Aquella maña de Luis Piñerúa Ordaz, de buscar en el diccionario palabras raras y desusadas para dárselas de culto, mediante la cual se cubrió de oropel cuando con una pinza extrajo la palabra barragana, era la misma de Tonito. Sólo que éste, menos cuidadoso o ladino que el otro, las aplicaba aún donde no tuviesen acomodo.
La palabra radical, en verdad nunca desusada, lo que la hace parecer brillante y reluciente, está ahorita no digamos de moda sino siendo utilizada de llave mágica para intentar abrir espacios y promover encuentros.
En el chavismo, como en todas las corrientes de izquierda, siempre ha estado presente como un santo y seña, también en la derecha, pues para calificar los de ese lado se le usa mucho. Con ella llaman a nazis y fascistas. La señora que arrojó el arroz en la cara a Samán, por el gesto podría ser de una corriente radical. Muchos prefieren llamarse radicales y no revolucionarios y por ende interesados en ser asertivos.
“Seamos radicales”; “soy radical hasta los tuétanos”, se dice en medio de un vocerío como si eso fuese suficiente para aclarar lo confuso; faro para perdidos y extraviados. Se le toma además cual “ábrete sésamo” o signo cabalístico.
Tonito solía usarla; y era algo extraño que fuera de las pocas palabras que manejaba con menos desacierto. En una discusión, todavía breve, decía de repente:
“Yo en mis vainas soy muy radical”.
Todavía no había terminado de pronunciar la oración cuando, acompañando las últimas palabras, lanzaba una trompada a quien había osado confrontarlo verbalmente. Por supuesto, donde estuviese o actuase, todo intento de convenir algo, por su intermediación, terminaba en trifulca y un no hacer nada reconfortante.
Mientras los más sensatos le contenían, gritaba desaforado, apretando su diccionario contra el cuerpo:
“Es que soy así, muy radical en mis vainas”.
Había leído en su Larousse que la palabra significaba “Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático”.
Para él, lo significativo y hasta digno era aquello de extremo. Lo democrático le sonaba a conciliar y otorgarles derechos a quienes, en su parecer, “extremoso y tajante”, acepciones también atribuidas a la palabra, no los merecían.
Era de los mismos que todo lo quería resolver trazando dos líneas entre él y su contrincante, mientras decía:
“Esta línea es tu madre, aquella la mía. Quien pise la que tiene enfrente, pisa la madre del otro y es una declaración de guerra”.
Normalmente, él pisaba la “madre” del contrario y de paso se daba por ofendido e inmediatamente a aquél le entraba a golpes.
La línea era la madre, con todo lo que ella significa.
Para otros, una palabra, como esa de radical, puede ser todo un programa, un proyecto, frente al cual corres o te encaramas.
La palabra mayoría, la que Tonito, en sus frecuentes confusiones asociaba a mayoral, le servía para sus radicales procederes. Una mayoría de cinco, en un universo de trece, repartidos los ocho restantes entre Montesco y Capuleto, le servía para concluir que podía hacer lo que le viniese en gana. La dialéctica nada le decía y era natural que así fuese. Pues cuando escrutaba el significado de la palabra en su Larousse, no podía tener una respuesta cierta. Sobre todo porque en su libro, es toda una confusión, entre opuestos, diálogos y hablar.
Pero, lo radical y lo dialéctico, cosa que a Tonito siempre se le escapó, no se contradicen. Si somos partidarios de reformas extremas en sentido democrático, como dice el diccionario, lo que por cierto, no está en pugna con el socialismo, porque se hace prevalecer la mayoría, se abordan los problemas en busca de la síntesis del pensamiento e interés mayoritarios. Entonces, la mayoría, lo radical, el socialismo, si se apela a la dialéctica, se amoldarían para dar una solución y no una “extremosa, tajante e intransigente”, como diría también el diccionario de Tonito. Se trataría por esa vía, la que demandan vida e historia, no el sólo dar trompadas como Tonito, porque cree que las dificultades hay que ignorarlas, de encontrar el punto donde todas las fuerzas posibles empujen hacia una dirección deseada, aceptada. Eso es lo pertinente en la vanguardia, no promover fracciones que terminen por acabar con todo. Hay muchas experiencias. El todo o nada, como quien se juega a Rosalinda, no es un sabio proceder. Es radical en demasía.
“Quien no esté con lo que pienso y digo está contra mí”, reflexionaba Tonito y no había forma ni manera de hacerle entender otra cosa. Tenía pues como un súper desarrollado sentido para encontrar enemigos por todas partes, menos por una, él. Lo malo es que con enemigos rodeándole a uno no se hace partido ni se avanza.
No es pues que un radical, llamado así sin medida ni referencia alguna, y otro radical, de esos “yo para los que salgan”, sin ninguno dejar ver el queso en la tostada, comiencen a caerse a piña, como solía hacer Tonito.
Tuve un tío tan radical, según se definía y abordaba los asuntos, que ante la molestia que le producía un callo, se dio un tiro, arranco un dedo y con éste la dureza. Tan radical como Tonito.
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