Al plantearse la construcción de un modelo económico, político, social, cultural y, hasta, militar basado en los ideales del socialismo revolucionario hay que tomar en cuenta que la misma supone una transformación con carácter estructural que debe labrar a su vez un nuevo tipo de conciencia individual y colectiva, de modo que exista realmente una revolución socialista en marcha.
Tal
situación requiere romper con los paradigmas imperantes, es decir, se
debe fomentar en todo momento una ruptura con los patrones de conducta y
ordenamiento jurídico que han legitimado la vigencia del sistema
capitalista a través de los siglos, los cuales lo han hecho
prácticamente impermeable a los diversos cambios propuestos para
erradicarlo, aun aquellos que solo tratan de revestirlo de cierto aire
de humanismo o de humanidad, como quiera denominársele. Esto exige que
los cuadros revolucionarios en funciones de Estado o de gobierno se
afanen cada día en impulsar esa transformación con carácter estructural
que daría paso a la organización, activación e influencia efectivas del
poder popular, logrando convertir en realidad la antigua
consigna bolchevique de “todo el poder para el pueblo”.
En
este caso, la revolución debe promoverse como política de Estado,
obteniendo la transformación de las viejas instituciones públicas, de
manera que ellas ya no respondan a los intereses de una elite o minoría
dominante sino a los intereses de la mayoría, es decir, de aquella
porción de la sociedad que siempre fue excluida de la toma de
decisiones, así como de la justicia y de la igualdad que debieran
fundarse, derivarse y ampliarse mediante el ejercicio activo de la
democracia.
Por
ello mismo, el reclamo indignado de las mayorías populares a los
estamentos gubernamentales (tanto en nuestra América, en Estados Unidos y
el resto de los continentes) pareciera apuntar al estallido de una
rebelión mundial, en un primer lugar, contra las injusticias, la
explotación y las desigualdades características del sistema capitalista
y, en un segundo plano, sin menoscabo del mismo, en búsqueda de una
realidad democrática más inmediata y tangible que beneficie a la
totalidad de la sociedad y no únicamente -como siempre lo ha sido a
través del tiempo- a quienes tienen en sus manos el capital y los medios
de producción. Sin embargo, es bueno acotar que semejante estallido de
indignación colectiva aun no podría vislumbrarse o
calificarse como un hecho revolucionario del mismo modo que otros en el
pasado, por lo cual es necesario considerar los móviles del mismo, así
como su contenido o nivel político.
Esto
último debiera constituir un estímulo para quienes tienen la
responsabilidad de orientar el accionar del Estado en nombre de la
revolución, sin que ello signifique confiar en que sólo basta la buena
voluntad para hacer las cosas. Es hartamente indispensable comprender
que se requiere desmontar y transformar estructuralmente tal Estado, de
manera que efectivamente exista un proceso revolucionario que -teniendo
como su principal rasgo y soporte la participación real del pueblo- se
hagan inevitables y definitivos los cambios que generaría, implantando
en consecuencia un modelo de sociedad democrática de nuevo tipo.-
mandingacaribe@yahoo.es
(*) Maestro ambulante
¡¡¡REBELDE Y REVOLUCIONARIO!!!
¡¡Hasta la Victoria siempre!!
¡¡Luchar hasta vencer!!