A diferencia de un árbol, que obedece una lógica que va de la raíz hasta alcanzar el dosel; la grama territorializa en trama y se extiende, dependiendo del lugar en el que nos coloquemos sobre el terreno. El césped crece de manera fractal e irregular, por muchos puntos simultáneamente, sin un patrón de despliegue, por lo que la lectura o el establecimiento de su posible lógica, sólo cabe al ir introduciéndose en su fenomenología. A esto lo llamaba Deleuze, rizoma.
La naturaleza de los procesos que se libran hoy en América Latina, así como los movimientos que lo encarnan e impulsan, obedecen a una dinámica interior con una potencia propia, que no puede ser leída con los grandes trazos que se corresponden a modelos de pensamiento hoy tradicionales; que van desde el marxismo ortodoxo, hasta el liberalismo y sus derivadas. El surgimiento de procesos y movimientos también es, de suyo, el de un nuevo pensamiento que se levanta desde América Latina. Una interpretación que no se sitúe allí, en la fractura, será ininteligible para quien pretenda solo comprender. Instalarnos en dicha ocurrencia significa librar un enfrentamiento radical contra la fuerza de la costumbre y la mentalización planetaria que cimentó como matriz epistemológica de todo un pensamiento en torno a lo social: La Modernidad.
Afortunadamente, día a día surgen nuevas experiencias que reclaman otras formas de aproximación allí donde saber, poder, lenguaje y subjetividad constituyen y despliegan un modo inabarcable e inexpresable de relaciones de dominio, resistencia y creación. Sujeto y transformación, fue el debate en el que se sumergieron cientos de miles de militantes revolucionarios que tomaron caminos discretos y modestos, para en busca de una nueva sensibilidad política, ir sembrando pequeñas experiencias de base. Luego de la derrota política y militar de la izquierda en América Latina durante tres décadas: 60, 70 Y 80; y el derrumbe del bloque soviético, se produce una crisis en los partidos y organizaciones progresistas tradicionales.
Paradójicamente, de la diáspora, poco a poco la reflexión acompañó los ensayos de nuevas prácticas que consiguieron y crearon nuevos caminos. Estas corrientes terminaron abrazándose, por ejemplo, a la teología de la liberación, a movimientos ecologistas, cooperativistas, de pobladores, feministas, comunales, cocaleros, indigenistas, etc. Así, se conformó la textura de una subjetividad política otra, que a su vez generó una visión heterogénea y diversa de los procesos emancipatorios, reactivadores del deseo político, que hoy se expresa como línea de superficie de las distintas formas de expresión de la nueva izquierda latinoamericana. Por eso, a partir de los años 80, algunos teóricos comienzan hablar de nuevo de los movimientos sociales, porque fue estableciéndose un tejido de relaciones sociales alternativas de carácter subterráneo, que transversalizando todas las luchas y demandas de los pueblos, desembocó en proceso y movimiento capaz de ir forjando un tinglado de visiones paralelas, articuladoras de un discontinuo propio. Es ése discontinuo, el que precisamente hoy está posibilitando la emergencia de una nueva hegemonía continental: proyecto ético–político capaz de asaltar al sentido común y la fuerza de la costumbre. A partir de allí, escuchamos las voces potentes de nuestros camaradas Chávez, Evo, Correa, acompañados de partidos, movimientos y fuerzas, que articulan la identidad de las demandas sociales hasta convertirlas en reales opciones de poder permanente.
No olvidemos que de esas luchas venimos. Un Gran Polo de fuerzas debe ser expresión de todas nuestras memorias y luchas, de lo contrario, será subsumido por el ruido y la fuerza de gravedad que lo electoral ejerce sobre lo político.
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