades". En honor de esta Ley, se aprobó, por la Federación de Asociaciones de Profesores Universitarios de Venezuela (Fapuv) y el Consejo Nacional de Universidades (CNU), el Día del Profesor Universitario, tomando como fecha el 5 de diciembre.
Para entonces el Presidente de la Junta de Gobierno y profesor universitario de la Universidad Central de Venezuela, Edgar Sanabria, destacó que con la Ley de Universidades, se asumía la autonomía universitaria, como un proceso de libertad en la toma de decisiones para el cumplimiento de las funciones de producción de conocimiento y de formación de profesionales de las nuevas generaciones.
De esta manera, la "Ley de Universidades" permite que prevalezca la libertad, pluralidad y autonomía, así como el derecho a administrar sus propios recursos y academia; este instrumento legal de 1958, absorbe y destaca las iniciativas que la Universidad Nacional de Córdoba, en 1918, aportara como el nuevo modelo de educación superior, abriéndosele un espacio a la extensión universitaria y con ello a la apertura de las universidades a su entorno social y a las necesidades que en ese entorno se venían dando y que la universidad pasaba a ser parte fundamental de la solución de esos problemas de la sociedad.
Con la autonomía universitaria, el cogobierno, la extensión universitaria, el acceso por concursos y periodicidad de las cátedras, libertad de cátedra, cátedra paralela y cátedra libre, acceso masivo y gratuito, vinculación de docencia e investigación, Inserción en la sociedad y el rol de la universidad, en el marco de la solidaridad latinoamericana e internacional, se da un nuevo concepto de unidad: docentes-administrativo-obrero-estudiantil.
Para finales de los sesenta y comienzo de la década de los setenta del siglo XX, en específico en 1971, se da la primera reforma y con ello la consagración de un cuerpo legal que ampara no solamente universidades nacionales autónomas, sino una nueva serie de casas de estudio denominadas Universidades Experimentales e Colegios Universitarios técnicos. Para 1982, las Universidades empiezan a ser afectadas por las malas políticas económicas de los Gobiernos de turno, siendo sometido el presupuesto a regulación y acudiendo a la eliminación de programas y proyectos de docencia, investigación y extensión; las denominadas normas de Homologación llegan hasta afectar el salario del personal docente y comienza el declive de una profesión que se cotizaba de manera importante en el mercado laboral venezolano.
No se tiene que ser futurólogo para predecir qué venía en camino: las Universidades comenzaron a declinar y a transformarse en un armazón sin las atenciones mínimas que le aseguren la subsistencia de programas y proyectos de investigación en las diversas áreas del saber. Un docente instructor pasó a ser, ya en salario y beneficios socioeconómicos, un trabajador estandarizado de la administración pública o alguna que otra empresa de servicios o producción privadas.
En este aspecto, Didac Martínez (desde su blog universidadsi.es), se hace preguntas muy oportunas: "¿Qué valor tendrá un título de una universidad pública en este mercado? ¿Será un billete para continuar subiendo en el ascensor social? ¿Asegurará al estudiante un puesto de trabajo cualificado de por vida? La sociedad líquida lamentablemente no garantiza nada de todo esto y además el mundo empresarial reclama cada vez más otro tipo de conocimientos. No quieren excesivos contenidos sino habilidades para liderar y adaptarse a un mundo que cambia. Reclaman a las recién tituladas competencias que las universidades no están enseñando suficientemente. Y, a todo esto, muchas titulaciones -nos lo dicen los mismos profesores-, ya no están relacionadas con una profesión determinada. Se enseñan conocimientos sin saber en qué trabajarán las personas que los reciben".
Martínez destaca, desde el pensamiento del sociólogo Zygmunt Bauman (1925-1917), que la "…universidad debe estar al servicio del tejido económico e industrial de la sociedad. Este mantra que se repite una y mil veces conllevará que la universidad pierda lo que le es más esencial, la libertad de pensamiento y la decisión ética sobre lo que se investiga..." Así mismo, es "…la atomización del conocimiento que deriva también en una atomización del trabajo, provocando que un titulado deba trabajar en un rosario de innumerables trabajos a lo largo de su vida. Esto jamás había pasado, ya que cada titulación equivalía a una profesión determinada en la sociedad sólida..."
