“El bobo pingüino oculta temeroso su grasienta figura.
Sólo el albatros vuela libre y audaz sobre el mar”.
“El albatros” de Máximo Gorki
No necesitaré esforzarme mucho para escribir esto de corrido y memoria. Me basta lo que conozco que es bastante, porque en el personaje hay mucho por decir.
No es fácil ser tal cual es. No obstante, seguro no ha ensayado el rol que desempeña. Todo transcurre espontánea y originalmente. Tiene imagen carismática, serena y bondadosa. Sé bien, sin haber hablado más de dos palabras con él, y esto no es un decir, es personaje de escuchar con paciencia y enorme respeto por la gente.
Esas cualidades que se perciben al instante sin ser nada perspicaces, le ganan la confianza de muchos. Claro, su serenidad, claridad de juicio y equilibrio, que adornan su ejercicio periodístico y rol de político y ciudadano, también le atraen antipatías.
Para alguna gente, y no por su vieja militancia en el partido comunista, sigue siendo un agente de los soviets, infiltrado en un periódico de un sector de la burguesía caraqueña, conciente de lo que el medio ha sido, cómo y entre quienes ha circulado por décadas. No importa lo que allí se diga, que de paso no es mucho, como para asustar aquella, sino por procurar el director, a costa de grandes esfuerzos, no se escore mucho a la derecha, para se le piense como una reedición de Iskra o Pravda, los viejos periódicos de los comunistas rusos. Tanto que, de un punto del abanico hacia allá, no lo leen y piensan que quienes si lo hacemos somos bolcheviques; y hasta los quiosqueros, de aquél lado lo esconden, para que sus clientes no vean que lo venden o no lo compremos.
Para otra, por no inclinar el diario caraqueño al otro extremo, cuestión que en principio no puede, por razones estructurales, gerenciales y porque sabe no debe, a riesgo que al barco le den un brusco cambio de timón y se vaya para el lado de los primeros, es un vendido a lo que queda de la familia Capriles, la derecha y hasta al imperialismo.
Sabiendo todo eso, porque lo lee, escucha y hasta percibe “por la piel”, no pierde los estribos; hace su trabajo con absoluta convicción y toda la vida, esa que uno conoce, ha caminado con rectitud, sin aspavientos, histrionismos, ni poses ultra revolucionarias. Pero eso si, en cada coyuntura o vuelta del camino, siempre se le encuentra, pese su baja estatura física, con la sabana de fondo, erguido y de plumaje límpido cual garza.
Este Eleazar Díaz Rangel, cuya opinión es muy solicitada en muchos sitios para entender qué pasa en Venezuela, fue – uso el tiempo verbal porque ahora poco de eso se ocupa – un excelente cronista deportivo. Tan bueno que uno no exagera si le califica entre los mejores del país en la historia del periodismo. Justamente por allí, con él nos conectamos por primera vez, cuando por no poder jugar béisbol, optamos por conformarnos con ver el espectáculo y enterarnos de intimidades y secretos a través de la prensa.
Estuvo por años en la escuela de periodismo de la UCV, donde ayudó a formar a muchos; cerca de Héctor Mujica y una pléyade de periodistas hechos en las trincheras, no importa la connotación que a la palabra se dé, como Arístides Bastidas y el mismo Gustavo Machado, los Nazoa y hasta Kotepa Delgado, por no poder nombrar a todos. Conste que he mencionado gente que en años le llevaban una morena.
Fungió más de una vez como parlamentario, incluso de Senador por el MÁS; al final, habiendo atravesado pantanos, lo encontramos de este lado, pulcro y recio, aunque no grite, ni se haga propaganda. Lo más notable, no hace concesiones a unos ni a otros.
Está conciente que hay que empujar el proceso de cambios; que para ello es necesario conservar claridad, capacidad, independencia y compromisos necesarios para sonar alarmas cuando el buque tienda a recostarse porque el timonel se distraiga, distraigan o soplen vientos en contrario.
Siendo garza erguida y limpia de la sabana, también debe tener el ojo vigilante. Ojo e` garza.
De su tiempo, de la dirección del viejo Partido Comunista y luego del MAS, muchos sacaron sus cuentas, contaron años, inventariaron achaques, recogieron sus bártulos, miserias y se fueron tras la liebre. Allí están, solos, sin reconocimiento alguno y oyendo como de ellos, a sus espaldas repiten, quienes les exhiben en sus espectáculos, la frase de Vance Packard, en “Los Artífices del Derroche”, “tírese después de usado”.
Muchos de aquellos eran más papistas que el papa, vanguardistas y estridentes como pocos, pero no tuvieron fuelle y les cansó el camino.
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