Es algo sumamente vital para el avance revolucionario que los diferentes sectores populares se apropien del discurso político manejado por la vanguardia revolucionaria y lo pongan en práctica, creando los mecanismos necesarios para romper la hegemonía del sistema representativo tradicional, de modo que se promueva realmente una hegemonía y un poder construidos desde abajo, dando fin a la corrupción política, a la explotación económica, a la exclusión social y, en fin, a la opresión generada dentro y fuera por el Estado burgués a lo largo de la historia, pero muy especialmente durante el último siglo. Comprendiéndolo así, el socialismo vendría a convertirse en un programa colectivo de liberación -efectivo y en permanente construcción- en vez de ser nada más que retórica vacía entre quienes ejerzan funciones de gobierno, al quedar plenamente insertado en la dinámica de las luchas populares, lo que debería originar el cambio estructural del Estado y, por consiguiente, de la sociedad entera.
Así, las diversas formas organizativas que se han fomentado entre el pueblo, como los Consejos Comunales, las Comunas, los Consejos Estudiantiles, los Consejos Campesinos, los Consejos Juveniles y los Consejos de Trabajadores, además de las Milicias Populares, están llamadas a establecer espacios propios que anticipen ese nuevo Estado socialista por fundarse, lo cual requerirá luchar conjuntamente para que las viejas instituciones del poder público modifiquen sus esquemas y se subordinen al poder popular que se estaría fundando, dándosele un fiel cumplimiento a la democracia participativa y protagónica. Por esto mismo, estas manifestaciones organizativas revolucionarias no debieran sujetarse a personas y a entes públicos, cuyas acciones y procedimientos redundan en lo contrario al socialismo revolucionario que se pretende construir, al obstaculizar la participación y la organización del pueblo, como ocurre de ordinario bajo la democracia representativa.
En tal sentido, los revolucionarios de izquierda están llamados a asumir un compromiso histórico que no se puede eludir, pese al ascenso y la consolidación de elementos de la derecha tradicional en mandos del gobierno, lo cual facilita desviaciones de toda índole que, si no son detectadas y combatidas a tiempo, afectarán la direccionalidad del proceso revolucionario, lo cual debe trascender el marco estrictamente electoral para volcarse a la lucha reivindicativa del pueblo, ya que las elecciones sólo han servido -desde largo tiempo- para disgregar las fuerzas populares al no concretarse un programa común de lucha, produciéndose, en consecuencia, frustraciones y descontentos que acaban por allanarle el camino a la contrarrevolución.
Por eso mismo, la organización popular adquiere una importancia vital y estratégica para desmantelar el Estado creado según los intereses de las clases dominantes y, simultáneamente, para enrumbar al país en la opción del socialismo. Esto exige la implementación de acciones y disposiciones que resulten definitivamente diferentes a lo hecho y lo conocido hasta ahora, ya que existe la tendencia reformista de hacer de tales iniciativas organizativas meros apéndices de los partidos políticos, más aún si son del gobierno, cuando lo que se requiere es que los movimientos populares actúen con una absoluta independencia frente a cualquier modalidad de jerarquización, institucionalizada o no, lo que ayudaría enormemente a inyectarle el dinamismo y el entusiasmo indispensables al proceso de cambios revolucionarios, sin lo cual la participación y protagonismo del pueblo pierden su carácter revolucionario decisivo, transfigurándose en una cuestión mecánica y gatopardiana, sin trascendencia alguna para la emancipación humana.-
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