En primer lugar, veamos los hechos que de allí nos interesan.
La población de Irlanda había aumentado en 1841 a 8.222.664 personas; en 1851 se había reducido a 6.623.985 habitantes, en 1861 a 5.850.309 y en 1866 a 5 1/2 millones, esto es, aproximadamente a su nivel de 1801. La disminución comienza con el año de hambruna de 1846, de manera que en menos de 20 años Irlanda pierde más de 5/16 del número total de sus habitantes. Su emigración global desde mayo de 1851 hasta julio de 1861 ascendió a 1.591.487 personas; la emigración durante los últimos 5 años (1861-1865) pasó del medio millón. El número de casas ocupadas se redujo, de 1851 a 1861, en 52.900. De 1851 a 1861 el número de las fincas arrendadas con una superficie de 15 a 30 acres aumentó en 61.000; el de las fincas arrendadas mayores de 30 acres en 109.000, mientras que el número total de todas las fincas arrendadas decreció en 120.000, merma que obedece exclusivamente al aniquilamiento de fincas arrendadas de menos de 15 acres, o sea a su concentración.
La mengua en el número de habitantes, naturalmente, se vio acompañada en términos generales por una reducción en la masa de productos. Para el objetivo que nos hemos fijado basta considerar los 5 años que van de 1861 a 1865, durante los cuales emigraron más de medio millón de personas y la cantidad absoluta de habitantes se redujo en más de 1/3 de millón.
Pasemos ahora a la agricultura, que proporciona los medios de subsistencia para el ganado y los seres humanos.
En 1865 se agregan al rubro "pasturas" 127.470 acres, principalmente porque el área bajo el rubro "tierra yerma, no utilizada, y turberas" disminuyó en 101.543 acres Si comparamos 1865 con 1864, tenemos una reducción en el rubro granos de 246.667 quarters, de los cuales 48.999f corresponden al trigo, 166.605 a la avena, 29.892 a la cebada, etc.; la merma en la producción de papas aunque el área dedicada a su cultivo aumentó en 1865 fue de 446.398 toneladas, etcétera. Pasemos ahora, del movimiento de la población y de la producción agropecuaria de Irlanda, al movimiento en la bolsa de sus terratenientes, grandes arrendatarios y capitalistas industriales. El mismo se refleja en las bajas y alzas del impuesto a los ingresos.
Las estadísticas oficiales registran, para el año 1872, una reducción en la superficie cultivada comparada con la de 1871 de 134.915 acres. Se verifica un "aumento" en el cultivo de hortalizas [nabos], remolachas forrajeras y similares; "disminución" en el área cultivada de trigo (16.000 acres), avena (14.000 acres), cebada, bere y centeno (4.000 acres), papas (66.632 acres), lino (34.667 acres), y 30.000 acres menos de praderas, tréboles, chirivías y colzas. El suelo dedicado al cultivo de trigo muestra en los últimos 5 años la siguiente escala descendente: 1868, 285.000 acres; 1869, 280.000 acres; 1870, 259.000 acres; 1871, 244.000 acres; 1872, 228.000 acres. En 1872 se registra, en números redondos, un aumento de 2.600 equinos, 80.000 vacunos, 68.600 ovinos y una disminución de 236.000 porcinos.
Inglaterra, país de producción capitalista desarrollada y preponderantemente industrial, habría quedado exangüe si hubiera padecido una sangría de población como la soportada por Irlanda. Pero Irlanda, actualmente, no es más que un distrito agrícola de Inglaterra, de la cual la separa un ancho foso, y a la que suministra granos, lana, ganado y reclutas industriales y militares.
La despoblación ha hecho que muchas tierras se vuelvan baldías y se haya reducido considerablemente el producto
No obstante, con el descenso en la masa de la población, aumentan continuamente las rentas de la tierra y las ganancias de los arrendatarios, aunque estas últimas no de manera tan constante como las primeras. El motivo de ello es fácilmente comprensible. Por una parte, con la fusión de las fincas arrendadas y la transformación de tierras de labor en pasturas, una parte mayor del producto total se convirtió en plusproducto. El plusproducto creció, aunque el producto global, del cual aquél es una fracción, disminuyó. Por otra parte, el valor dinerario de este plusproducto se acrecienta aun más rápidamente que su masa, debido al aumento que en los últimos 20 años, y especialmente en el último decenio, han experimentado en el mercado inglés los precios de la carne, de la lana, etcétera.
Los medios de producción dispersos que sirven al productor mismo como medios de ocupación y de subsistencia, sin que se valoricen mediante la incorporación de trabajo ajeno, están tan lejos de ser capital como el producto consumido por su propio productor lo está de ser mercancía. Aunque con la masa de la población decreció la masa de los medios de producción empleados en la agricultura, aumentó sin embargo la masa de capital empleado en la misma, ya que una parte de los medios de producción antes dispersos se transformó en capital.
El capital global de Irlanda invertido fuera de la agricultura, en la industria y el comercio, se acumuló durante los dos últimos decenios con lentitud y estuvo sometido a grandes y constantes fluctuaciones. Se desarrolló con gran rapidez, por el contrario, la concentración de sus partes constitutivas individuales. Finalmente, por pequeño que haya sido su crecimiento absoluto, relativamente, esto es, en proporción a la decreciente masa de población, ese capital aumentó.
Se despliega aquí bajo nuestros ojos, en gran escala, un proceso tan hermoso que la economía ortodoxa no podría desear que lo fuera más para demostrar su dogma según el cual la miseria es el resultado de la sobrepoblación absoluta y el equilibrio se restablece gracias a la despoblación. Es este un experimento mucho más importante que la peste de mediados del siglo XIV, tan glorificada por los maltusianos. Incidentalmente: si aplicar a las relaciones de producción y a las correspondientes relaciones de población del siglo XIX las pautas del siglo XIV era ya de por sí algo que combinaba pedantería e ingenuidad, esta ingenuidad, por añadidura, hacía caso omiso de que si bien la peste y la mortandad que la acompañó fueron seguidas por la liberación y enriquecimiento de la población rural de este lado del Canal, en Inglaterra, del otro lado, en Francia, contribuyeron a un mayor sojuzgamiento y a un acrecentamiento de la miseria.
En 1846, la hambruna liquidó en Irlanda a más de un millón de seres humanos, pero sólo se trataba de pobres diablos. No infligió el menor perjuicio a la riqueza del país. El éxodo que la siguió durante dos decenios, y que todavía hoy va en aumento, no diezmó como sí lo hizo la Guerra de los Treinta Años junto con los hombres a sus medios de producción. El genio irlandés inventó un método totalmente nuevo para proyectar a un pueblo indigente, como por arte de encantamiento, a miles de millas de distancia del escenario de su miseria. Los emigrantes arraigados en Estados Unidos envían anualmente sumas de dinero a casa, medios que posibilitan el viaje de los rezagados. Cada tropel que emigra este año, atrae el próximo año otro tropel de emigrantes. En vez de costarle algo a Irlanda, la emigración constituye uno de los ramos más provechosos de sus negocios de exportación. Es, por último, un proceso sistemático que no se limita a horadar un boquete transitorio en la masa de la población, sino que extrae de ella, año a año, más hombres que los remplazados por los nacimientos, con lo cual el nivel absoluto de población disminuye cada año.
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