La mundialización de la economía y de la conciencia

Son muchos los ciudadanos alrededor del planeta que no logran percibir la miseria, la humillación y la explotación -material e ideológica- a la que están sometidos. Es más fácil engañar a una población poco y mal informada que a otra ilustrada. Eso lo saben desde hace largo tiempo los grandes centros de poder. Así, el mundo contemporáneo se ha visto subordinado, de una u otra forma, al arbitrio de los grandes consorcios transnacionales, los cuales deciden la vida o la muerte de muchos pueblos, dependiendo del grado de interés que éstos pudieran representar, según sus apetitos de ganancias, en concordancia con la noción de globalización impuesta por el neoliberalismo económico, eufemismo con que se designaría, a su vez, al imperialismo de nuestros días.

Esto explicaría, sucintamente, lo que ocurre con el sistema capitalista en Estados Unidos, Europa y Japón, afectando igualmente a las naciones periféricas, en un juego macabro que pone el énfasis en el dinero antes que en la dignidad y la vida de los seres humanos. De ahí que, ante la contingencia económica, los gobiernos de tales países -aún aquellos que se dicen socialistas, como el de España- han optado por sacrificar el Estado de bienestar, el cual se gestara desde comienzos del siglo XX mediante las luchas y las protestas consuetudinarias de la clase trabajadora, en aras del capital; incluso, cediendo parte de la soberanía nacional.

Por ello mismo, podríamos hablar de la confrontación de dos perspectivas o concepciones antagónicas: una, privilegiando al capital corporativo transnacional, y, la otra, impulsada por la conciencia de los pueblos que sufren sus embates, tal como se ha visto en nuestra América, algo que comenzó a tomar cuerpo durante la década de los años ochenta a medida que el Fondo Monetario Internacional (FMI) “recomendaba” su recetario neoliberal a los gobiernos de la región. En este sentido, nuestra América ha sido escenario principal de esta confrontación, llegándose al colmo que los grupos hegemónicos han recurrido al método del golpe de Estado para impedir que los pueblos latinoamericanos logren la plenitud de su derecho a la democracia social y a la autodeterminación de su destino a través de gobiernos revolucionarios o progresistas, como lo muestran -en orden cronológico- los ejemplos de Venezuela, Honduras y Ecuador, sin dejar de mencionar a Bolivia, víctima de las intenciones separatistas instigadas desde Washington.

En todo esto, la actitud y la acción revolucionarias son determinantes. Como lo aprecia Vicente Romano, “el problema no estriba en que los revolucionarios ocupen el poder, sino en que lo utilicen para llevar a cabo políticas inaceptables para los círculos dirigentes del capitalismo. Lo que preocupa a sus gerentes, banqueros y Generales no es la falta de democracia política en esos países, sino sus intentos de construir la democracia económica, salir de la pobreza impuesta por lo que eufemísticamente se llama “mercado libre”. Henry Kissinger se aproximó a la verdad cuando celebró el derrocamiento fascista del gobierno democrático de Chile, en septiembre de 1973, al afirmar que, en caso de tener que salvar la economía o la democracia, había que salvar la economía. La capitalista, claro está”. Nada de esto ha cambiado absolutamente.

Por consiguiente, la mundialización de la economía capitalista ha desencadenado, a su vez, la mundialización de la conciencia de nuestros pueblos, sin que ésta se manifieste totalmente anticapitalista, pero sí con la convicción de buscar alternativas que hagan posible otro tipo de sociedad, donde la equidad, la soberanía y la democracia dejen de ser simples referencias abstractas para convertirse en realidades tangibles y mejorables. En este contexto habría que ubicar todas las luchas sociales, políticas y económicas que se libran actualmente, de manera que se imponga una mejor comprensión de las tareas revolucionarias que estarían sobre el tapete.-

mandingacaribe@yahoo.es


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Homar Garcés


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