“Construyamos el Hombre Nuevo”. Para que podamos hacer la revolución o ésta “avance al ritmo que queremos”, es necesario “un Hombre Nuevo”. Esta expresión que envuelve un deseo milagroso se volvió habitual.
Para acabar con el clientelismo, quienes se aprovechan del Estado, la buena fe de muchos dirigentes y especialmente del mismo Chávez, unos oxidados ofertan que hay que construir “un Hombre Nuevo”. No nuevos hombres, con ideas y procederes distintos deben sustituir a muchos de aquellos que están alrededor de Chávez, o estos deberían, como por arte de magia, mutarse en aquellos, como dirían algunos, sino más ilusamente se clama por el “Hombre Nuevo”.
Alguien, no sé quién, a cada uno de nosotros, puede ocurrírsele un nombre de líder, vivo o muerto o hasta un santo, dijo que el “Hombre Nuevo” será el encargado de hacer la revolución.
Pero……¿Quién carajo está en capacidad de hacer ese “Hombre Nuevo”? ¿Dónde se encuentra ese viejo que puede hacer uno nuevo, sin pegarle sus verrugas?
“Construyamos el hombre nuevo”. ¿Cómo se hará eso? ¿Creamos escuelas especiales, con maestros especiales que no sabemos de dónde carajo les sacaremos? ¿Cuántas escuelas? Deben ser infinitas, tantas o más como las que ahora tenemos, para el común de la gente. ¿Habría que crear la “Misión del Hombre Nuevo”?
¿Los maestros? ¿De dónde les sacaremos? ¿Conoce alguien el sitio dónde buscarles? ¿Cómo los reconoceremos? ¿Serán de Santiago o de la Loma?
¿Nosotros, quiénes eso decimos, somos nuevos o empegostados de lo viejo hasta los tequeteques?
Geppetto, el viejo y bondadoso carpintero hizo a Pinocho de madera, un hada le dio vida; no obstante, no tardó aquel niño de empaparse de vicios y defectos de la gente real a la cual inevitablemente hubo de vincularse.
¿No será más sensato el pensamiento que asume el asunto no como una decisión de construir un hombre nuevo, sin apetitos personales, deseos de acumular riquezas y hasta una construcción abstracta, ordenada o demandada por el pensamiento de un santo, sino el resultado que vendrá de la construcción de una sociedad sobre bases materiales que al hombre cambien? ¿Qué le quiten los soportes o pilotes donde afinca sus tentáculos o tridente diabólico?
¿La revolución misma no tiene como tarea cambiar a los hombres, hacerlos distintos o hacer que, paulatinamente en la misma medida que ellos cambian las relaciones de producción y se van empapando de la cultura nueva que emana de esos cambios estructurales, se remozan? ¿Cómo es entonces la relación entre la estructura y superestructura? ¿Puede formarse ese hombre nuevo en el capitalismo?
Estamos hablando del hombre colectivo. En este sentido, vale la pena referir una anécdota, nada inverosímil, de un país en cualquier parte del mundo, donde a habitantes de un área el gobierno les construyó viviendas sustancialmente mejores a las que antes habitaban. Les dotó de muebles de madera y otros enseres. Pasado un tiempo, aquellas personas, pese a tener otros medios más modernos para cocinar, utilizaron hasta las puertas para esos fines. Llevaban demasiados años haciendo humo y no iban a cambiar de un momento a otro.
El paisaje se puede transformar a corto plazo; una decena de edificios demoler y en los espacios que antes ocupaban construir otros sustancialmente diferentes. Pero en ese mismo tiempo, los hombres seguirán, en gran medida, siendo iguales.
Puede usted transformar las relaciones de producción o sustituir unas por otras; pero el hombre formado en las circunstancias anteriores y el que él forme, en mucho conservará las cosas del pasado.
Puede usted ser obrero, de la clase llamada a conducir la revolución y hasta llegar al socialismo, pero habiéndose formado en sociedad capitalista, entrará a aquella empapado de muchos de los valores culturales que le fueron inculcados por los cuatro costados. Sacárselos todos, es tarea que demanda paciencia, tiempo y cambios más profundos. Es más, dentro del capitalismo los defiende, cada vez que le convenga, como derechos que la sociedad le otorga. Y no es cosa que uno vaya a condenar porque su “sentido común”, al cual le atribuye carácter de sabiduría, le asiste. A menos que dispongamos de una fábrica de hombres en serie, como la de Aldous Huxley, en un “Un mundo Feliz”.
Tampoco es pertinente que gobernantes aspiren que los demás se remocen, se hagan latonería, pintura y hasta afinen los motores, mientras ellos siguen siendo de los viejos, ruidosos, roñosos, encabritados y hasta con mañas sempiternas.
Como dice Marx, “son defectos inevitables”, hasta en el socialismo en su primera etapa, “tal y como brotan de la sociedad capitalista”. La desigualdad, en términos colectivos, es resultante de la sociedad clasista y la posibilidad que un grupo se apropie del producto del trabajo de otros o de los otros, sólo cuando se restablece el derecho de la repartición como corresponde, se crean los fundamentos sólidos para formar hombres solidarios, sin egoísmos y con amor por el trabajo. Pero aún así, quedará un largo camino por recorrer, lo que envuelve aprendizaje, crecimiento y maduración.
Los hombres del capitalismo estamos llenos de todos los vicios y defectos, los que lo son por consenso y los que esta sociedad tiene como virtudes. Muchos médicos, en nuestras sociedades, están convencidos, para eso le formaron en la casa y escuela, sin rubor ni duda alguna, que gozan del derecho de enriquecerse con la profesión. El muchacho hizo su esfuerzo, los padres invirtieron sus cobres y esperan recoger los frutos. ¡Eso es el capitalismo! ¿Si un vende tuerca así lo cree, practica, por qué no ha de hacer lo mismo un profesional de cualquier rama? Sólo se puede acabar con la explotación, ganancia abusiva, obscena y mercantilización del conocimiento creando las bases materiales y el derecho que lo hagan posible. Nunca con un discurso, buen deseo o un moralismo, que por lo mismo es ineficaz y hasta pasa por ridículo. Aunque uno invoque a San Francisco de Asís. Por ejemplo, crear la cultura del trabajo voluntario colectivo no es pertinente proceder como en aquella anécdota del gobierno de Gómez, expresado en la nota:
“General, allí le envío los voluntarios que me pidió, pero por favor me devuelve las cabuyas”.
En sociedades en transición, llamemos así la nuestra para conciliarnos con el presidente Chávez, entre capitalismo y socialismo, esos “defectos inevitables”, de los que habló Marx, tienen todavía mayor magnitud y con ellos hay que lidiar, hasta el límite indispensable, sin dañar al colectivo.
En la medida que la sociedad avanza, se vayan superando las odiosas diferencias sociales impuestas por las condiciones materiales, se concilien las relativas a trabajo manual e intelectual, el hombre se vaya superando impulsado por esos cambios, estaremos construyendo el hombre nuevo. Mientras persistan las desigualdades y las bases materiales que fundamentan los defectos, estos acompañarán al hombre.
Nada de esto quiere decir que no haya que j…… a todo aquel que lo merezca.
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