La gasolina en manos de bachaqueros

"La verdadera política,

cualesquiera que sean sus formas,

no es más que el orden y la libertad."

Chateaubriand

El miércoles a las primeras horas del día, me instalé en una cola con la esperanza de surtir el tanque de gasolina. Desde el mismo momento de haber llegado, empezó la incertidumbre en medio de la cantidad de comentarios, quejas, reclamos, y las críticas que no nunca faltan contra el gobierno. Por primera vez, me acerco a esa estación; una de las más antiguas de la ciudad de Acarigua, de las 16 existentes en el perímetro de las ciudades gemelas (Acarigua-Araure). Está ubicada en la entrada de un barrio, que lleva el nombre del prócer de la independencia: José Antonio Páez. Apenas llegué me dieron la primera información sobre la hora de llegada del combustible: diez de la mañana; pasaron las diez, y nada; fue transcurriendo el tiempo, para finalmente ver la gandola con la carga de gasolina a las 6 de la tarde.

A las 6 y 45 de la tarde noche, empezaron a llenar los tanques en medio de la oscuridad de la zona. La cola fue corriendo con la desesperación de los usuarios, quienes no veían el momento de llegar a los surtidores. A las 9 y 15, por fin me estacioné detrás de 6 carros, y desde ese sitio podía ver el tremendo despelote, que se forma en esa estación, el cual motivo la suspensión del servicio por dos semanas. Y como dice el refrán: "al mojado echarle agua" ¡se explotó una lampara! casi incendia un vehículo, faltando poco para agarrar ese incidente, como pretexto para suspender la labor. La ubicación que tenía me permitía ver todo; el cual me ayudo a reflexionar, y a la vez me despertó la impotencia ante una triste realidad, que parece agarrar cuerpo en medio de la crisis: los inescrupulosos, y falta de conciencia, haciendo de las suyas sin ningún control; parecen los dueños de la estación.

En la poca luz del sitio, escuché a un señor con la voz muy pausada, y entre dientes: "Ese gordo de la moto, ha hecho como cuatro viajes con la pimpina– bidón– y el mismo la llena". Me puse a observar para asegurarme de lo que decía el amigo, y pude constatar: no estaba lejos de lo que decía; solamente estaba equivocado en el sexo del motociclista: era una mujer pasada de peso, con la cara de pocos amigos; iba y venía del barrio sin disimular nada, llenaba el bidón, por cierto nuevecito –parecía recién comprado– en el tiempo que estuve esperando para finalmente llenar, fue y regreso en tres oportunidades; se me ocurrió gritar: ¡Ese motorizado, hasta cuándo lleva gasolina! En el siguiente viaje regreso sin el bidón, y se paró a mi lado con los brazos cruzados, como esperando a ver ¿Qué le decía? Por supuesto me callé, y me da la ligera impresión, que no actuó, porque me vio la cara, y guardo cierto respeto por la edad. Por poco me voy sin echar gasolina, y con unos carajazos encima.

Todo esto me dice, que de seguir el descarado bloqueo por parte del gobierno de los Estados Unidos con sus títeres criollos de la oposición, más algunos dueños de estaciones, a quienes poco les importa las calamidades de los conductores; la anarquía sé va a profundizar, y eso es precisamente lo que buscan, para darle rienda suelta a los bachaqueros en dólares, aprovechando las penurias del pueblo. Es tan grave el problema, que, sin temor a equivocarme, es más la gasolina transportada en los bidones, que, en los tanques de los vehículos–en esa estación– porque aparte de los motorizados, una cantidad bastante alta de conductores pagan para que les llenen dos y tres envases, sin que nadie haga algo por detener la comercialización por otras vías de un recurso tan vital para la economía del país; creando frustración, y descontento, algo sumamente peligroso, y no sabemos hasta dónde llega el nivel de paciencia.



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Narciso Torrealba


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