Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo XIII de “El Capital” (XV)

¿Cuál es la revolución operada por la gran industria en la manufactura, la artesanía y la industria domiciliaria?

Hemos visto cómo la maquinaria suprime la cooperación fundada en las artesanías, así como la manufactura basada en el trabajo artesanal. Un ejemplo del primer tipo es la máquina segadora, que sustituye la cooperación de los segadores. Un ejemplo concluyente del segundo tipo es la máquina para la fabricación de agujas de coser. Según Adam Smith, en su época 10 hombres, mediante la división del trabajo, terminaban diariamente más de 48.000 agujas de coser. Actualmente, en cambio, una sola máquina suministra 145.000 agujas en una jornada laboral de 11 horas. Una mujer o una muchacha vigila término medio 4 de tales máquinas y, por tanto, produce diariamente, gracias a la maquinaria, 600.000 agujas de coser, y por semana más de 3.000.000. Pero cuando una sola máquina de trabajo ocupa el puesto de la cooperación o de la manufactura, puede convertirse a su vez, nuevamente, en fundamento de una industria artesanal. Aun así, esta reproducción, fundada en la maquinaria, de la industria artesanal sólo constituye el tránsito a la industria fabril, tránsito que por lo regular se verifica toda vez que la fuerza motriz mecánica del vapor o del agua sustituye en el movimiento de la máquina a los músculos humanos. Esporádicamente, pero en todos los casos sólo de manera transitoria, la industria practicada en pequeña escala puede asociarse a la fuerza motriz mecánica: alquilando el vapor, como ocurre en algunas manufacturas de Birmingham, utilizando pequeñas máquinas calóricas, como en ciertos ramos de la tejeduría, etc. En las sederías de Coventry se desarrolló de manera natural el experimento de las "fábricas-casitas". En el medio de filas de casitas, dispuestas en cuadro, se levantaba una llamada casa de máquinas, unida por árboles con los telares en las casitas. En todos los casos se alquila el vapor, por ejemplo a 2 1/2 chelines por telar. Este alquiler del vapor era pagadero semanalmente, funcionaran los telares o no. Cada casita contenía de 2 a 6 telares, pertenecientes a los trabajadores o comprados a crédito o alquilados. La lucha entre la fábrica-casita y la fábrica propiamente dicha duró más de doce años, y ha finalizado con la ruina total de las 300 fábricas-casitas. Cuando la naturaleza del proceso no implicaba desde un principio la producción en gran escala, las industrias implantadas en los últimos decenios como, por ejemplo, la fabricación de sobres, la de plumas de acero, etc. por lo general pasaron primero por el régimen artesanal y luego por el manufacturero, como efímeras fases de transición que desembocan finalmente en el régimen fabril. Esta metamorfosis sigue presentando las mayores dificultades allí donde la producción manufacturera del artículo no incluye una secuencia de procesos evolutivos, sino una multiplicidad de procesos dispares. Fue éste, por ejemplo, el gran obstáculo que encontró la fabricación de plumas de acero. No obstante, hace ya unos quince años se inventó un autómata que ejecuta simultáneamente seis procesos heterogéneos. En 1820, la industria artesanal suministró la primera gruesa de plumas de acero, al precio de 7 libras esterlinas y 4 chelines; la manufactura las entregaba en 1830 a 8 chelines, y hoy el sistema fabril la vende a los mayoristas al precio de 2 a 6 peniques.

