Al adoptarse el mismo patrón de consumo generado por el sistema capitalista a nivel mundial, la precarización estructural del trabajo y la destrucción creciente del medio ambiente resultan una cuestión inevitable. Más aún cuando el afán de lucro es el fundamento principal, privilegiándosele por encima de cualquier otra consideración, incluso de la vida de los demás seres humanos; todo lo cual debiera estimular en gobiernos y en ciudadanos la demolición del sistema de dominación social ejercido por el capital, permitiéndose así explorar unos nuevos modos de producción que se afirmen en valores ajenos al capitalismo, socialmente útiles y necesarios.
Esto último representa, indudablemente, un escollo aparentemente insalvable para muchos, sin excluir de ello a quienes propugnan un modelo socialista que se diferencie en esencia del capitalista. Según algunos, para lograr tal cosa tan solo se requiere disponer de buena voluntad, de reformas y de transparencia en la orientación, manejo y procedimientos del Estado vigente. En este sentido, se cree que basta otorgarle mayores derechos y beneficios a los sectores populares explotados y excluidos, sin profundizar mucho en las contradicciones que enfrentan al capital y al trabajo asalariado, además de los diversos problemas que se derivan de éstas. Olvidan que el trabajo asalariado es una nueva forma moderna y legalizada de esclavitud, recordando al respecto lo afirmado por Maximilien Rubel: “el salario es una esclavitud, y todo aumento autoritario del salario no será más que una mejor remuneración de los esclavos”. Otros, sin embargo, hallarán en esto algo más de lo mismo, sin una mayor trascendencia, enmarcado como está en la propuesta de darle un rostro humano al capitalismo. Para éstos, al igual que para István Mészaros, “esperar una solución feliz a esos problemas a partir de las operaciones de rescate del Estado capitalista sería una gran ilusión”.
Por ello, plantearse el socialismo como alternativa revolucionaria frente al capitalismo implica cuestionarlo a profundidad, resaltando la necesidad de eliminar las contradicciones existentes entre el capital y el trabajo asalariado, en un ejercicio de imaginación utopista y de rigor científico que muchos revolucionarios esquivan neciamente, pero que es altamente imprescindible. En consecuencia, hará falta labrar la propuesta de un sistema social alternativo, en el cual el desarrollo de la civilización postcapitalista no signifique la devastación entera de la naturaleza ni la opresión de pueblos ni de individuos por cualquier forma de Estado. Esto supone, entonces, desprenderse de las prácticas y conceptos que le dieron vigencia al capitalismo durante siglos, dándoseles cabida a otros que pudieran servir de punto de partida para la construcción de un nuevo modelo de civilización y de relaciones de reciprocidad entre la humanidad y el medio ambiente que le sirve, al mismo tiempo, de sustento y de hogar. Sin tal cosa, hablar de un socialismo para el siglo XXI carecería de bases posibles o reales, lo cual pudiera enriquecerse con diferentes aportes y experiencias, incluyendo aquellos provenientes de nuestros pueblos ancestrales. Sería una mejor manera de redefinir la utopía del socialismo revolucionario. Aunque suene difícil, tal tarea jamás debiera resultar imposible para los revolucionarios.-
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