Son indudables los males y perversidades locales, regionales y mundiales que cometen los empresarios bajo este sistema capitalista, pero tampoco es dudable que tales perversiones responden más a una explotación extrasalarial que a la explotación ordinaria que caracteriza al sistema capitalista como tal.
En ese orden de ideas, tampoco es indubitable que las luchas civiles antiburguesas llevadas a cabo los obreros y sindicatos, en pro de mejoras salariales, mejores condiciones laborales, de higiene, seguridad y protección para la salud, que ninguna de ellas representan ni son manifestación alguna contra el sistema burgués; es más, cuidado si sobre las bases de esas conquistas obreras algunos trabajadores se hacen de un pequeño capital como estriberón para saltar de la clase proletaria a la burguesa, cuyos ejemplos colman la literatura apologista burguesa.
Tampoco
podemos asimilar los ataques burocráticos ni sindicaleros contra el
usurero, contra el especulador, el comerciante maula - ávido de
enriquecimiento rápido, con vinculaciones políticas que les alcahueteen
dichas prácticas insanas-; ni las persecuciones del acaparador, del
adulterador de materias primas, del que juega con la escasez y demás
desajustes de la economía, del sobrepreciador de los insumos, remarcador
de precios, etc., ni los ataques ni sanciones contra el empresario
que ningunea el salario mínimo, minimiza el control de calidad; contra
el que recicla bienes perecederos(caso de los pasteurizados), contra el
que el que mete gato por liebre, en fin que ninguno de esos ataques y
correctivos contra tales empresarios pueden mirarse como expresiones
de lucha contra el capitalismo. Sólo la regulación de algunos monopolios
no naturales podrían verse como, una acción anticapitalista y negadora
de la libre propiedad, ya que, contradictoriamente, esta prende sólo
cuando sus beneficiarios son minoría frente a la masa de desposeídos.[2]
[2] Stefan Sweig, escritor judío, vienés, nos cita uno de sus “momentos históricos de la humanidad” donde queda revelada la curiosa contradicción de la propiedad privada y el “copyright”. En el caso del “Descubrimiento de Eldorado”, cuenta Sweig que Juan Augusto Suter no pudo hacer valer su rica áurea propiedad minera ante los sacrosantos Poderes Públicos Burgueses californianos, una propiedad privada soportada por documentos debidamente legalizados y protocolizados. Suter pretendió hacer valer y respetar su derecho sobre una propiedad con una extensión tan dilatada que allí fue levantada la ciudad de San Francisco (EE UU). El impedimento de la justicia, con el total desconocimiento del pilar más robusto de la sociedad burguesa y preburguesa, descansó en que sobre esas ricas tierras, luego del hallazgo de oro, se avalanchó una muchedumbre de gente ansiosa de riqueza fácil, luego de la correspondiente “bulla”. Una gran invasión de personas poblaron esos territorios, y ante semejante reparto de tierras por “invasiones” ilegales, el Estado tuvo que hacerse el loco. El corolario de este “momento” es que la propiedad privada ha regido y lo sigue haciendo sólo cuando sus beneficiarios son clasista y relativamente pocos. Cuando hayamos, por ejemplo, colmado de copropietarios burgueses a buena parte de los proletarios, muy probablemente la propiedad privada pierda sentido. Digamos que las prácticas “socializadoras” anticapitalistas deberían respetar la propiedad privada, so pena de reforzar el encanto de ese tipo de propiedad, lo que resultaría contrario a la idea de la desprivatización de los medios de producción.
marmac@cantv.net