Con el desarrollo del sistema fabril y el consiguiente trastocamiento de la agricultura, no sólo se amplía la escala de la producción en todos los demás ramos de la industria, sino que además se modifica su carácter. En todas partes se vuelve determinante el principio de la industria maquinizada, esto es, analizar el proceso de producción en sus fases constitutivas y resolver, mediante la aplicación de la mecánica, de la química, etc., en una palabra, de las ciencias naturales, los problemas así planteados. La maquinaria, por tanto, se abre paso ora en este, ora en aquel proceso parcial dentro de las manufacturas. Se disuelve, con ello, la cristalización rígida inherente a la organización de aquéllas, surgida de la vieja división del trabajo, dejando el lugar a un cambio incesante. Prescindiendo de ello, se trastoca de manera radical la composición del obrero global o del personal combinado de trabajo. Por oposición al período manufacturero, el plan de la división del trabajo se funda ahora, siempre que sea factible, en el empleo del trabajo femenino, de niños de todas las edades, de obreros no calificados, en suma: en el trabajo barato, como característicamente lo denominan los ingleses. Se aplica esto no sólo a toda la producción combinada y en gran escala, emplee o no maquinaria, sino también a la llamada industria domiciliaria, ya se la practique en las viviendas de los obreros o en talleres pequeños. Esta llamada industria domiciliaria, la de nuestros días, no tiene nada en común, salvo el nombre, con la industria domiciliaria al estilo antiguo, que presuponía un artesanado urbano independiente, una economía campesina autónoma y ante todo un hogar donde residía la familia trabajadora. Actualmente, esa industria se ha convertido en el departamento exterior de la fábrica, de la manufactura o de la gran tienda. Además de los obreros de las fábricas y manufacturas y de los artesanos, a los que concentra espacialmente en grandes masas y comanda de manera directa, el capital mueve, por medio de hilos invisibles, a otro ejército: el de los obreros a domicilio, dispersos por las grandes ciudades y la campiña. Un ejemplo: la fábrica de camisas de los señores Tillie, en Londonderry, Irlanda, ocupa a 1.000 obreros fabriles y a 9.000 obreros domiciliarios desperdigados por el campo.

La explotación de fuerzas de trabajo baratas e inmaduras llega a ser más desvergonzada en la manufactura moderna que en la fábrica propiamente dicha, porque la base técnica existente en ésta, así como el reemplazo de fuerza muscular por las máquinas y la facilidad del trabajo, en gran parte no existen en aquélla, que a la vez somete el cuerpo de mujeres o niños, de la manera más inescrupulosa, al influjo de sustancias tóxicas, etc. Esa explotación es más desvergonzada en la llamada industria domiciliaria que en la manufactura, porque con la disgregación de los obreros disminuye su capacidad de resistencia, porque toda una serie de parásitos rapaces se interpone entre el verdadero patrón y el obrero, porque el trabajo hecho a domicilio tiene que competir en todas partes y en el mismo ramo de la producción con la industria maquinizada o por lo menos con la manufacturera, porque la pobreza priva al obrero de las condiciones de trabajo más imprescindibles, de espacio, luz, ventilación, etc., porque se acrecienta la inestabilidad de la ocupación y, finalmente, porque en esos últimos refugios de los obreros convertidos en "supernumerarios" por la gran industria y la agricultura, la competencia entre los obreros alcanza necesariamente su nivel máximo. La economización de los medios de producción, hecho que la industria maquinizada desarrolla de manera sistemática por primera vez y que implica al mismo tiempo y desde un principio el despilfarro más despiadado de fuerza de trabajo, así como el despojo de los supuestos normales de la función laboral, pone ahora tanto más de relieve su aspecto antagónico y homicida cuanto menos desarrolladas están en un ramo industrial la fuerza productiva social del trabajo y la base técnica de los procesos combinados de trabajo.

