La década de los 60 fue un tiempo cuando sin Internet o TV, la gente se puso a soñar en un mundo mejor. Fue como una vibración espiritual que se extendió en un proceso plural, con los colores de todas las razas y culturas. Desde la poesía, la novela, el canto, la música, la ensoñación, el vivaque guerrillero. Con la vida puesta sobre la mesa en una apuesta total por lo que creíamos, como en una comunión de creyentes: la utopía marxista; Juan XXIII y la Teología de la Liberación; Martin Luther King, Patricio Lumunba; los Beattles, Bob Dylan, Serrat; los bonzos vietnamitas incinerándose, la invasión a Santo Domingo; en la UCV De Venanzi y Bianco; Igor Stravinsky dirigiendo la Sinfónica Nacional; los encuentros de jóvenes pintores, jóvenes poetas, el Techo de la Ballena, Tabla Redonda y el Chino Valera Mora gritando regresaré como los pueblos, cantando y más cantando; con Alí Primera en las serenatas frente a la residencia femenina.
Vino la orden asesina: disparar primero y averiguar después, que nos envió a las cárceles, a las guerrillas, a los cementerios. Una generación se fue inmolando por soñar otra vida.
Hoy es otra época. Hay una distancia entre aquella represión y la actual, como entre un puño de hierro y un guante de seda.
Miles de jóvenes andan protestando contra el gobierno y otros ratificando su fe revolucionaria. Que sigan en acción, que acierten o se equivoquen. Así se aprende. Los unos no son simplemente conspiradores u oligarcas, la mayoría decisiva anda expresando un descontento sincero. Otra cosa es el deseo de dirigentes opositores, que ciertamente pretenden manipular. Los otros son revolucionarios, no oficialistas. Ellos deberían emprender iniciativas que sumen, para facilitar que las diferencias reales se clarifiquen, pues la polarización actual es engañosa. La unidad de acción y las críticas constructivas, deberían realinear las fuerzas.
Si una lucha prospera es porque hay causas reales. El gobierno se ha equivocado lo suficiente como para que aparezcan fuerzas cuestionadoras. La oposición había marchado de error en error. Ahora no se puede actuar como ante el golpe de abril o el paro petrolero, cuando fue fácil distinguir al adversario. Hay que hacer pedagogía política, distinguir matices, sin discursos en blanco y negro.