En Venezuela se ha abierto un viejo debate cuyos orígenes datan del siglo XIX, durante la guerra de independencia, sobre la cuestión de la educación Frente al tema, las partes de la discusión siguen siendo las mismas, y los argumentos semejantes. En sentido estricto, este asunto no es un tema geopolítico. No esta vinculado directamente con la relación que se establece entre el hombre y los agregados sociales que conforma, y el ordenamiento espacial del planeta para su utilización a los fines de la realización humana. Pero indirectamente, es tal vez la variable más influyente. Sin dudas, esta función social define las actitudes y conductas de los individuos y de las formaciones sociales que estos configuran. Y de tales posturas y comportamientos se deriva el poder de acción de tales grupos humanos para lograr el dominio del espacio, que les permita satisfacer sus necesidades, y para relacionarse con conjuntos humanos semejantes, dentro de procesos que se desarrollan entre la cooperación y el conflicto. En otros términos, dentro de procesos que tienen un carácter político, y por lo tanto, determinante en la naturaleza de las relaciones que prefiguran la estructura del sociosistema. Incuestionablemente, una arquitectura que coloca tales agregados sociales en el dilema entre la paz y la guerra, para producir una realidad social que podría convertir la humanidad en un mundo hobbesiano, donde todos luchan contra todos, pero que tiene la posibilidad de restringir el conflicto para sistematizarla y, eventualmente, minimizarlo y regularlo para organizarla.
El debate venezolano en la actualidad se desarrolla entre las posiciones extremas de quienes sostienen que esta función tiene un carácter privado, recayendo la responsabilidad de su realización en la familia y las instituciones religiosas, que mantienen los valores éticos proclamados por este agregado social primario y las congregaciones teístas en las cuales se agrupa, y aquellos que proclaman que es una función pública, bajo la responsabilidad del gobierno de la comunidad política, y de naturaleza laica. En la primera posición se encuentran quienes se identifican como “sociedad civil” y, por supuesto, la iglesia católica que ha sido la creencia religiosa dominante en nuestro medio. En esta postura, la congregación religiosa se agrega a la llamada “sociedad civil”, concebida, dentro de los términos liberales, como conjunto contrapuesto a los partidos políticos y en contraste con el sector público de la economía, estructurado por “organizaciones no gubernamentales” (ONG), con el poder suficiente para actuar de forma autónoma en función de sus intereses. Lógicamente, aquí se excluye la masa de población, no organizada, carente de medios de acción para actuar de forma independiente, frente a esta “sociedad civil” que domina el Estado. En el enfoque opuesto se encuentran los sectores socialistas y los nacionalistas. Los primeros que sostienen la primacía del pueblo, con la igualdad entre las personas como principio, lo que implica el acceso paritario a los valores sociales, entre ellos la educación. Los otros que apoyan la hegemonía del Estado, como vehículo para la realización de la nación, concebida, en contradicción con la idea de pueblo y, minimizadora de los factores voluntarios en la conformación de las formaciones sociales históricas, y favorecedora de las variables naturales y tradicionales, como explicación de estas formas complejas de organización social.
En la experiencia republicana venezolana, en su fase inicial, triunfo la tesis liberal, en la cual las escuelas privadas y las católicas dominaron el desarrollo de esta función social. El resultado de esta experiencia, fue la presencia de una inmensa masa iletrada, incapaz de proporcionar una fuerza laboral que impulsara el desarrollo económico del país, con una elite dividida, inspirada en una fuerte competencia que marcó con la guerra civil el primer siglo de existencia del Estado venezolano. Durante todo el siglo XX, la tesis dominante fue la nacionalista, dentro de la filosofía positivista. Con este marco se incorporó, más o menos, un 60% al sector productivo moderno de la sociedad, pero con una enorme disparidad cualitativa entre la elite del poder, considerada como núcleo social del estado, y las masas obreras. Se mantuvo una masa significativa iletrada, prácticamente excluida de los valores sociales imperantes en la modernidad. Sin dudas, se fortaleció el Estado, pero se agudizaron los conflictos con las comunidades políticas vecinas, aceptándose el dominio de las potencias desarrolladas que imperaban en la escena internacional. El debilitamiento del Estado, producto de la acción imperial de los EEUU, en el marco de la guerra fría, potenció las capacidades de la “sociedad civil”, rompiéndose la “ilusión de armonía” generada por el nacionalismo, con la consiguiente reaparición de la conflictividad interna. El logro del control del poder por los sectores menos privilegiados del pueblo venezolano, ha venido impulsando el restablecimiento de la educación laica como una función bajo la responsabilidad del gobierno, con una visión internacional centrada en la multipolaridad que favorecería la sistematización de la humanidad, y una reducción de la competencia interna entre las clases sociales establecidas. Hay allí mayores oportunidades para la paz.