Ilustraré ahora con algunos ejemplos las proposiciones enunciadas arriba. El lector, en realidad, conoce ya la amplísima documentación que figura en la sección sobre la jornada laboral. Las manufacturas de metales en Birmingham y sus alrededores emplean, en trabajos en gran parte muy pesados, 30.000 niños y adolescentes y además 10.000 mujeres. Se los encuentra aquí en las insalubres fundiciones de latón, fábricas de botones, talleres de vidriado, galvanización y laqueado. A causa del trabajo excesivo que deben ejecutar sus obreros, adultos y no adultos, diversas imprentas londinenses de periódicos y de libros han recibido el honroso nombre de "el matadero". Los mismos excesos, cuyas víctimas propiciatorias, principalmente, son aquí mujeres, muchachas y niños, ocurren en los talleres de encuadernación. Trabajo pesado para niños y adolescentes en las cordelerías, trabajo nocturno en las salinas, en las manufacturas de bujías y otras manufacturas químicas, utilización criminal de adolescentes, para hacer andar los telares en las tejedurías de seda no accionadas mecánicamente. Uno de los trabajos más infames y mugrientos y peor pagados, en el que preferentemente se emplea a muchachitas y mujeres, es el de clasificar trapos. Es sabido que Gran Bretaña, aparte de sus inmensas existencias de harapos, es el emporio del comercio trapero de todo el mundo. Afluyen a raudales, hacia Gran Bretaña, trapos procedentes de Japón, de los más remotos estados sudamericanos y de las islas Canarias. Pero las principales fuentes de abastecimiento son Alemania, Francia, Rusia, Italia, Egipto, Turquía, Bélgica y Holanda. Se los utiliza como abono, para la fabricación de relleno de lana artificial y como materia prima del papel. Las clasificadoras de trapos sirven de vehículos difusores de la viruela y otras enfermedades infecciosas, de las que son las primeras víctimas. Un ejemplo clásico de trabajo excesivo, de una labor abrumadora e inadecuada y del consiguiente embrutecimiento de los obreros consumidos desde la infancia en esta actividad, es junto a la producción minera y del carbón la fabricación de tejas o ladrillos, en la cual en Inglaterra sólo se emplea esporádicamente la máquina inventada hace poco. Entre mayo y septiembre el trabajo dura de 5 de la mañana a 8 de la noche, y cuando el secado se efectúa al aire libre, el horario suele abarcar de 4 de la mañana a 9 de la noche. La jornada laboral que se extiende de las 5 de la mañana a las 7 de la noche se considera "reducida", "moderada". Se emplea a niños de uno u otro sexo desde los 6 y a veces desde los 4 años de edad, incluso. Cumplen el mismo horario que los adultos, y a menudo uno más extenso. El trabajo es duro, y el calor estival aumenta aun más el agotamiento. En un tejar de Mosley, por ejemplo, una muchacha de 24 años hacía 2.000 tejas por día, ayudada por dos muchachitas que le llevaban el barro y apilaban las tejas. Estas chicas transportaban diariamente 10 toneladas: extraían el barro de un pozo de 30 pies de profundidad, subían por las resbaladizas laderas y llevaban su carga a un punto situado a 210 pies de distancia. "Es imposible que un niño pase por el purgatorio de un tejar sin experimentar una gran degradación moral... El lenguaje procaz que se los acostumbra a oír desde su más tierna infancia, los hábitos obscenos, indecentes, desvergonzados entre los que se crían, ignorantes y semisalvajes, los convierten para el resto de su vida en sujetos desaforados, corrompidos, disolutos... Una fuente terrible de desmoralización es el género de vida. “Cada moldeador” (el obrero verdaderamente calificado, jefe de un grupo de obreros) "proporciona a su cuadrilla de 7 personas casa y comida en su choza o casita. Hombres, muchachos y muchachas, pertenecientes o no a la familia del moldeador, duermen en la choza, que generalmente se compone de dos, sólo excepcionalmente de tres, habitaciones a ras del suelo y malignamente ventiladas. Esta gente se halla tan exhausta tras el día de duro trabajo, que no se observan ni en lo más mínimo las reglas de la salud, de la limpieza o de la decencia. Muchas de estas chozas son verdaderos modelos de desorden, suciedad y polvo... El mayor mal del sistema de emplear muchachitas en este tipo de trabajo, consiste en que por regla general las encadena desde la niñez y por toda la vida a la chusma más depravada. Se convierten en muchachos groseros y deslenguados antes que la naturaleza les enseñe que son mujeres. Vestidas con unos pocos trapos sucios, con las piernas desnudas muy por encima de la rodilla y el cabello y las caras pringosas y embarradas, aprenden a tratar con desprecio todo sentimiento de decencia y de pudor. A la hora de comer están tumbadas en el suelo u observan cómo los jóvenes se bañan en un canal vecino. Finalmente, una vez terminada su ruda labor, se ponen vestidos mejores y acompañan a los hombres a las tabernas." Nada más natural que la enorme difusión del alcoholismo, ya desde la infancia, entre este tipo de obreros. "Lo peor es que los ladrilleros desdicen de sí mismos. Usted, le decía uno de los mejores al vicario de Southallfield, lo mismo podría tratar de educar y mejorar a un ladrillero que al demonio, señor!".

