Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo XXII de “El Capital” (III)

¿Cuál es el factor esencial que, al prescindir del grado de explotación del trabajo, determina la producción de plusvalor?

Hemos considerado la masa del plusvalor, hasta ahora, como una magnitud dada. En este caso su división proporcional en rédito y pluscapital determinaba el volumen de la acumulación. Pero esta última varía, independientemente de dicha división, cuando varía la magnitud misma del plusvalor. Las circunstancias que regulan la magnitud del plusvalor las hemos expuesto detalladamente. Bajo condiciones en lo demás iguales, esas circunstancias regulan el movimiento de la acumulación. Si volvemos a ocuparnos de ellas aquí es en la medida en que ofrecen, con respecto a la acumulación, puntos de vista nuevos.

Se recordará qué importante papel desempeña el grado de explotación del trabajo en la producción del plusvalor. "Como se recordará, la tasa del plusvalor depende en primera instancia del grado de explotación a que se halle sometida la fuerza de trabajo." La economía política justiprecia tanto ese papel que, ocasionalmente, identifica la aceleración de la acumulación mediante la mayor fuerza productiva del trabajo con su aceleración mediante una mayor explotación del obrero. En las secciones referentes a la producción del plusvalor partimos constantemente del supuesto de que el salario era, cuando menos, igual al valor de la fuerza de trabajo. Se expuso, además, que el salario, ya sea en cuanto a su valor o en cuanto a la masa de los medios de subsistencia por él representada, puede incrementarse aunque se eleve el grado de explotación del obrero. En el movimiento práctico del capital, empero, también se produce plusvalor mediante la reducción violenta del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo. De hecho, una parte del fondo para el consumo necesario del obrero se transforma así en fondo para la acumulación del capital. "Los salarios", afirma John Stuart Mill, "carecen de fuerza productiva; son el precio de una fuerza productiva; los salarios no contribuyen, junto con el trabajo, a la producción de mercancías, como tampoco lo hace el precio de la maquinaria junto a la maquinaria misma. Si se pudiera obtener trabajo sin adquirirlo, los salarios serían superfluos". Pero si los obreros pudieran vivir del aire, tampoco se los podría comprar, cualquiera que fuere el precio. La gratuidad de los obreros, pues, es un límite en el sentido matemático, siempre inalcanzable, aunque siempre sea posible aproximársele. Es una tendencia constante del capital reducir a los obreros a ese nivel nihilista. Un escritor dieciochesco que suelo citar, el autor del "Essay on Trade and Commerce", no hace más que traicionar el secreto más íntimo que anida en el alma del capital inglés, cuando declara que la misión vital histórica de Inglaterra es rebajar el salario inglés al nivel del francés y el holandés. Dice ingenuamente, entre otras cosas: "Pero si nuestros pobres" (término técnico por obreros) "quieren vivir nadando en la abundancia... entonces su trabajo tendrá que ser caro, naturalmente. Téngase en cuenta, simplemente, la horripilante masa de superfluidades que nuestros obreros manufactureros consumen, tales como aguardiente, ginebra, té, azúcar, frutas importadas, cerveza fuerte, lienzos estampados, rapé, tabaco etc". El autor cita el escrito de un fabricante de Northamptonshire que, mirando torvamente al cielo, se lamenta: "El trabajo es una tercera parte más barato en Francia que en Inglaterra, pues los franceses pobres trabajan duramente y economizan en los alimentos y la vestimenta; su dieta se compone principalmente de pan, frutas, verduras, zanahorias y pescado salado. Muy raras veces comen carne, y si el trigo está caro, muy poco pan". "A lo cual ha de agregarse", prosigue el ensayista "que su bebida se compone de agua o de otros licores flojos de ese tipo, de manera que en realidad gastan poquísimo dinero... Difícilmente se pueda implantar tal estado de cosas, por cierto, pero no es algo inalcanzable, como lo demuestra de manera contundente su existencia tanto en Francia como en Holanda". Dos decenios después un impostor norteamericano, el yanqui baronizado Benjamin Thompson (alias conde de Rumford), siguió la misma línea filantrópica, con gran complacencia de Dios y de los hombres. Sus "Essays" son un libro de cocina con recetas de todo tipo, para remplazar por sucedáneos las comidas normales más caras de los obreros. Una de las recetas más logradas de este prodigioso "filósofo" es la siguiente: "Con cinco libras de cebada, cinco libras de maíz, 3 peniques de arenques, 1 penique de sal, 1 penique de vinagre, 2 peniques de pimienta y otros condimentos (en total 20 3/4 peniques), se puede obtener una sopa para 64 personas. Teniendo en cuenta los precios medios del cereal [...], puede abatirse el costo a 1/4 de penique por cabeza". Con el progreso de la producción capitalista, la adulteración de mercancías ha vuelto superfluos los ideales de Thompson. A fines del siglo XVIII y durante los primeros decenios del XIX, los arrendatarios y terratenientes ingleses impusieron el salario mínimo absoluto, pagando a los jornaleros agrícolas menos del mínimo bajo la forma de salario, y el resto como socorro parroquial. Véase un ejemplo del espíritu bufonesco con que procedían los Dogberrie ingleses cuando fijaban "legalmente" la tarifa del salario: "Cuando los hacendados fijaron los salarios para Speenhamland, en 1795, ya habían almorzado, pero evidentemente pensaron que no era necesario que los obreros hicieran otro tanto... Decidieron que el salario semanal fuera de 3 chelines por persona mientras el pan de 8 libras y 11 onzas costara 1 chelín, la remuneración del obrero debía aumentar regularmente hasta que ese pan costara 1 chelín y 5 peniques. No bien sobrepasara ese precio, el salario se reduciría proporcionalmente hasta que el precio del pan llegara a 2 chelines, en cuyo caso la alimentación del obrero disminuiría en 1/5". Ante la comisión investigadora de la cámara de los Lores, en 1814, se le preguntó a un tal A. Bennett, gran arrendatario, magistrado, administrador de un hospicio y regulador de salarios: "¿Existe alguna relación entre el valor del trabajo diario y el socorro parroquial a los trabajadores?" Respuesta: "Sí. El ingreso semanal de cada familia se completa, por encima de su salario nominal hasta el pan de un galón (8 libras y 11 onzas) y 3 peniques por cabeza... Suponemos que el pan de un galón alcanza para mantener a todas las personas de la familia durante la semana, y los 3 peniques son para ropa. Cuando la parroquia prefiere proporcionar ella misma la vestimenta, se descuentan los 3 peniques. Esta práctica impera no sólo en todo el oeste de Wiltshire, sino, a mi parecer, en todo el país". "De esta manera", exclama un escritor burgués de la época, "los arrendatarios degradaron durante años a una clase respetable de sus coterráneos, obligándolos a recurrir al hospicio... El arrendatario ha aumentado sus propias ganancias impidiéndole al obrero la acumulación del fondo de consumo más indispensable". La llamada industria domiciliaria, por ejemplo, ha mostrado cual es el papel que desempeña actualmente, en la formación del plusvalor y por tanto del fondo de acumulación del capital, el robo directo que se perpetra contra el fondo de consumo necesario del obrero. Más adelante expondremos nuevos hechos relacionados con el punto.

