A mis compañeros del liceo, una generación que marcó nuestras vidas para siempre.
Aquella fué una generación de muchachos que nos juntó la vida en unas aulas de clase para hacernos bachilleres. Corría la década de los años 70 del siglo pasado, y nuestra fuerza adolecente se expandía por aquellos salones y pasillos del Liceo Fernando Delgado Lozano. El Biscucuy de entonces era mucho más frío de lo que resulta ser hoy, y las mañanas de neblinas como copos de nieve nos obligaban a usar algún aprenda que pudiera abrigarnos. En aquellos pasillos se juntaban todos los sueños de la vida, toda nuestra pasión juvenil brillaba en aquellas aulas que en algún momento sintieron la voz de aquel hombre que marcó la vida de la patria y que hoy para orgullo Biscucuyense descansa junto a nuestros libertadores, Argimiro Gabaldón, quien fue uno de los fundadores del liceo que en algún momento llevó el nombre de Antonio José de Sucre.
A la salida del pueblo, según la señalética vial de entonces, se encontraba aquella magestuosa edificación que otrora fue símbolo de este pueblo campesino, aquel liceo daba calor y fuerza a un pueblo que comenzaba a creer y a levantarse. Frente al liceo pasaban todos los vehículos que transitaban y bajaban de Chabasquén, Campo Elías o Boconó, rumbo a Guanare. Aquella era la salida obligada del pueblo.
De esa generación de muchachos, algunos nos habíamos conocido en la escuela, otros venían de Campo Elias del estado vecino, algunos otros venian de Chabasquén, pues en aquellos poblados aún no existía un Liceo dónde pudieran proseguir sus estudios, de modo que estos tres pueblos fueron construyendo su historia tomados de la mano, con muchachos que se encontraban en las aulas para echar a volar sus sueños y sonrisas.
Las empanaditas de Melecio nos reunía en la esquina para aplacar el hambre mañanera, y allí se daban compartires hermosos de jóvenes que esperaban mirarse retratados en un futuro que aguardaba por nosotros, para convertirnos en hombres y mujeres útiles a sus familias y a la patria. Aquellos profesores eran unas lumbreras, como el profesor de matemáticas el querido Leónidas, ese fué tal véz el profesor que más admiramamos y respetabamos y aún cuando lo vemos caminando en las calles del pueblo, nuestro respeto y reverencia se expresa en un saludo de cariño y profunda admiración. El se vió obligado a renunciar y fue sustituido por el el profesor de apellido Becerra.
Pues bien, aquellos muchachos fuimos construyendo año a año, una amistad y camaradería que se mantiene aún entre quienes por la gracia de Dios aún andamos en este mundo irracional y convulsionado. Las páginas del libro pueden llenarse de vivencias y anécdotas de esa generación que le tocó vivir aquellos tiempos en que se estudiaba con pasión para aprender, tiempos que compartimos viviendo una muy buena parte de nuestra juventud.
La nuestra, fue una generación única, inolvidable. La promoción Pedro Arcila quedó en la historia como la única promoción que escogió como padrino al más humilde y pobre de todos obreros del Liceo, quien en lugar de darnos dinero para la fiesta de egresados, como se estila siempre, fuimos nosostros quienes recolectamos fondos para vestirlo desde los pies a la cabeza, para que que nos apadrinara. Costó conseguirle los zapatos pues sus pies descalzos habían crecido en demasía y su número no estaba adisponible. Hubo que mandarlos a fabricar a su medida, tal vez fué los únicos zapatos que nuestro amado Pedro Arcila llegó a usar.
A Pedro Arcila le comparamos paltó, y camisa pero no pudo usar corbata, pues la papera inmensa que adornaba su cuello lo impedía, de allí su apodo de ""tarugo" como cariñosamente fue conocido en todo el pueblo. Está irreverente hazaña de hacerse apadrinar por el más humilde y pobre de todos los obreros, fue conquistada al calor del voto popular entre la población estudiantil de las secciones de 5⁰ año, que para entonces eran dos. Aquello fué una lección de democracia. Luego de dos intentos, finalmente nuestra irreverencia y combatividad logra imposerce contra otras opciones de adinerados que pudieron darnos una fiesta estruendosa, pero no como la que nos dimos con nuestro propio esfuerzo y con el orgullo militante de irreverentes soñadores
La nuestra, fue una generación única en el país, que impuso un uniforme distinto a todos, cambiamos la vestimenta color kaki, por una camisa roja y un pantalón de Jeen azúl, eso lo logramos a punta de votos y elecion popular entre toda la población estudiantil, aquello marcó la historia del movimiento estudiantil de aquel momento.
Todos perfectamente uniformados con el orgullo de la camisa roja recibimos el título de Bechilleres en ciencias el 25 de Noviembre de 1977. Parece que fué ayer, pero hace rato de aquellas aventuras juveniles, ya nuestro pelo teñido de blanco cenisoso, nos recuerda que hace años, varios años, existió una generación y una promoción de bachilleres que se atrevió a cambiar los paradigmas existentes para soltar al vuelo libre sus sueños libertarios.