Acerca de cómo los capitalistas economizan las condiciones de trabajo en la manufactura moderna (por la cual entendemos aquí todos los talleres en gran escala, a excepción de las fábricas propiamente dichas), se encuentra muy abundante material oficial en los "Public Health Reports" IV (1861) y VI (1864). Las descripciones de los talleres, particularmente los de los impresores y sastres londinenses, sobrepujan las fantasías más repulsivas de nuestros novelistas. Se comprende de suyo el efecto sobre el estado de salud de los obreros. El doctor Simon, el funcionario médico de mayor rango del "Privy Council" y editor oficial de los "Public Health Reports", dice entre otras cosas: "En mi cuarto informe" (1861) "mostré cómo para los obreros es prácticamente imposible insistir en lo que es su primer derecho sanitario: el derecho, sea cual sea la tarea para la que los reúne su patrón, a que el trabajo esté exento, en todo lo que de aquél dependa, de toda condición insalubre evitable. Demostré que mientras los obreros sean prácticamente incapaces de imponer ellos mismos esta justicia sanitaria, no podrán obtener ninguna ayuda efectiva de los funcionarios designados por la policía sanitaria... La vida de miríadas de obreros y obreras es ahora inútilmente atormentada y abreviada por los interminables sufrimientos físicos que su mera ocupación les inflige".

Paso ahora a la llamada industria domiciliaria. Para formarse una idea de esta esfera capitalista de explotación erigida en el traspatio de la gran industria, así como de sus monstruosidades, considérese por ejemplo el caso, al parecer tan plenamente idílico, de la producción de clavos que se lleva a cabo en algunas apartadas aldeas de Inglaterra. Basten aquí unos pocos ejemplos que nos proporciona la confección de puntillas y de paja trenzada, ramos aún no maquinizados o que compiten con la industria maquinizada o manufacturera.

De las 150.000 personas ocupadas en la producción inglesa de puntillas, se aplican aproximadamente a 10.000 las disposiciones de la ley fabril de 1861. La abrumadora mayoría de las 140.000 restantes son mujeres, adolescentes y niños de uno u otro sexo, aunque el masculino sólo está débilmente representado. Del siguiente cuadro preparado por el doctor Trueman, médico en la Policlínica General de Nottingham, se deduce cuál es el estado de salud de este material "barato" de explotación. De cada 686 pacientes puntilleras, en su mayor parte entre los 17 y los 24 años de edad, estaban tísicas: en 1852, 1 de cada 45; en 1857, 1 de cada 13; en 1853, 1 de cada 28; en 1858, 1 de cada 15; en 1854, 1 de cada 17; en 1859, 1 de cada 9; en 1855, 1 de cada 18; en 1860, 1 de cada 8; en 1856, 1 de cada 15 y, en 1861, 1 de cada 8.

Este incremento en la tasa de la tisis ha de resultar suficiente al progresista más lleno de optimismo y al más embustero faucheriano de los mercachifles alemanes del librecambio.

