Es un salto de talanquera calculado y lento pero preciso. Qué salto tan bello diría con envidia el saltarín solitario de Barquisimeto. Porque el de Barquisimeto saltó de una y sin mayores conjeturas cayó de hinojo en las pantorrillas de la mesa derechista. Por eso es sibilino y casi inadvertido el brinco de Vladimir. Es una perfecta maroma diseñada por quienes ya abrazados con la derecha, les da como pena sentir en sus cuerpos, los brazos que siempre rechazaron a las clases desposeídas de los pueblos sufridos.
Es lo que llamarían en psicología política, el sentimiento de culpa por un autogestión. En correspondencia a sus últimas actuaciones, eso debe sentir Vladimir. No se sabe a ciencia cierta, si su alejamiento de la revolución obedece a una convicción izquierdista estrangulada o al resentimiento por una ambición personal no aliviada. Y por eso migra por zonación natural hacia los que más o menos como él, han procedido. Y pone estrellas a la actuación de Henri Falcón, pero no habla de apostasía con la revolución. Y alaba a Andrés Velásquez, pero no dice de la traición de este a los trabajadores de Guayana. Y enaltece el desempeño felón de Albornoz, pero se desvincula de sus andanzas con la derecha tradicional. Y entonces los llama a una Mesa Superior de Unidad. Pero no muy lejos de la mesa de la unidad.
Algo así como estar lejos del diablo pero lamiéndole el rabo. No haya ya, Vladimir como exculpar su salto de talanquera. Cuando diserta, lo hace recogiendo un poco de Julio Borges Y de Teodoro, bajo condimento de Ismael García. Una ensalada ideológica con los contornos de la traición. Y es una lástima. Porque no queda duda alguna de su extravío en el camino pesaroso que marcó su huida de la revolución. Es probable que Vladimir no haya caído en cuenta que sus partidarios de hoy, le aplauden sus actuaciones, escritos y discursos, pero en el fondo lo aborrecen. Porque aborrecen sus partidarios de turno todo lo que conforma una estirpe ganada en los procesos de búsqueda de justicia para los pueblos.
Hablar de Vladimir y no recordar la figura revolucionaria de su padre es un improbable. Y no recordar sus andares por los pasillos de la universidad arengando en favor de la justicia, es una impronta. Pero el proceso ideológico de los seres humanos juega a veces trastadas. Y si pudo alguna vez el proceso histórico del socialismo mundial concertar acuerdos y producir acercamientos entre Lenin y Trotsky, ojalá un lúcido discernimiento ideológico de Vladimir, suture las grietas de su dispersión y lo coloque otra vez en la rienda de la revolución.
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