Según una anécdota presunta de Einstein, una bella mujer le preguntó una vez, que cómo sería un hijo producto de su belleza y de la inteligencia de él. A lo que el socialista respondiérale, con una muy propia de su ingenio, que por qué no paseábase también por la idea de cómo pudiera salir dicho hijo, ya con la inteligencia de ella, y la belleza de él...
Me vino a cuento esta anécdota, por el debate que presenciara por VTV -hará un par de días, y muy tempranito en “En confianza”- entre Fernando Sopotocientos y Juan Carlos III, con dos visiones muy otras sobre el petróleo (como tema filosófico, incluso) y sobre la Exxon, nombradía sagrada que uno de ellos pronunciaba, así mismo, y el otro Exxón, no sé si para tratar de imponer, desde el comienzo mismo, su progenie. Lo mismo ocurriría con la de Conoco, que uno de ellos pronunciaba, así mismo, y el otro prefería entonces esdrujularla: Cónoco… Bueno, pienso que serían vainas de ellos, para después reírse…
Pero Juan Carlos III -a confesión de parte, y por lo tanto, relevado yo de probarlo- es un mancebo petrolero genético: vale decir, de abuelo y pure petroleros, con herencia de tales desde hace más de un siglo; fundadores de PDVSA y camaradas de Rockefeller (esto no lo dijo por todo el cañón, pero lo significó por el apasionado amor que aún aparenta profesarle a la Exxón) y alimentado, además desde muy bebecito, con “Nenepetrorina”, una famosa fórmula láctea, de patente gringa, reforzada con moléculas de proteína petrolera aislada más que todo de crudos con 40 grados A.P.I. como es el caso del muy alimenticio West Texas Intermediate.
Lógico es pensar entonces, que toda esta crianza, tan así de “a toda leche”, hubo de darle por tanto a Juan Carlos III ese tamañote que ojalá no fuera de “zapato prestao”, esa mirada tan típica de “atacante preventivo” y esas muecas gruesas, despóticas, y hasta despectivas, que exhibió en dicho debate con orgullo muy de burguesote.
Fernando Sopotocientos, en cambio, es chaparrito, diría que hasta pompónico (muy propio de los genuinos reyes, a propósito), con resultado negativo reiterado en genética petrolera y sólo con una corta pasantía en un campo petrolero marginal, pero con licenciatura en Economía y posgrado en Ciencias Políticas luego; y quien, por más que empeñábase en poner cara de arrecho, no alcanzaba intimidar en lo más mínimo a semejante y tan elegante fortachón, con su tan sendo tamañito. Pero cuando alegaba, y sonreía, le brotaba entonces lo buena gente que es por defender (con tanta pasión y enjundia, sobre todo) los intereses más esenciales de su patria. Y por ello, y por sus seguras otras virtudes, ¡qué viva Fernando Sopotocientos, carajo!
Ya por parte mía, me confieso burro en todo; pero en lo petrolero, mucho más que en otra cosa. Confieso igualmente haberle tenido siempre una envidia muy mordiente a Luís Giusti por esa manera tan cartesiana de razonar en materia petrolera. Sobre todo, cuando le oyera decir, muy bien vestido también a lo Juan Carlos III, aquello de que, la verdadera nacionalización petrolera sólo ocurría cuando la industria se privatizaba, por la simple y gigantísima razón de que, los trabajadores privados, están en la vida en mucha mayor cantidad que los públicos… ¿Y quién no habría de caer fulminado ante un razonamiento tan deslumbrador?
En fin, pero en este debate me rebobiné los sesos para tratar de entender algo, y esto fue lo que alcance amontonar luego del desbroce:
1.- Juan Carlos III hablaba de negocio petrolero y Fernando Sopotocientos hablaba más bien de actividad petrolera.
2.- En relación al concepto de “reservas”, Juan Carlos III preguntábase para qué pudieran servir ellas bajo la tierra, apuntando como hacia un uso dispendioso de ellas visto el pingüe negocio que representan en la superficie. Fernando Sopotocientos le daba, por el contrario, la importancia que, en depósito, ellas representan para PDVSA -y por ende, para toda la nación- puesto que la convierten, por su gigantesco volumen, en la empresa más solvente del mundo en el ramo, amén del ahorro que ellas representan, tanto para las actuales, como para las futuras generaciones de venezolanos que también tienen derecho a disfrutar de ellas durante la vigencia del petróleo como fuente de energía por ahora insustituible.
3.- Juan Carlos III se quejaba (demostrando incluso franca amargura) de que PDVSA no ganaba mucho dinero como empresa, porque ella misma se limitaba dejando de producir más evitando asociarse con extranjeros válidos; contrario a la Exxón, que el año pasado, por ejemplo, obtuvo 400 mil millones de ingresos brutos, con una ganancia neta de unos piches 40 mil millones. Visto así, como un vulgar negocio, pudiera ser procedente el planteamiento, y, sobre todo, cuando lo que haya habido de hacerse, para su producción, no fuera sino la mera y desprendida acción del sol por millones de años, para ir convirtiendo ciertas materias en energía fósil e irla depositando, con santa paciencia, en los intersticios del globo terráqueo, y, en especial, aquí en Venezuela, para que luego viniera la Exxón a bebérselos literalmente hablando, y a precio de alcohol de garrafa… Además, en todo el entramado cómplice de los costos y de los gastos necesarios para producir la renta, hay toda una tramoya, donde los beneficiarios directos de ellas (en el caso de la Exxón) son los respectivos peculios de sus accionistas variopintos, donde seguro se encuentran, por orden de aparición: Bush el animal, Condeleezza la traidora y quizás Cheney por carambola. En cambio, en los de PDVSA (que aspiramos que sean menos o nada cómplices) se beneficia, nada más y nada menos, que todo un país y hasta todo un continente latinoamericano de historia tronchada, para alcanzar ambos su merecida grandeza.
Pero mi mujer, entretanto, que estaba a mi lado viendo el debate (y que debo reconocer que hoy, muriéndose de vieja, aún le manda de frente a lo frívolo) me dijo algo exaltada, y viéndome luego con un dejo que no ocultó nunca una fuerte carga de desprecio:
-¡Mira papi, yo te digo una cosa (y el papi este por cierto me sonó más falso que el cipote), el gordito Fernando Sopotocientos podrá ser muy brillante, lógico y todo lo demás que tú le pongas encima con mucha razón, pero lo que es, el Juan Carlos III este, es bello! ¡Déjate de vainas!
Total, y como podrán ver, en ese debate el único que terminó descalificado fui yo, y todo por no tener, ni la inteligencia de Fernando Sopotocientos, ni la pinta jactanciosa de Juan Carlos III, quien, al final no fue que se paró de su silla, sino que más bien se desenrolló frente a la traviesa y estratégica sonrisa de su contrincante, que, optaría por quedarse sentadito, tal vez aplicando la regla belicosa que reza, que pegarle a un hombre sentado, es lo mismo que pegarle por la espalda...
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