La ley fabril de 1861 regula la confección de puntillas propiamente dicha, siempre que ésta se efectúe por medio de maquinaria, lo cual en Inglaterra es lo normal. Los ramos que examinaremos aquí con brevedad, y precisamente sólo aquellos en que los obreros en vez de estar concentrados en manufacturas, grandes tiendas, etc., son los llamados obreros a domicilio, se dividen en dos: 1) los que dan la última mano a las puntillas fabricadas a máquina, una categoría que a su vez reconoce numerosas subdivisiones y, 2) los que confeccionan los encajes de bolillos. La terminación de las puntillas se practica como industria doméstica, ora en las llamadas casas de patronas, ora por mujeres que trabajan en sus propias casas, solas o con sus niños. Las mujeres que regentean casas de patronas son también pobres. El local de trabajo constituye una parte de su vivienda. Reciben pedidos de fabricantes, propietarios de grandes tiendas, etc., y emplean mujeres, muchachas y niños pequeños, según el tamaño de las habitaciones disponibles y la demanda fluctuante del negocio. El número de las obreras ocupadas oscila entre 20 y 40 en algunos de estos locales, y entre 10 y 20 en otros. 6 años es la edad mínima media a la que los niños empiezan a trabajar, pero existen no pocos que no han cumplido los 5. La jornada laboral habitual dura de 8 de la mañana a 8 de la noche, con 1 1/2 horas para las comidas, las cuales se efectúan a horas irregulares y a menudo en las mismas covachas hediondas donde se trabaja. Si los negocios marchan bien, la tarea suele durar desde las 8 (a veces desde las 6) de la mañana hasta las 10, las 11 o las 12 de la noche. En los cuarteles ingleses las ordenanzas fijan en 500-600 pies cúbicos el espacio que toca a cada soldado; en los lazaretos militares, de 1.200. En esas covachas donde trabajan las puntilleras corresponden de 67 a 100 pies cúbico a cada persona. Al mismo tiempo, la luz de gas consume el oxígeno del aire. Para que no se ensucien las puntillas, a menudo se obliga a los niños a descalzarse, incluso en invierno, aunque el piso sea de baldosa o ladrillo. "No es nada inhabitual encontrar en Nottingham de 15 a 20 niños apeñuscados en un cuartito de, tal vez, apenas 12 pies de lado, ocupados durante 15 de las 24 horas en un trabajo agotador en sí mismo por su aburrimiento y monotonía, y practicado además en las condiciones más insalubres. Incluso los niños más pequeños trabajan con una atención reconcentrada y una velocidad asombrosas, no dando casi nunca descanso a los dedos ni enlenteciendo su movimiento. Si se les dirige una pregunta, por temor a perder un instante no levantan los ojos del trabajo." La "vara" sirve a las que regentean las casas de patronas como estímulo, al que se recurre a medida que se prolonga la jornada de trabajo. "Los chicos se cansan poco a poco y se vuelven tan inquietos como pájaros, a medida que se acerca el término de su larga sujeción a una actividad monótona, dañina para la vista, agotadora por la posición uniforme del cuerpo. Es un verdadero trabajo de esclavos." Cuando las mujeres trabajan con sus propios hijos en su casa en el sentido moderno, esto es, en un cuarto alquilado, por lo común en una buhardilla, las condiciones son aun peores, si cabe. Este tipo de trabajo se reparte en un círculo de 80 millas de radio con centro en Nottingham. Cuando el chico empleado en una gran tienda deja el trabajo a las 9 ó 10 de la noche, es frecuente que se le entregue un paquete con puntillas para que las termine en casa. El fariseo capitalista, representado por uno de sus siervos asalariados, naturalmente que lo hace con la untuosa frase: "Esto es para mamá", pero sabe muy bien que el pobre niño tendrá que sentarse y ayudar.