La elasticidad de la fuerza de trabajo o su capacidad de una tensión mayor en intensidad o en extensión constituye, dentro de ciertos límites, una fuente creadora de riqueza adicional y por tanto del fondo de acumulación, fuente que no depende del volumen dado de los medios de producción en funcionamiento, ya producidos, ni de los elementos materiales del capital constante. En la industria extractiva, por ejemplo en la minería, el objeto de trabajo existe por obra de la naturaleza. Por consiguiente, estando dados los propios medios de trabajo necesario y la industria extractiva misma suministra a su vez, en su mayor parte, la materia prima de esos instrumentos de trabajo, metales, madera, etc., y los medios auxiliares, como el carbón , el producto de ninguna manera está limitado por el volumen de esos medios de trabajo. Ocurre, tan sólo, que se los consume más rápidamente, debido al mayor gasto de fuerza de trabajo, y por tanto que se abrevia su período de reproducción. Bajo condiciones en lo demás iguales, en cambio, la masa misma de productos como carbón, hierro, etc., se incrementa en proporción al trabajo gastado en el objeto natural. Como en el primer día de la producción, convergen aquí el hombre y la naturaleza, esto es, los creadores originarios del producto, y por tanto los creadores también de los elementos materiales del capital. En la agricultura propiamente dicha, en efecto, las simientes y los abonos desempeñan el mismo papel que la materia prima en la manufactura, y no es posible sembrar más tierra sin disponer previamente de más semilla. Pero dada esa materia prima y los instrumentos de trabajo, es conocido el efecto prodigioso que el laboreo puramente mecánico del suelo cuya intensidad depende de la tensión a que es sometida la fuerza de trabajo ejerce sobre el carácter masivo del producto. Se trata, nuevamente, de una acción inmediata del hombre sobre el objeto natural, acción que se convierte en fuente directa de la riqueza. La industria extractiva y la agricultura, por otra parte, proporcionan a la manufactura la materia prima y las materias auxiliares, o sea los elementos materiales que aquí están presupuestos a todo gasto mayor de trabajo, mientras que los medios de trabajo propiamente dichos también en esta esfera no hacen más que abreviar su período de reproducción por la tensión mayor en extensión o intensidad de la fuerza de trabajo. El capital, pues, al incorporarse los dos creadores originarios de la riqueza, la fuerza de trabajo y la tierra, adquiere en ellos otros tantos factores de la reproducción en escala ampliada y por tanto de la acumulación, factores elásticos que no dependen del propio volumen material del capital.

Prescindiendo del grado de explotación del trabajo, la producción del plusvalor y por tanto la acumulación del capital, acumulación cuyo elemento formativo es el plusvalor, se determina en lo esencial por la fuerza productiva del trabajo "Otro factor importante en la acumulación del capital es el grado de productividad del trabajo social."


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Nicolás Urdaneta Núñez


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