Los eventos fechados son hitos, marcas de tiempo; zonas de afectación de un tejido liso que se transforma en estriado por el efecto de aplicación de una fuerza. Son líneas de visibilidad que tuercen destinos, cambian horarios y hacen visibles nuevos rostros. Puntos de partida desde donde fundarse o desenfundarse en nuevos recorridos. Las fechas son piezas arqueológicas sueltas que hacen materia prima de los discursos. Por eso historiar es una cuestión seria, digna de talmudistas, magos y prestidigitadores, un asunto que no puede ser dejado al azar de la visión historiográfica de de los historiadores. Pues muchos pretenden que las fechas no se muevan, que sean algo muerto; como una cinta magnetofónica que al ser corrida siempre dice lo mismo.
Por el contrario, las fechas son terrenos movedizos, pantanos sinuosos que nunca dicen nada, salvo aquello por lo que es apelada su actualización desde el presente. De manera que las fechas existen en estado de permanente refundación. Por ejemplo, hoy los soviéticos penetran en Alemania, comenzando así el principio del fin de la segunda guerra mundial, pero con la caída del muro y del modelo de socialismo burocrático, ahora esa fecha tiene nuevo significado. El pasado no es inmutable, tal vez es lo primero que cambia cada vez que es intervenido por el presente, haciendo al pasado con material de los intereses del de los tiempos que corren; las hegemonías, tensiones y fuerzas que convocan su osario y su fantasma son aquelarres de tinglados que trastornan aquello que puede ser dicho. De manera que una fecha, al igual que un rostro, no es más que una línea de visibilidad, línea de superficie de aquello que quiere ser dicho pero necesita referenciarse para ser verdadero.
Una emergencia que supera lo cotidiano. Lo que ocurrió realmente es devenir-acontecimiento de lo que va siendo, los modos y encadenamientos a los que una fecha queda trenzada desde tal o cual discurso, es decir, zona de realización del deseo. Por eso hay fechas de fechas. Algunas aparentemente irrelevantes que luego cobran fuerza y se colocan en el calendario por si solas, otras que aparecen con mucha fuerza pero nunca logran instalarse por falta de profundidad, a estas Deleuze las llamaba “efectos de calcomanía”, pues son muy vistosas y aparentemente importantes pero son tragadas fácilmente por el desierto del olvido. Hagamos un esfuerzo por recordar, por ejemplo, qué día se instalaron los militares golpistas en la plaza Altamira, quién fue el primero en hablar y qué dijo. Por eso, es histórico, aquello que paradójicamente es trans-histórico. Lo que cruza muchas fechas y muchos tiempos, arrastrando y plegando tras de sí al acontecimiento.
Un movimiento de la transformación es aquel capaz de producir muchas fechas que hagan piel en el deseo colectivo. Uno de los problemas de la oposición venezolana, es que no ha sido capaz de producir fechas instaladas y desplegándose desde el deseo. Aquellas fechas que producen, o dan risa o privan de vergüenza. Para muestra un botón: 11 de Abril de 2002; 27-F. Nada que fechar, nada que celebrar, mucho que explicar y que ocultar; es decir, fechas tristes que disminuyen la potencia de existir y de actuar. Si la revolución no se pone las pilas y construye una máquina de producción de fechas, también correrá el destino de no poder mostrar la memoria de un rostro histórico que se desplace en el tiempo haciéndose permanente. Hacer historia es un acto de producción material de la vida. Actos de habla y prácticas, campos de hábitus.
De manera que la historia se hace cuando sentimos actuar sus dispositivos en la vida cotidiana, afirmando las mutaciones sociales, colonizando la producción de saberes, el espacio-tiempo, la enunciabilidad de la subjetividad individual. Dirigir es hacer historia.
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