El llamado del Presidente Chávez a las filas del Psuv para que se ocupen de la realidad popular y dejen de activarse sólo en tiempo de elecciones, además de su intervención en la Asamblea Nacional, ha sido interpretado por los grupos opositores como síntomas de la descomposición y debilidades que presenta el proyecto bolivariano. Muchos de sus dirigentes vaticinan alborozados la salida de Chávez del poder por la vía electoral en 2012 y, junto con ella, cualquier posibilidad revolucionaria en Venezuela. Para ello se basan en una realidad que pocos se han atrevido a constatar y revelar: En aquellos comunidades venezolanas que eran, invariablemente, un bastión inconmovible de la causa bolivariana en un pasado no muy lejano comienza a hacer mella la desconfianza, el resquemor y la impotencia de sus moradores al observar y comprobar que los funcionarios públicos del chavismo (con honradas excepciones) son más de lo mismo, comportándose de un modo igual o peor que sus antecesores adecos y copeyanos en el poder durante cuarenta años de democracia representativa.
Tal realidad, lejos de ser atacada y corregida a tiempo por los partidarios de Chávez, es ignorada adrede por quienes han sido altamente beneficiados por su liderazgo, ejerciendo diversos cargos de elección popular y disfrutando todas las prebendas que éstos generan. Así, aplicando el viejo refrán “el que paga manda”, una mayoría representativa de gobernantes chavistas han cooptado diversidad de dirigentes y movimientos sociales, haciéndoles entender -de buena o de mala manera- que su acción contraria lesionaría grandemente al proceso revolucionario que afirman apoyar. Esto ha producido fisuras entre el chavismo, logrando que el descontento y la exclusión de muchos revolucionarios y chavistas progresistas le abran campo a los sectores opositores interesados en acabar con esta experiencia revolucionaria.
De ahí que algunos crean inevitable la caída del proceso bolivariano, incluyendo a quienes en algún lo respaldaron entusiastamente. Esto obliga a replantearse si los objetivos propuestos para hacer la revolución se han cumplido o, en su defecto, han fracasado, víctima de la miopía política y de la falta de compromiso revolucionario de aquellos que se erigen como sus conductores en cada entidad del país. De hecho, las diversas contradicciones de las cuales adolece podrían contribuir a definir con mejor precisión si tal proyecto revolucionario se enmarca realmente en los ideales del socialismo, puesto que no hay -aparentemente- una voluntad generalizada para deslegitimar al capitalismo y construir una política económica socialista.
Aunque esta realidad desalienta a muchos -ubicándose, incluso, en el bando opositor- lo cierto es que aún no puede presagiarse la inutilidad de cualquier esfuerzo por echar adelante un proceso revolucionario auténticamente popular de la mano de los sectores populares. En tal sentido, los diversos movimientos revolucionarios tienen ante sí un reto por asumir: darle plena vigencia y organicidad al ejercicio de la democracia participativa y protagónica por parte del pueblo venezolano. Pero este reto no pueden asumirlo como una cuestión simbólica, sin efectos prácticos duraderos, con el propósito de complacer a Chávez. El mismo tiene que servir para que el pueblo pueda orientarse correctamente en sus luchas reivindicativas y en la conquista de espacios que le permitan la construcción del poder popular. En la medida que dicho reto vaya profundizándose efectivamente, el socialismo podrá ser una realidad tangible e inmediata. De esta manera, podrá conjurarse la desmoralización presente entre muchos revolucionarios y chavistas progresistas, haciéndoles ver que el proceso bolivariano se haya contra las cuerdas, sin posibilidades de continuidad ni de consolidación.-
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