La industria de los encajes de bolillos está establecida principalmente en dos distritos agrícolas ingleses; el distrito puntillero de Honiton, que ocupa de 20 a 30 millas a lo largo de la costa meridional de Devonshire e incluye unos pocos lugares de North Devon, y otro distrito que abarca gran parte de los condados de Buckingham, Bedford, Northampton y las comarcas colindantes de Oxfordshire y Huntingdonshire. Las casitas de los jornaleros agrícolas son, por regla general, los locales de trabajo. No pocos dueños de manufacturas emplean más de 3.000 de esos obreros a domicilio, de sexo femenino sin excepción, principalmente niñas y adolescentes. Se repiten aquí las condiciones descritas en el caso del acabado de puntillas. Sólo que las que regentean las casas de patronas ceden el lugar a las llamadas escuelas puntilleras, regenteadas por mujeres pobres en sus chozas. Desde los 5 años de edad y a veces desde antes hasta los 12 ó 15 trabajan las niñas en esas escuelas, durante el primer año, las más jóvenes trabajan de 4 a 8 horas, y más adelante de las 6 de la mañana a las 8 y las 10 de la noche. "Los locales, en general, son las salas ordinarias de chozas pequeñas, la chimenea está tapada para evitar las corrientes de aire, y quienes ocupan aquéllos no cuentan con más calefacción que su propio calor animal, a menudo también en el invierno. En otros casos estas presuntas aulas escolares no son más que locales semejantes a cobertizos pequeños, desprovistos de hogar... El hacinamiento en estas covachas y el consiguiente enviciamiento del aire son a menudo extremos. A esto se agrega el efecto nocivo de las canaletas, letrinas, sustancias en descomposición y otras inmundicias usuales en las inmediaciones de las casitas pequeñas". Y en lo que respecta al espacio: "En una escuela de puntillas, a 18 muchachas y la maestra, le corresponden 33 pies cúbicos por persona; en otra, insoportablemente hedionda, a 18 personas, 24 1/2 pies cúbicos por cabeza. En esta industria trabajan niñas de 2 años y 2 1/2 años".

Donde termina el encaje de bolillos en los condados rurales de Buckingham y Bedford, comienza el trenzado de paja. Se extiende por gran parte de Hertfordshire y las comarcas occidentales y septentrionales de Essex. En 1861 estaban ocupadas en la industria de trenzar paja y hacer sombreros de ese material 48.043 personas, 3.815 de las cuales eran de sexo masculino, de todas las edades, de las restantes, de sexo femenino, 14.913 eran menores de 20 años, entre ellas 7.000 niñas. En lugar de las escuelas puntilleras aparecen aquí las escuelas de trenzar paja. Los niños suelen comenzar su instrucción en el arte de trenzar paja a los 4 años de edad, pero a veces entre los 3 y los 4. Educación, naturalmente, no reciben ninguna. Los propios niños denominan a las escuelas elementales escuelas naturales, por oposición a estas instituciones succionadoras de sangre, en las que se los obliga a trabajar hasta que terminen la cantidad de producto exigida por sus madres medio hambrientas, por lo general 30 yardas cada día. Estas madres suelen hacerlos trabajar luego en sus casas, hasta las 10, las 11 y las 12 de la noche. La paja les corta los dedos y la boca, en la que la humedecen constantemente. Según el dictamen conjunto de los funcionarios médicos de Londres, resumido por el doctor Ballard, el espacio mínimo requerido para cada persona, en un dormitorio o cuarto de trabajo, es de 300 pies cúbicos, pero en las escuelas de tejer paja el espacio se distribuye más ahorrativamente que en las escuelas puntilleras: 12 2/3, 17, 18 1/2 y menos de 22 pies cúbicos por persona. "Los guarismos más pequeños de éstos", dice el comisionado White, "representan menos espacio que la mitad del que ocuparía un niño empaquetado en una caja que midiera 3 pies en todos los sentidos". Así disfrutan de la vida estos chicos hasta los 12 o los 14 años. Los padres, miserables y degradados, sólo piensan en extraer lo más posible de sus hijos. A éstos, una vez crecidos, les importa un comino sus progenitores, como es lógico, y los abandonan. "Nada de extraño tiene que la ignorancia y el vicio cundan en una población educada de esta manera... Su moralidad está en el nivel más bajo... Gran parte de las mujeres tienen hijos ilegítimos, y no pocas a edades tan tempranas que aun las personas versadas en estadística criminal se asombran de ello". Y la patria de estas familias ejemplares, si hemos de creer al conde de Montalembert, seguramente un especialista en materia de cristianismo, es el modelo de los países cristianos de Europa!

El salario, ya miserable de por sí en los ramos de la industria que acabamos de examinar (el ingreso máximo que excepcionalmente perciben los niños en las escuelas de tejer paja es de 3 chelines), se ve mucho más reducido aun, con respecto a su importe nominal, a causa del pago con bonos, dominante de manera general en los distritos puntilleros.


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Nicolás Urdaneta Núñez


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