Hay un cambio radical de paradigma y de condiciones de interpretación de la vida y la cotidiana en la modernidad; ya las bases sólidas de un mundo preocupado por resultados inmediatos y prácticos, se ha derrumbado; ni los escombros subsisten, la modernidad líquida ha arrasado con todo, quedando solamente un pequeño fragmento del recuerdo que añora aquellos días de equilibrio y solidez.
Bauman al respecto expresa que la mayor preocupación de nuestra vida social es cómo prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar en el futuro; estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida. "…Con los objetos materiales y con las relaciones con la gente. Y con la propia relación que tenemos con nosotros mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe. Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y por lo tanto tenemos miedo de fijar nada para siempre…" Somos, sentencia Bauman, ciudadanos a ser flexibles, es decir, que no estamos comprometidos con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en el que sea requerido. "…Esto crea una situación líquida. Como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la forma del agua. Y esto está por todas partes". Esa es la realidad contextual en que está inmersa las Universidades hoy día.
Otro pensador que se destacó en proponer una visión crítica del mundo educativo universitario fue el brasileño Paulo Freire (1921-1997), quien destaca que un docente universitario debe estar consumado con la ética, la cual, desde la teoría o ciencia del comportamiento moral de los hombres de la sociedad, es la conciencia ideal desde donde fundará una plataforma para poder luego generar opciones puntuales de una pedagogía nueva que apueste por la autonomía, la disertación y la crítica, en relación directa con el carácter moral que le toca formar en las aulas universitarias.
En este sentido Freire expresa: "…Cuando hablo de la ética universal del ser humano estoy hablando de la ética en cuanto marca de la naturaleza humana, en cuanto a algo absolutamente indispensable a la convivencia humana…". El reto del docente universitario es de aceptación del docente como persona, que se acepte a sí mismo y que desde su visión ética haga posible enlazar el ser y el actuar en la vida, reproduciendo el proceso educativo y pedagógico en diferentes dimensiones que van desde la comprensión del proceso dialógico que emprende entre los individuos a partir de los elementos que centraliza su formación, hasta la conciencia, la ética misma, la moral, impactando sobre la trasformación social, cultural y educativa.
Estamos en las vísperas de una nueva fecha de celebración del Día del Profesor Universitario; es un día en el cual la incertidumbre y el caos, nos esclaviza, nos sumerge en la intencionalidad de un inmenso decálogo de la prudencia y la sensatez; se va perdiendo entre los dedos las buenas intenciones de una ética y moral ciudadana, pasando a formar parte de la jungla en que se ha convertido la vida en las calles y los automercados. Ya no hay tiempo para la investigación visionaria ni para la invención de actividades extra-cátedra que le den solución a problemas de la comunidad. Si no podemos con nuestros propios problemas cotidianos, cómo enderezar los conflictos y situaciones existentes. Se ha debilitado el papel vocacional del docente universitario y se está ante una situación de supervivencia; hay algunos que se han ido y han pasado a ser reconocidos y admirados en el extranjero, pero los que nos hemos estacionado en ese sentimiento nacionalista y patrio por coadyuvar en todo lo que sea posible hasta que las circunstancias mejoren, estamos convencidos que el sacrificio es inmenso y que quizás por lo breve y relativa que es la vida, pasemos a otro plano sin conocer la resolución de este gran tejido de situaciones sociales que hoy caracterizan a la Venezuela del Siglo XXI.
A todas estas: ¿Qué celebramos el 5 de diciembre del 2017? Celebramos que somos docentes universitarios con membrecía en uno de los clubes laborales más heterogéneo y críticos que alguien haya podido conocer; que deberíamos celebrarlo trabajando más y produciendo más, y no haciéndole el juego a la modernidad líquida y terminando de destruir la poca confianza que la sociedad tiene en su academia. Que se debería celebrar reflexionando si hemos sido humildes, si hemos respetado las ideas de nuestros semejantes, si ciertamente existimos y estamos activos. Es un día para reinventarnos y plantearnos, con seriedad y sapiencia, que es nuestra tarea ser críticos, deliberantes, rebeldes; la pasividad termina por minar nuestro pequeño espacio de acción y nos hace indolentes y difusos, en un mundo visceralmente competitivo y absurdo.